La levadura en la masa

A mediados del siglo XX, una joven francesa, Magdeleine Hutin, leyó la biografía de Charles de Foucauld, aquel hombre controvertido y extremo cuya fe le llevó a buscar lo más radical, en su caso abandonar la sociedad y marchar a lo profundo del desierto del Sahara, y vivir entre pueblos no cristianos dando el testimonio de una vida contemplativa y abierta a todos. Para Magdeleine, esta lectura provocó una intuición profunda de cómo desarrollar la espiritualidad que le había comunicado. En aquella época, antes de la II Guerra Mundial, ya existían comunidades religiosas que seguían el camino de Foucauld y habían establecido conventos en el Sahara, pero Magdeleine no quería encerrarse sino estar cerca de la gente. También había órdenes religiosas misioneras trabajando con los pueblos de África, pero su aire colonialista poco respetuoso con las culturas autóctonas no le agradaba. Poco a poco y con muchas dudas y fracasos, fue creando la orden de las Hermanitas de Jesús. El diminutivo empleado no es una concesión a la santurronería: quienes se unieran a esta orden, debían ser tan pequeñas y humildes, tan insignificantes e inofensivas, que nadie se sintiera amenazado por ellas y ni siquiera el desprecio las afectara. ¿Y a qué se dedicaron?: a ESTAR con la gente. Fueron a vivir con los nómadas del desierto, pasaron hambre con ellos, y cuando tuvieron algo que comer lo compartieron. No fueron a ayudarles, en el sentido de

Magdeleine Hutin

abrir hospitales o escuelas (otros religiosos ya se dedicaban a ello), porque eso hubiera significado pretender ser más que ellos, pretender ser más ricas o más civilizadas. Ellas querían ser UNA MISMA COSA con las comunidades con las que compartían su vida. Tampoco los evangelizaban ni pretendían convertirlos (en su profesión se consagraban “a los pueblos del Islam”), respetaban sus creencias y predicaban con su ejemplo: su humildad, su bondad, su comprensión y su disponibilidad para lo que las necesitaran hablaban más sobre su religión que ningún discurso. Querían ser como “la levadura en la masa”, ese pequeño ingrediente que sólo con su presencia provoca la fermentación.

Magdeleine siempre quiso evitar los enfrentamientos entre tradiciones religiosas. Cuando se establecían en territorio de iglesias orientales, se ponían bajo su jurisdicción, y en sus ceremonias adoptaban el idioma y la liturgia orientales. Su idea era que en su orden pudieran profesar igual católicas que ortodoxas o protestantes, pero ese reglamento no fue aceptado por la Iglesia. Qué decir ya de que mujeres musulmanas se unieran a su orden sin dejar su religión. Para ella y para los pueblos con los que vivían, esa unión era lo más natural, pero nada parecido pudo realizarse.

Con el tiempo, Magdeleine comprendió que su propósito no podía limitarse a un pueblo concreto, y las comunidades empezaron a extenderse por el mundo. Fueron a vivir con los trabajadores pobres en los suburbios de las grandes ciudades europeas, con los sin techo, con las prostitutas, con los presos, con los gitanos nómadas, con los pueblos sometidos de África y América del Sur. Ni qué decir tiene que Magdeleine fue víctima de muchas incomprensiones. Ella misma era contradictoria, impulsiva, incansable perseguidora de su ideal. Enferma desde su juventud, vivió hasta los noventa años sin dejar de viajar por todo el mundo, sin dejar de pasar hambre, frío y necesidades. En una época en que las monjas eran criaturas celestiales con hábitos almidonados, ¿qué pudo pensar la Iglesia o la sociedad de unas religiosas que vestían la ropa pobre de los trabajadores, que viajaban haciendo auto stop o en los remolques de los camiones, que trabajaban para ganarse la vida y no aceptaban dotes, donaciones o tener dinero en el banco? Su pobreza ofendía a las autoridades, que llegaron a considerarla “indigna de personas consagradas” (¡!!), mientras ellas se escandalizaban de que la misma pobreza en la población no les pareciera igualmente indigna.

Trabajando en la fábrica en 1946

Quizá lo más difícil de entender era su actitud. Las Hermanitas de Jesús se consideran contemplativas en medio del mundo. En la ideología actual de “utilidad” sólo valoramos las acciones que dan un resultado. Los misioneros “hacen” algo y se les valora por eso, pero, ¿por qué siempre se mira la cuenta de resultados? Ellas están en este mundo, con su actitud, totalmente entregadas a su ideal, hasta estar dispuestas a sufrir lo que sea y a dar la vida. La autenticidad que irradian debe ser espectacular, y creo que debe producir un efecto, silencioso, escondido, pero que me parece una auténtica revolución. La prueba es que han sido aceptadas en las culturas más diversas, de las que también han surgido vocaciones, y que ahora mismo no

En Moscú en 1964 (no podían lucir las cruces sobre el pecho)

dejan de extenderse por todo el mundo. Y sin duda sólo pueden seguir este camino mujeres increíblemente fuertes. ¿Quién estaría dispuesto a ir a cualquier parte del mundo, sin ninguna seguridad de tener algo que llevarse a la boca ni un techo sobre su cabeza, viviendo en lugares de los que la gente común en general quiere marcharse… con las manos abiertas y dispuesta a dar todo lo que pidan de una? Y sin dejar de ser humanas. Y sin dejar de creer en la humanidad. Me parecen admirables y, aunque yo no sea capaz de llegar tan lejos, saber que existen también me da esperanza.

Esta es la página en inglés de Little Sisters of Jesus, dentro de la agrupación de la Familia Espiritual de Charles de Foucauld, Jesus Caritas.

De "La crida del desert: una biografia de la germaneta Magdeleine de Jesús"- Kathryn Spink. Claret, Festa 22, 2001

Comentarios

tula ha dicho que…
Desconocía lo que relatas y me ha parecido que su propósito y claridad era pura impecabilidad.
Eran guerreras en el sentido más amplio, que lejos están las iglesias y las religiones de todo ello.
un beso.
hiniare ha dicho que…
Lo que más me sorprende de gente como Magdeleine o Foucauld es su empeño en permanecer siempre dentro de la Iglesia, y lo que tienen que sufrir por ello. Pero supongo que el espíritu que les mueve es tan fuerte que sobrevive a todo. Las Hermanitas de Jesús estan ahí, creciendo cada día, defendiendo su ideal de humildad. Magdeleine no pudo traspasar todas las barreras que se propuso, pero es increíble lo que consiguió.

Me encanta que me leas y me comentes tan rápido, antes me parecía que mis posts eran como barquitos de papel abandonados a las corrientes, ahora veo que siempre llegan a algun puerto.

Nos leemos,
h.
Anónimo ha dicho que…
Yo tampoco conocía esta historia, y tienes razón, es muy esperanzadora.
Me ha gustado la voluntad de Magdeleine de acoger en sus comunidades a mujeres de confesiones distintas, lo cual demuestra que su intención no es convertir a nadie a nada. Simplemente vivir compartiendo.
Un testimonio de fe auténtica.
Es una opción admirable.

Recuerdo que, a mis dieciseis años, cuando decidí que quería ser misionero, ya tenía muy clara una cosa: no deseaba convertir a nadie, sólo quería aprender de la gente más humilde. Nunca llegué a ser misionero porque mis hermanos de congregación en España tenían una idea distinta del voto de obediencia, je, je... ¡ups! no debería hablar de mi.
Magdeleine es un testimonio claro de que la pobreza evangélica puede ser una experiencia muy liberadora.
Gracias por el artículo.
tula ha dicho que…
Se me ocurre que si te haces seguidora de otros blogs que te gusten más personas conocerán el tuyo, sobre todo si escribes comentarios.
También pongo la opción de actualizar automáticamente en las herramientas del blog.
....y todo toma su tiempo.
un beso...te leo.
jcaguirre ha dicho que…
Conocía a los hermanitos de Foucauld de los ambientes de Zen cristiano. De las hermanitas no sabía pero mira...
De lo mejor que ha dado el siglo XX cristiano... Así tan discretamente que casi ni se nota; espiritualidad del silencio, muy afín a San Juan de la Cruz y a esos religiosos cristianos -jesuitas, benedictinos- que en el siglo XX se adentraron en el Zen como Ennomniya Lassalle y Willigis Jaeger.
Hiniare como siempre das en la diana.
hiniare ha dicho que…
Tula: veo que hay un grupito de blogueros que se pasan por aquí y eso ya me basta. Leo vuestros blogs y otros pero no hago comentarios a todas las entradas porque: 1º- alguien ya ha dicho antes lo que yo pensaba; 2º- no me parece que mis palabras puedan aportar nada más. Y casi siempre prefiero el silencio a las palabras innecesarias (evidentemente no nací para internet). Pero me hace muy feliz esta pequeña corriente de comunicación, y me alegro de tenerla.

Jordi y Jcaguirre: me parece incríble que historias como esta sean tan desconocidas. Todo el mundo conoce a la Madre Teresa de Calcuta, pero creo que las Hermanitas son comparables, y tantos otros... Quizá la gente no sabe lo que ha sido realmente el cristianismo en el siglo XX, nos quedamos con la idea de que se está acabando y resulta que han surgido movimientos así.

Por cierto, que conocí este libro gracias a que lo mencionó Teresa Forcades, que fue la traductora. Otra vez ella, guiando por el buen camino.

Hasta luego,
h.
La Sembradora ha dicho que…
Esa gente sí que sabe lo que es servir... Benditas sean. A veces pienso que seguimos estando aquí gracias a ellas: es tan sabio el universo... siempre compensando.
Abrazos.
Anónimo ha dicho que…
Hiniare, gracias por tu último comentario en mi blog. Al unir los blogs éste se ha borrado. Disculpa las molestias, llevo unos días bastante indeciso :), espero que me disculpes.