¿Qué es un laberinto? De todas las clasificaciones posibles, hay dos tipos que son definitivos: el laberinto de los pasatiempos, lleno de callejones sin salida, en que el camino se divide y obliga a elegir, a equivocarse y volver atrás, hasta encontrar el centro o la otra salida; y el laberinto de un solo camino, que recorre toda la extensión del mismo y que siempre conduce al centro. Lo curioso es que, aunque desde la antigüedad el laberinto se ha identificado con ese camino incierto y complicado que provoca desorientación, todos los laberintos representados o pintados, desde Creta, Roma y hasta la Edad Media y casi el Renacimiento, todos, son laberintos de un solo camino. Y estos son los que a mí me interesan.
Es difícil precisar cuándo y dónde se originó el laberinto. En grutas prehistóricas aparecen grabados en la piedra círculos, que se transforman en espirales, y en algún momento pasan a ser laberintos. Pero todo parece indicar que realmente su origen es Creta, una civilización tan enormemente antigua que pudo influir a pueblos que aún vivían en la edad de piedra, en todo el Mediterráneo, en toda Europa y en la posterior civilización griega, que alimentó sus mitos con ella. Existe un tipo de laberinto que se puede llamar cretense. Suele tener siete vueltas, aunque a veces el número es mayor pero sigue respetando el diseño. El orden de circulación de las vueltas, desde el exterior, es 3-2-1-4-7-6-5. Este laberinto aparece en Creta y después en Grecia, en Roma y en todas las civilizaciones mediterráneas. Pero también en el norte de Europa, en la India y en representaciones artísticas de indios de Norteamérica. Se pueden hacer todas las especulaciones que se quieran, pero es un diseño muy preciso para que se deba a la casualidad. De alguna manera, este símbolo es tan poderoso que ha viajado por todo el mundo.
Artísticamente, la gran época de esplendor de los laberintos es la de las catedrales góticas. Principalmente en Francia, los suelos de las catedrales se enlosaron con maravillosos diseños de una complejidad y armonía espléndidas, aunque la mayoría han sido ya destruidos. Se dice que simbolizaban la peregrinación a Tierra Santa, para aquellos que no podían hacerla en persona, aunque es difícil explicar el por qué de tanta fascinación por un símbolo tan sospechosamente pagano. En el siglo XVIII triunfaron otra clase de laberintos, en los jardines y parques, pero estos ya corresponden a la primera categoría antes mencionada, son laberintos laberínticos, un juego decorativo nada más.
Pero volvamos a la pregunta: ¿qué es un laberinto… para mí? Evidentemente los laberintos simbolizaron muchas cosas en muchas épocas, algunas me interesan y otras no. Si el laberinto de un solo camino siempre conduce al centro, ¿cuál es su interés? Evidentemente, no es el qué, sino el cómo. Un buen laberinto es aquel que sabe desconcertar al que lo recorre: nada más entrar parece que lo lleva casi al centro, pero luego vuelve a alejarlo, desde un extremo le hace dar toda la vuelta hasta el otro, lo sorprende hasta que de pronto, en una revuelta, lo lanza inesperadamente al centro. No sé nada de matemáticas, pero hasta yo me doy cuenta de la armonía, la simetría, la cadencia. Porque un laberinto es un enigma. Jamás es caótico, encierra un orden, un sistema, y ese es el que debemos descifrar. Cuando se ha llegado al centro, el enigma ha sido descifrado, el laberinto se ha convertido en un camino recto y comprensible, ya no existe. ¿Cómo se sale? Desde el centro la salida lógica es… hacia el cielo.
Es difícil precisar cuándo y dónde se originó el laberinto. En grutas prehistóricas aparecen grabados en la piedra círculos, que se transforman en espirales, y en algún momento pasan a ser laberintos. Pero todo parece indicar que realmente su origen es Creta, una civilización tan enormemente antigua que pudo influir a pueblos que aún vivían en la edad de piedra, en todo el Mediterráneo, en toda Europa y en la posterior civilización griega, que alimentó sus mitos con ella. Existe un tipo de laberinto que se puede llamar cretense. Suele tener siete vueltas, aunque a veces el número es mayor pero sigue respetando el diseño. El orden de circulación de las vueltas, desde el exterior, es 3-2-1-4-7-6-5. Este laberinto aparece en Creta y después en Grecia, en Roma y en todas las civilizaciones mediterráneas. Pero también en el norte de Europa, en la India y en representaciones artísticas de indios de Norteamérica. Se pueden hacer todas las especulaciones que se quieran, pero es un diseño muy preciso para que se deba a la casualidad. De alguna manera, este símbolo es tan poderoso que ha viajado por todo el mundo.
Artísticamente, la gran época de esplendor de los laberintos es la de las catedrales góticas. Principalmente en Francia, los suelos de las catedrales se enlosaron con maravillosos diseños de una complejidad y armonía espléndidas, aunque la mayoría han sido ya destruidos. Se dice que simbolizaban la peregrinación a Tierra Santa, para aquellos que no podían hacerla en persona, aunque es difícil explicar el por qué de tanta fascinación por un símbolo tan sospechosamente pagano. En el siglo XVIII triunfaron otra clase de laberintos, en los jardines y parques, pero estos ya corresponden a la primera categoría antes mencionada, son laberintos laberínticos, un juego decorativo nada más.
Pero volvamos a la pregunta: ¿qué es un laberinto… para mí? Evidentemente los laberintos simbolizaron muchas cosas en muchas épocas, algunas me interesan y otras no. Si el laberinto de un solo camino siempre conduce al centro, ¿cuál es su interés? Evidentemente, no es el qué, sino el cómo. Un buen laberinto es aquel que sabe desconcertar al que lo recorre: nada más entrar parece que lo lleva casi al centro, pero luego vuelve a alejarlo, desde un extremo le hace dar toda la vuelta hasta el otro, lo sorprende hasta que de pronto, en una revuelta, lo lanza inesperadamente al centro. No sé nada de matemáticas, pero hasta yo me doy cuenta de la armonía, la simetría, la cadencia. Porque un laberinto es un enigma. Jamás es caótico, encierra un orden, un sistema, y ese es el que debemos descifrar. Cuando se ha llegado al centro, el enigma ha sido descifrado, el laberinto se ha convertido en un camino recto y comprensible, ya no existe. ¿Cómo se sale? Desde el centro la salida lógica es… hacia el cielo.
Comentarios
aquest és un tema que estimo molt; potser et pot interessar - si ja no'l coneixes- aquest retrat d'"Home amb labirint", del museu Fitzwilliam de Cambridge:
http://www.fitzmuseum.cam.ac.uk/opacdirect/115.html
Per la capçalera es pot deduir que aquest tema m'apassiona, és genial que a tu també.
No vaig documentar aquesta entrada, però de fet la vaig fer arrel d'haver llegir un llibre d'aquells que et cauen a les mans inesperadament a la biblioteca: "El Libro de los laberintos: historia de un mito y de un símbolo", de Paolo Santarcangeli:
http://www.librosaulamagna.com/libro/EL-LIBRO-DE-LOS-LABERINTOS.-Historia-de-un-mito-y-de-un-simbolo/97361/11441
Com es pot veure, el quadre que esmentes era a la portada. D'aquí vaig treure el meravellós exemplar que apareix just al principi de l'entrada, llàstima que no recordo res més d'ell. T'aconsello molt aquest llibre, és a les biblioteques de la Diputació.
Ens llegim,
h.