Uno de los relatos de Borges que más me ha impresionado es “Un teólogo en la muerte”, de su libro “Historia universal de la infamia”, una visión del más allá inquietante como una historia de terror minimalista. Al final de ese relato, Borges cita el nombre de Emanuel Swedenborg. Aparece en otros relatos y al leer otras obras suyas lo empecé a encontrar a menudo. En algunas conferencias y prólogos, Borges explica su fascinación por este personaje, lo que me llevó a intentar encontrar algún libro suyo: así que he leído “Cielo e infierno” guiada por la opinión de Borges.
Emanuel Swedenborg era el típico científico brillante del siglo XVIII, de origen sueco pero que desarrolló su carrera en Inglaterra. Se aplicó al estudio de todo tipo de materias, fue matemático, óptico, relojero, grabador, astrónomo, inventor de todo tipo de artefactos. También fue filósofo y teólogo. Hijo de un obispo luterano, se interesó por las Sagradas Escrituras y aprendió hebreo y griego para entenderlas mejor. A los 56 años su vida cambió por completo: los ángeles empezaron a visitarle y le convirtieron en su auténtico portavoz en el mundo. Lo llevaron a ver el más allá y le informaron de todos los pormenores de la vida espiritual, que Swedenborg fue escribiendo en incontables volúmenes. Se ganó el descrédito de la comunidad científica que antes tanto lo admiraba, pero continuó ese trabajo durante los últimos treinta años de su vida.
No tengo los conocimientos para analizar correctamente ese período de la historia, pero estoy segura de que ese siglo XVIII era un momento de crisis y cambio, de ideas antiguas que se tambaleaban e ideas nuevas y desconocidas. Tengo la sensación de que Swedenborg sintió cierto vértigo ante esas transformaciones y buscó el consuelo y la seguridad de las cosas sencillas y claras, que es lo que me ha parecido su visión del más allá. Porque para él todo es literal, no hay complicadas elucubraciones metafísicas. Dios es humano, los ángeles son humanos, viven en ciudades y en casas, tienen oficios, gobiernos, y su mundo es totalmente igual al nuestro. En relación a esto, Borges comenta que Swedenborg nunca dejó de ser el típico hombre ilustrado y metódico, pues su descripción del cielo es igual a la de un explorador que viaja a un país lejano y deja constancia de sus paisajes, sus gentes y sus costumbres, sin fantasías ni juicios, sino dando toda la información posible.
Su mentalidad religiosa es totalmente dualista. Por una parte, hay una radical oposición entre lo corporal y lo espiritual, por supuesto lo primero es tosco, bajo y totalmente desechable, pues el ser humano es su espíritu. Después hay un dualismo total entre el bien y el mal. Los buenos van al cielo, los malos al infierno, y cielo e infierno son perfectamente simétricos en su oposición. Aquí Swedenborg muestra una mentalidad universal pues acepta que todos los paganos e infieles también pueden ir al cielo si son buenas personas, pues ellos no tienen la culpa de que no se les haya evangelizado. Una vez en el cielo, los ángeles se encargan de que acepten la fe verdadera y así se convierten en buenos cristianos. Incluso menciona Swedenborg a la gente de planetas distantes que no saben que en la Tierra se ha revelado la auténtica religión; si han sido fieles a sus creencias, hay sitio en el cielo para ellos.
De hecho, lo que entusiasma a Borges es la idea más original que aportó Swedenborg: ni el cielo es un premio, ni el infierno un castigo. Es cada ser humano el que los crea, según la disposición de su alma. Los buenos van a donde están los otros buenos, y su bondad es el cielo. Los malos buscan la compañía de otros malos, y sus envidias, conspiraciones y violencias son el infierno. Pero en cierto sentido los malos son “felices” en su infierno, es donde desean estar. Si se acercan demasiado al cielo, lo perciben con dolor y repugnancia. Son las elecciones que han hecho en su vida las que los han llevado a ese estado. Una vez más, Swedenborg parece más zoroastrista que cristiano, si se me permite la expresión.
En el relato de Borges, un teólogo que defiende ideas equivocadas acaba de fallecer, pero como ocurre generalmente, todas sus propiedades y objetos aparecen igualmente en la otra vida, por lo que no se da cuenta de que está muerto. Unos personajes ilustres le visitan y quieren convencerle de sus errores, pero él los desprecia. Eran ángeles que al comprobar que no pueden salvarle, lo abandonan. Su casa va perdiendo forma, y a su alrededor ya no está la ciudad sino unos arenales. Una habitación está llena de instrumentos desconocidos, otra es tan pequeña que no puede entrar, en otra hay gente que lo alaba y adula, “pero como alguna de esas personas no tenía cara y otros parecían muertos, acabó por desconfiar”. El teólogo finalmente abandona la casa y se adentra en los arenales.
No es que haya podido sacar ninguna enseñanza espiritual de Swedenborg. Su más allá definitivo y automático no me produce ninguna esperanza. Quizá Borges en este breve relato condensó todo lo que Swedenborg había aportado a la humanidad. Reconozco que es una idea algo extrema, pero a Borges le hubiera gustado: que un visionario llenara páginas y páginas de pesadísimos tratados para que un poeta dos siglos después alcanzara la inspiración para tres páginas brillantes.
Emanuel Swedenborg era el típico científico brillante del siglo XVIII, de origen sueco pero que desarrolló su carrera en Inglaterra. Se aplicó al estudio de todo tipo de materias, fue matemático, óptico, relojero, grabador, astrónomo, inventor de todo tipo de artefactos. También fue filósofo y teólogo. Hijo de un obispo luterano, se interesó por las Sagradas Escrituras y aprendió hebreo y griego para entenderlas mejor. A los 56 años su vida cambió por completo: los ángeles empezaron a visitarle y le convirtieron en su auténtico portavoz en el mundo. Lo llevaron a ver el más allá y le informaron de todos los pormenores de la vida espiritual, que Swedenborg fue escribiendo en incontables volúmenes. Se ganó el descrédito de la comunidad científica que antes tanto lo admiraba, pero continuó ese trabajo durante los últimos treinta años de su vida.
No tengo los conocimientos para analizar correctamente ese período de la historia, pero estoy segura de que ese siglo XVIII era un momento de crisis y cambio, de ideas antiguas que se tambaleaban e ideas nuevas y desconocidas. Tengo la sensación de que Swedenborg sintió cierto vértigo ante esas transformaciones y buscó el consuelo y la seguridad de las cosas sencillas y claras, que es lo que me ha parecido su visión del más allá. Porque para él todo es literal, no hay complicadas elucubraciones metafísicas. Dios es humano, los ángeles son humanos, viven en ciudades y en casas, tienen oficios, gobiernos, y su mundo es totalmente igual al nuestro. En relación a esto, Borges comenta que Swedenborg nunca dejó de ser el típico hombre ilustrado y metódico, pues su descripción del cielo es igual a la de un explorador que viaja a un país lejano y deja constancia de sus paisajes, sus gentes y sus costumbres, sin fantasías ni juicios, sino dando toda la información posible.
Su mentalidad religiosa es totalmente dualista. Por una parte, hay una radical oposición entre lo corporal y lo espiritual, por supuesto lo primero es tosco, bajo y totalmente desechable, pues el ser humano es su espíritu. Después hay un dualismo total entre el bien y el mal. Los buenos van al cielo, los malos al infierno, y cielo e infierno son perfectamente simétricos en su oposición. Aquí Swedenborg muestra una mentalidad universal pues acepta que todos los paganos e infieles también pueden ir al cielo si son buenas personas, pues ellos no tienen la culpa de que no se les haya evangelizado. Una vez en el cielo, los ángeles se encargan de que acepten la fe verdadera y así se convierten en buenos cristianos. Incluso menciona Swedenborg a la gente de planetas distantes que no saben que en la Tierra se ha revelado la auténtica religión; si han sido fieles a sus creencias, hay sitio en el cielo para ellos.
De hecho, lo que entusiasma a Borges es la idea más original que aportó Swedenborg: ni el cielo es un premio, ni el infierno un castigo. Es cada ser humano el que los crea, según la disposición de su alma. Los buenos van a donde están los otros buenos, y su bondad es el cielo. Los malos buscan la compañía de otros malos, y sus envidias, conspiraciones y violencias son el infierno. Pero en cierto sentido los malos son “felices” en su infierno, es donde desean estar. Si se acercan demasiado al cielo, lo perciben con dolor y repugnancia. Son las elecciones que han hecho en su vida las que los han llevado a ese estado. Una vez más, Swedenborg parece más zoroastrista que cristiano, si se me permite la expresión.
En el relato de Borges, un teólogo que defiende ideas equivocadas acaba de fallecer, pero como ocurre generalmente, todas sus propiedades y objetos aparecen igualmente en la otra vida, por lo que no se da cuenta de que está muerto. Unos personajes ilustres le visitan y quieren convencerle de sus errores, pero él los desprecia. Eran ángeles que al comprobar que no pueden salvarle, lo abandonan. Su casa va perdiendo forma, y a su alrededor ya no está la ciudad sino unos arenales. Una habitación está llena de instrumentos desconocidos, otra es tan pequeña que no puede entrar, en otra hay gente que lo alaba y adula, “pero como alguna de esas personas no tenía cara y otros parecían muertos, acabó por desconfiar”. El teólogo finalmente abandona la casa y se adentra en los arenales.
No es que haya podido sacar ninguna enseñanza espiritual de Swedenborg. Su más allá definitivo y automático no me produce ninguna esperanza. Quizá Borges en este breve relato condensó todo lo que Swedenborg había aportado a la humanidad. Reconozco que es una idea algo extrema, pero a Borges le hubiera gustado: que un visionario llenara páginas y páginas de pesadísimos tratados para que un poeta dos siglos después alcanzara la inspiración para tres páginas brillantes.
Comentarios
Del infierno algo muy similar dice Unamuno en sus diarios cuando medita sobre el infierno: "estar eternamente condenadao a estar encerrado en uno mismo sin posibilidad de alteridad alguna"... Toda una enseñanza...
Por cierto, Kant oficiando de super-ilustrado, tiene un libro en el que pone a parir a Swedemborg por no ser racional y delirar con sus fantasías. Borges, mucho más fino, y perceptivo si se daba cuenta del sentido de los universos visionarios e imaginativos del sueco...
En el libro que yo he leído se dice que lo que se llama "Diablo" es sólo la región más profunda del infierno. Por lo menos Swedenborg tuvo el detalle de no hacerle un equivalente negativo a Dios. De Dios dice que es el sol del cielo, y que es humano, porque la humana es la forma más perfecta, de ahí lo de que estamos hechos a su imagen y semejanza. Este libro a veces me ha parecido tan candoroso...
Y no sé de qué se quejaba Kant, no hay nada menos delirante que las ordenadas visiones lógicas de Swedenborg.
Interesante persona es Swedenborg, no lo conocía y ya me cae bien.
interesante blog.
Fractalmente.
h.
Estoy seguro de que merece la pena por su imaginación visionaria. Los poetas suelen enseñar más acerca de la vida que los lógicos (como Kant). Pero no creo que haya que tomarlo literalmente: habitantes de Venus, ángeles en casas, etc.
Y a propósito del infierno, hasta la genial intuición nietzscheana del eterno retorno de lo idéntico ("el absurdo eterno", como él mismo llega a escribir) puede aproximársele: no habría salida, ni nirvana posible, ni muerte ni extinción...
Creo que su vivencia, la de Swedenborg, fue extraordinaria. Supone un contrapunto, como Hamann, como Leibniz incluso, a ese siglo tan ilustrado y racional. Y su pizca de locura, provechosa para la sabiduría.
Un saludo muy cordial:
B.
Os doy una muestra sobre algo relacionado con los ángeles (o sea, el espíritu:
“Cada uno construye su propia casa y estado. Las almas en pena se atormentan atemorizadas por la muerte y no se acuerdan de que acaban de morir. Los que viven en la maldad y la mentira tienen miedo de todos los demás... Swedenborg lleva la buena nueva de un decir dorado que expresa en singular belleza las leyes de la ética. Como cuando dijo aquella frase famosa, que «en el cielo los ángeles avanzan siempre hacia la primavera de su juventud, de modo que el ángel más viejo parece el más joven»; «cuántos más ángeles, más espacio hay en el cielo»; «la perfección del hombre es el deseo de ser útil»; «el hombre, en su forma perfecta, es el cielo»... Los ángeles, por el sonido de la voz, conocen el amor de un hombre; por la articulación del sonido, su sabiduría; y por el sentido de sus palabras, su ciencia” (Emerson: Obra ensayística, Artemisa ediciones, Tenerife-Valencia, 2009 pp. 354-355. El texto citado pertenece a la obra de Emerson: Hombres representativos).
Un cordial saludo:
Boehmiano
En cuanto a "la perfección del hombre es su deseo de ser útil", es cierto que en este caso Swedenborg tiene una mentalidad muy de su época: no basta con ser bueno, hay que contribuir con algo a la sociedad, estudiar, crear y crecer como persona. Explica la historia de un asceta que había pasado su vida mortificándose tanto que al llegar al cielo no podía disfrutar de la felicidad angélica. Este es uno de los detalles que destaca Borges.
En fin, si lees esos libros de Swedenborg que tienes, quizá podrías publicar alguna entrada en tu blog, que hace tiempo que no te leo.
Nos vemos,
h.
Saludos y gracias
No tengo una respuesta, pero sospecho que la mayoría de personajes de "Historia universal de la infamia" no deben parecerse mucho a los reales, sino que Borges imaginó su propia versión de ellos. Quizá con Melanchthon sólo pretendía oponer un teólogo protestante cualquiera a la fantasía religiosa de Swedenborg, aunque el elegido no fuera el más riguroso de todos. Pero sólo es una suposición mía.
Gracias por tu visita,
h.