Nació en 1891 en una típica familia judía centroeuropea de laboriosos comerciantes y empresarios. Aunque la madre era religiosa y devota, ninguno de sus hijos resultó muy creyente. Ella estaba más interesada por los estudios, primero en psicología y después en filosofía. Su generación fue una de las primeras en que las mujeres tuvieron acceso a la universidad, y enseguida demostró unas grandes aptitudes. Se apasionó por la fenomenología y pronto fue una discípula aventajada de Husserl. Su interés principal era el tema de la empatía, al que dedicó su tesis doctoral. Se había educado con unas ideas éticas de servicio a la humanidad y de anteponer a todo el bien común en la sociedad. Al estallar la I Guerra Mundial, no dudó en colgar sus estudios y aprender enfermería, para trabajar con enfermos infecciosos. Su gran sentido ético la llevaba a una constante búsqueda de la verdad. No he acabado de entender el proceso, pero parece que de alguna manera sus intereses filosóficos y humanos la llevaron a la fe, bautizándose en 1922. No era extraño que los judíos se convirtieran en aquella época. Sin embargo era más habitual que optaran por una opción más cercana a ellos como el protestantismo. Edith nunca explicó muchos detalles sobre su conversión, pero al hacerse católica se sintió judía por primera vez: “No puede imaginarse lo que significa para mí ser hija del pueblo escogido, pertenecer a Cristo no solo espiritualmente, sino también por lazos de sangre”.
Ejerció varios trabajos de profesora, sin embargo su condición de mujer le impidió conseguir una cátedra a pesar de sus dotes. Se dedicó a la escritura y la traducción, e hizo giras de conferencias en Alemania y el extranjero. Era muy apreciada en ambientes intelectuales, pero pronto las cosas empezaron a cambiar. En abril de 1933 escribió una carta al papa Pío XI solicitando un pronunciamiento del Vaticano contra el antisemitismo que veía crecer en Alemania: “¿No es este intento de aniquilar la sangre judía una afrenta a la sagrada humanidad de nuestro Salvador, a la santísima Virgen y a los apóstoles? ¿No se opone diametralmente todo esto a la conducta de nuestro Señor y Salvador, quien, incluso en la cruz, oró por sus perseguidores? […] Todos nosotros, que somos fieles hijos de la Iglesia y observamos las condiciones imperantes en Alemania con los ojos abiertos, tememos lo peor para el prestigio de la Iglesia si el silencio se prolonga por más tiempo”. (Texto completo) La respuesta fueron unas vagas bendiciones. El 20 de julio de aquel mismo año, se firmó un concordato entre la Santa Sede y el Tercer Reich, que fue incumplido inmediatamente.
Edith escribió esta carta durante sus vacaciones de Semana Santa, que pasó como acostumbraba en el monasterio benedictino de Beuron. Al regresar había perdido su plaza de profesora en el Instituto Alemán de Pedagogía Científica, a causa de las leyes racistas nazis. Una brillante y reconocida filósofa como ella no era considerada apta para el puesto.
Los modernos iconos la suelen representar con la estrella de David sobre su hábito carmelita, como estaba obligada a llevar igual que el resto de los judíos. Sostiene un crucifijo, y me da por pensar que el Cristo de la cruz también debería llevar una estrella amarilla en el pecho, al fin y al cabo otro judío asesinado más. Sus asesinos los eliminaron, pero ahora sus asesinos son polvo anónimo. Los matados, en cambio, siguen presentes con sus palabras y el ejemplo de sus vidas. Nos alcanzan y nos tocan, y nos volvemos a mirarlos. Nos podemos coger a sus manos.
Ejerció varios trabajos de profesora, sin embargo su condición de mujer le impidió conseguir una cátedra a pesar de sus dotes. Se dedicó a la escritura y la traducción, e hizo giras de conferencias en Alemania y el extranjero. Era muy apreciada en ambientes intelectuales, pero pronto las cosas empezaron a cambiar. En abril de 1933 escribió una carta al papa Pío XI solicitando un pronunciamiento del Vaticano contra el antisemitismo que veía crecer en Alemania: “¿No es este intento de aniquilar la sangre judía una afrenta a la sagrada humanidad de nuestro Salvador, a la santísima Virgen y a los apóstoles? ¿No se opone diametralmente todo esto a la conducta de nuestro Señor y Salvador, quien, incluso en la cruz, oró por sus perseguidores? […] Todos nosotros, que somos fieles hijos de la Iglesia y observamos las condiciones imperantes en Alemania con los ojos abiertos, tememos lo peor para el prestigio de la Iglesia si el silencio se prolonga por más tiempo”. (Texto completo) La respuesta fueron unas vagas bendiciones. El 20 de julio de aquel mismo año, se firmó un concordato entre la Santa Sede y el Tercer Reich, que fue incumplido inmediatamente.
Edith escribió esta carta durante sus vacaciones de Semana Santa, que pasó como acostumbraba en el monasterio benedictino de Beuron. Al regresar había perdido su plaza de profesora en el Instituto Alemán de Pedagogía Científica, a causa de las leyes racistas nazis. Una brillante y reconocida filósofa como ella no era considerada apta para el puesto.
En esta encrucijada, Edith se decidió a cumplir la vocación que sentía hacía tiempo y entró en el Carmelo de Colonia. Su nombre de profesión fue Teresa Benedicta de la Cruz (o Bendecida por la Cruz). Debió ser por influencia de Santa Teresa de Ávila, cuyo Libro de la vida la había marcado. Siguió escribiendo y siendo una figura notoria. En 1938, al hacerse evidente el peligro que corría en Alemania, se trasladó al convento de Echt en Holanda, donde pensaba estar más segura, pero eso no duró mucho. Cuando los obispos católicos de los Países Bajos publicaron una carta contra las deportaciones de judíos holandeses, los nazis respondieron con una detención masiva de judíos católicos. El 2 de agosto de 1942 la policía se la llevó del convento junto con su hermana Rosa, también bautizada católica, que había profesado como terciaria de la orden. Poco después llegaron a Auschwitz y fueron conducidas directamente a la cámara de gas.
Edith Stein fue declarada santa en 1987, no sin polémica pues también fue declarada mártir, pero, ¿murió por ser cristiana o por ser judía? ¿Acaso fue ella más mártir por ser monja, o mejor que los otros judíos por ser cristiana? Quiero creer que declararla a ella santa es como hacer extensivo el reconocimiento a todas las víctimas de aquel crimen, de cualquier religión o condición, y especialmente a aquella extinguida cultura de los judíos centroeuropeos. Cargaron con su cruz y fueron conducidos como ovejas al matadero. Ella luchó con la palabra y con la razón. No pudo hacer más. Finalmente murió orgullosa de ser lo que era.
Los modernos iconos la suelen representar con la estrella de David sobre su hábito carmelita, como estaba obligada a llevar igual que el resto de los judíos. Sostiene un crucifijo, y me da por pensar que el Cristo de la cruz también debería llevar una estrella amarilla en el pecho, al fin y al cabo otro judío asesinado más. Sus asesinos los eliminaron, pero ahora sus asesinos son polvo anónimo. Los matados, en cambio, siguen presentes con sus palabras y el ejemplo de sus vidas. Nos alcanzan y nos tocan, y nos volvemos a mirarlos. Nos podemos coger a sus manos.
“La consideración de un individuo humano aislado es una abstracción. Su existencia es existencia en un mundo, su vida es vida en común. Y estas no son relaciones externas, que se añaden a un ser que ya existe en sí mismo, sino que su inclusión en un todo mayor pertenece a la estructura misma del hombre”.
-Para comprender a Edith Stein- Urbano Ferrer. Ediciones Palabra, Serie Pensamiento nº 36, 2008.
-Estrellas amarillas- Edith Stein. Editorial de Espiritualidad, 1992.
Comentarios
Sin embargo, qué triste todo. La Iglesia, que miró para otro lado, experta en nadar y guardar la ropa, durante el ascenso y consolidación del nazismos (y de los fascismos en general, no te cuento lo de España que se las trajo aún más, puesto que aquí no fue sólo connivencia ni complicidad sino opción abierta con el franquismo) traicionó a los suyos auténticos. Muchas veces he pensado en el sufrimiento de los cristianos consecuentes, no el de los católicos de masa y pasivos. Ella pagó el precio del compromiso, obviamente.
Qué triste todo, digo, porque después el Vaticano la hizo santa, con la excusa de ser una mártir de la persecución nazi. Pero la Iglesia no asumió su complicidad en la barbarie. Ya estoy curado de espanto de la tradicional inmoralidad y persistente maniqueísmo que late en el seno de la Iglesia Católica, pero me sigue repugnando. Cuando quieren borrar o anular el valor de una persona de sus filas que fue relativamente incómoda, aunque no excesivamente beligerante con las autoridades internas, la pueden hacer santa, como a Edith Stein. Es una manera de integrar un icono, de devaluarla en su esencia para resaltar una parte anecdótica, de quitar hierro a su búsqueda personal de la verdad. No, aquel mensaje de que la verdad os haría libres, la Santa Madre no lo aceptó nunca. Como cuerpo de poder, decidió que la verdad era su verdad solamente. Pero éste es otro debate.
En fin que agradezco enterarme sobre una mujer de la que no sabía nada, por lo interesante que es dar a conocer los caminos infinitos que tienen los humanos en su búsqueda individual de sí mismos y de su relación con el mundo. Por cierto, el párrafo entrecomillado final ¿es de Stein? Podría haberlo rubricado perfectamente un marxista. Esa idea de moral, compromiso y acción va a volver a prender en los próximos tiempos, si es que alguna vez se había olvidado.
Un abrazo.
Husserl estimaba que las "ciencias del espíritu" basaban su peculiar rigor en la atención a la propia experiencia depurada en una capacidad de experiencia que dejara de lado los propios convencionalismos. Una especie de experiencia purificada de proyecciones... Llegaba a hablar del sujeto de experiencia transcendental... Esto huele mucho a sabiduría espiritual e indica una conexión con esa mística carmelitana de la "atención pura", en palabras de San Juan de la Cruz.
La fenomenología ha tenido gran influencia en la filosofía del siglo XX. Uno de sus ámbitos más interesantes es el de la "fenomenología de la religión". Hay un libro excelente de Martín Velasco con ese título
Adelante con el blog... La selección de temas tratados es de lo mejorcito.
Todo lo que he leído me lleva a la famosa sentencia "el corazón tiene razones que la razón no entiende". Cuando la filosofía intenta explicar experiencias tan emocionales y subjetivas, llega un momento en que para mí las palabras dejan de tener sentido. Por eso entiendo la búsqueda de Edith, y que sobre su conversión acabara diciendo algo así como "mi secreto es para mí".
Tomo nota (como siempre) de tu recomendación. La razón sigue luchando por entender, el corazón ya ha llegado.
Saludos,
h.
un abrazo
Me alegro que os haya gustado,
h.