Charles Simonds quedó impresionado por las construcciones de adobe de los Anasazi en los acantilados de Mesa Verde o el Cañón Chelly de Arizona. Apasionado por el barro, en los setenta se fue a Nueva York, donde se dedicó a construir diminutas ciudades de adobe en las grietas de los edificios derruidos, como si una civilización de pequeños seres antiguos los estuviera colonizando. Con los años, ha dejado atrás las típicas intervenciones urbanas de la época y expone sus obras en museos. Ha ganado en originalidad y libertad de formas. Las fotos son pobres para comunicar la cualidad de la materia, pero a mí me fascina esta obra.
Comentarios
Hay algo más para mí en estas obras: cuando las miráis, ¿no os parece caminar por ellas, o entrar dentro de ellas? ¿No es fantástico que una obra de absorba así?
mmmm, no sé, las cosas pequeñas tienen una magia especial: las maquetas de tren, las casitas de muñecas, hacen soñar. La realidad sería demasiado literal.
Creo que esta obra va por ahí, hace posible lo imposible. Pero casi se puede tocar.