Bunraku

El Bunraku, el teatro de marionetas japonés, alcanzó su máxima popularidad en el siglo XVII, sobre todo gracias a la obra del gran maestro Chikamatsu Monzaemon. Hasta entonces, las obras de títeres eran sobre todo históricas, legendarias o heroicas. Estas obras eran conocidas como “jidai-mono”. Chikamatsu inventó un género completamente nuevo llamado “sewa-mono”, u obras de la gente de a pie, que retrataban vívidamente sucesos contemporáneos, hechos reales, o la vida de la gente normal de la época.
Una de sus más famosas obras sewa-mono fue Sonezaki Shinju (Suicidio de amor en Sonezaki), escrita en 1703, que fascinó al público de su época y se convirtió en un gran éxito. Narra la trágica historia de amor del ayudante de tendero Tokubei y la prostituta Ohatsu, en la que el deber social (giri) se enfrenta a los sentimientos íntimos (ninjo), llevando a los amantes a la muerte. El Bunraku llegó a ser más famoso que el Kabuki. Más adelante cayó en desuso, pero fue recuperado a principios del siglo XIX y su popularidad se ha mantenido hasta ahora.
Las grandes marionetas (ningyo) de casi un metro pueden llegar a pesar hasta 15 kilos y necesitan tres personas para ser manipuladas. El maestro principal (omo-zukai) controla la cabeza con la mano izquierda, que incluye el cuello, los párpados, la boca y las cejas, mientras con la mano derecha mueve el brazo derecho de la marioneta. Es el que dirige el movimiento y el único que a veces lleva la cara descubierta. Sus dos ayudantes se cubren con capuchas negras, el uno controla el brazo izquierdo del muñeco (hidari-zukai) y el otro las piernas y los vestidos (ashi-zukai). Todos deben acompasarse con el narrador, que recita o canta el texto y hace todas las voces, acompañado por la música del shamisen.
Este documental en castellano es algo anticuado pero explica bastante bien el funcionamiento y la fuerza expresiva de las marionetas.


Si algo creado por el ser humano pudo parecerse a la vida, son estas marionetas-actores. Sin duda su manipulador siente que son ellos los que le arrastran. Cuando se les mira, quietos, deben parecer a punto de decir algo. En escena se los ha visto llorar, gritar, respirar. Algo de conciencia debe haber quedado en ellos.

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