A partir del siglo XIII apareció en Europa una nueva forma de espiritualidad, influida por los cambios sociales: había una nueva prosperidad, las ciudades y el comercio avanzaban, el sistema feudal perdía valor y ya no se reverenciaba a Dios como a un gran rey. Giotto pintaba sus cristos y santos como serenos habitantes de una naturaleza amable, próximos a la gente. El nuevo estilo gótico llenó las iglesias de luz, las vírgenes eran bellas damas que sonreían y jugaban con sus niños, los franciscanos se echaron a los caminos a socorrer a sus semejantes, y la espiritualidad se volvió, de alguna manera, femenina.
No es que las mujeres no hubieran tenido un papel importante en toda la Edad Media: fue la época de las grandes reinas y abadesas, favorecidas por el derecho germánico, poco a poco sustituido por el derecho romano- que negaba la categoría de personas a mujeres y niños – el cual acabaría triunfando a partir del Renacimiento, y plenamente en la sociedad burguesa donde la mujer perderá todo valor.
Gran cantidad de mujeres, solteras o viudas, se unieron de forma libre, permanente o temporalmente, para compartir sus vidas y su fe. Sus otras opciones eran casarse, o ingresar en órdenes monásticas, donde dependiendo de su posición social quizá no fueran admitidas, y en todo caso se entregarían en las manos de la jerarquía que les impondría confesores y consejeros. Estas mujeres escogieron ser Libres, y además ejemplares. Hacían votos voluntarios de castidad y pobreza, se dedicaban a trabajar en los hospitales cuidando enfermos o leprosos, socorrían a los pobres. Y sobre todo vivían su espiritualidad de una manera propia: creían en una relación personal con lo divino (es decir, sin necesidad de intermediarios), y sentían que su propia alma, sin más ayuda, era capaz de hacerles llegar hasta una unión total con Dios. Por otra parte, esas eran las mismas tesis que defendía toda la mística del siglo XIV, como se puede comprobar leyendo al Maestro Eckhart. Vivieron experiencias propias y auténticas. Hicieron algo más: las pusieron por escrito.
Sus libros, en principio dirigidos a sus propias comunidades, se abrieron después a todo el pueblo, deseoso de recoger unas palabras que conmovían y llenaban, y que les eran dirigidas en sus propias lenguas: muchas de estas mujeres son las primeras grandes autoras y poetas de sus lenguas europeas. Aunque recogían la tradición bíblica y eclesial, su alejamiento del latín las alejaba igualmente de las ideas tradicionales. Utilizaban los modos de la literatura cortés: sus damas y caballeros eran personificaciones de virtudes, y sus poemas eran expresiones del Amor que sentían por el Amado. Algunas eran visionarias, lo Sagrado hablaba directamente a través de ellas. Llevaban sus palabras al límite de lo sublime.
Eran mujeres que vivían lo que predicaban, un ejemplo que admiraba a algunos religiosos. El franciscano Lamberto de Ratisbona escribió: “Señor Dios mío ¿qué arte es ese mediante el cual una vieja comprende mejor que un hombre sabio? Me parece que esta es la razón de que una mujer sea buena a los ojos de Dios: en la simplicidad de su comprensión, su corazón dulce, su espíritu más débil, son más fácilmente iluminados en su interior, de modo que, en su deseo, comprende mejor la sabiduría que emana del cielo, que un hombre duro que en esto es más torpe” Pero el reproche de la Iglesia no era por causa de la doctrina, sino por su misma forma de vida. El también franciscano Simón de Tournai escribió sobre las beguinas de Bélgica y Francia septentrional: “Les atraen las palabras sutiles y nuevas, aman discutir de problemas religiosos y teológicos, leen, debaten en conventuchos o en las calles escritos religiosos en lengua vulgar, se ocupan de misterios que son impenetrables hasta para los doctos teólogos”. Simón sentía horror a que el verbo divino “se vulgarice en lengua vulgar, las cosas santas se les den a los perros y las margaritas a los cerdos”. En diferentes procesos judiciales, la Iglesia acusó a beguinas, begardos (hombres que practicaban sobre todo la pobreza y la vida errante), iluminados y todo tipo de comunidades irregulares, de pertenecer a la herejía del Libre Espíritu, pero nunca fue un movimiento organizado, sino un sentir popular. Los perros y los cerdos de Simón de Tournay eran el Pueblo de Dios conmovido por las beguinas, el cual debía someterse a la doctrina de la Iglesia. Muchas obras escritas por estas mujeres no fueron prohibidas, sino alabadas y aconsejadas en los monasterios, pero fueron traducidas al latín para alejarlas de las manos de perros y cerdos.
Finalmente prohibidas, las beguinas se dispersaron, y muchas de ellas entraron en monasterios benedictinos, que habían estado próximos al movimiento. Aunque la historia siguió su curso, su espiritualidad ha ido apareciendo de forma reconocible, como en los místicos del Siglo de Oro español, tan semejantes en sus metáforas sobre el Amor y el Amado. Hadewijch de Amberes, Matilde de Magdeburgo, Beatriz de Nazareth, monja cisterciense formada por las beguinas, Margarita Porete, Margarita de Oingt, cartuja, unas beatificadas y otras despreciadas, han legado libros que hoy en día sorprenden por su audacia y su capacidad de llegar directamente al corazón del lector, porque del corazón de sus autoras brotaron, y no pudieron más que escribirlo como lo sentían. El testimonio de Ángela de Foligno, después beatificada, iletrada que sólo hablaba su lengua vulgar italiana, fue puesto por escrito en latín por su confesor y así arreglado, pero aún se puede sentir muy intensamente el momento en que, ante el santuario de Asís, y después de salir de una arrebato místico, “sin ninguna vergüenza gritaba y clamaba diciendo así: ¡Amor no conocido, ¿y por qué me dejas?! Pero no podía decir más y gritaba sin vergüenza esas palabras y decía: ¡Amor no conocido, ¿y por qué y por qué y por qué?!”
Y en el furor de amor Hadewijch de Amberes decía:
Saludo a aquel a quien amo
con la sangre de mi corazón.
Sufro, me esfuerzo, quiero llegar por encima de mí,
amamanto con mi sangre (a ese Dios que nace de mí).
Saludo a la dulzura divina
que recompensa el furor de Amor.
No es que las mujeres no hubieran tenido un papel importante en toda la Edad Media: fue la época de las grandes reinas y abadesas, favorecidas por el derecho germánico, poco a poco sustituido por el derecho romano- que negaba la categoría de personas a mujeres y niños – el cual acabaría triunfando a partir del Renacimiento, y plenamente en la sociedad burguesa donde la mujer perderá todo valor.
Gran cantidad de mujeres, solteras o viudas, se unieron de forma libre, permanente o temporalmente, para compartir sus vidas y su fe. Sus otras opciones eran casarse, o ingresar en órdenes monásticas, donde dependiendo de su posición social quizá no fueran admitidas, y en todo caso se entregarían en las manos de la jerarquía que les impondría confesores y consejeros. Estas mujeres escogieron ser Libres, y además ejemplares. Hacían votos voluntarios de castidad y pobreza, se dedicaban a trabajar en los hospitales cuidando enfermos o leprosos, socorrían a los pobres. Y sobre todo vivían su espiritualidad de una manera propia: creían en una relación personal con lo divino (es decir, sin necesidad de intermediarios), y sentían que su propia alma, sin más ayuda, era capaz de hacerles llegar hasta una unión total con Dios. Por otra parte, esas eran las mismas tesis que defendía toda la mística del siglo XIV, como se puede comprobar leyendo al Maestro Eckhart. Vivieron experiencias propias y auténticas. Hicieron algo más: las pusieron por escrito.
Sus libros, en principio dirigidos a sus propias comunidades, se abrieron después a todo el pueblo, deseoso de recoger unas palabras que conmovían y llenaban, y que les eran dirigidas en sus propias lenguas: muchas de estas mujeres son las primeras grandes autoras y poetas de sus lenguas europeas. Aunque recogían la tradición bíblica y eclesial, su alejamiento del latín las alejaba igualmente de las ideas tradicionales. Utilizaban los modos de la literatura cortés: sus damas y caballeros eran personificaciones de virtudes, y sus poemas eran expresiones del Amor que sentían por el Amado. Algunas eran visionarias, lo Sagrado hablaba directamente a través de ellas. Llevaban sus palabras al límite de lo sublime.
Eran mujeres que vivían lo que predicaban, un ejemplo que admiraba a algunos religiosos. El franciscano Lamberto de Ratisbona escribió: “Señor Dios mío ¿qué arte es ese mediante el cual una vieja comprende mejor que un hombre sabio? Me parece que esta es la razón de que una mujer sea buena a los ojos de Dios: en la simplicidad de su comprensión, su corazón dulce, su espíritu más débil, son más fácilmente iluminados en su interior, de modo que, en su deseo, comprende mejor la sabiduría que emana del cielo, que un hombre duro que en esto es más torpe” Pero el reproche de la Iglesia no era por causa de la doctrina, sino por su misma forma de vida. El también franciscano Simón de Tournai escribió sobre las beguinas de Bélgica y Francia septentrional: “Les atraen las palabras sutiles y nuevas, aman discutir de problemas religiosos y teológicos, leen, debaten en conventuchos o en las calles escritos religiosos en lengua vulgar, se ocupan de misterios que son impenetrables hasta para los doctos teólogos”. Simón sentía horror a que el verbo divino “se vulgarice en lengua vulgar, las cosas santas se les den a los perros y las margaritas a los cerdos”. En diferentes procesos judiciales, la Iglesia acusó a beguinas, begardos (hombres que practicaban sobre todo la pobreza y la vida errante), iluminados y todo tipo de comunidades irregulares, de pertenecer a la herejía del Libre Espíritu, pero nunca fue un movimiento organizado, sino un sentir popular. Los perros y los cerdos de Simón de Tournay eran el Pueblo de Dios conmovido por las beguinas, el cual debía someterse a la doctrina de la Iglesia. Muchas obras escritas por estas mujeres no fueron prohibidas, sino alabadas y aconsejadas en los monasterios, pero fueron traducidas al latín para alejarlas de las manos de perros y cerdos.
Finalmente prohibidas, las beguinas se dispersaron, y muchas de ellas entraron en monasterios benedictinos, que habían estado próximos al movimiento. Aunque la historia siguió su curso, su espiritualidad ha ido apareciendo de forma reconocible, como en los místicos del Siglo de Oro español, tan semejantes en sus metáforas sobre el Amor y el Amado. Hadewijch de Amberes, Matilde de Magdeburgo, Beatriz de Nazareth, monja cisterciense formada por las beguinas, Margarita Porete, Margarita de Oingt, cartuja, unas beatificadas y otras despreciadas, han legado libros que hoy en día sorprenden por su audacia y su capacidad de llegar directamente al corazón del lector, porque del corazón de sus autoras brotaron, y no pudieron más que escribirlo como lo sentían. El testimonio de Ángela de Foligno, después beatificada, iletrada que sólo hablaba su lengua vulgar italiana, fue puesto por escrito en latín por su confesor y así arreglado, pero aún se puede sentir muy intensamente el momento en que, ante el santuario de Asís, y después de salir de una arrebato místico, “sin ninguna vergüenza gritaba y clamaba diciendo así: ¡Amor no conocido, ¿y por qué me dejas?! Pero no podía decir más y gritaba sin vergüenza esas palabras y decía: ¡Amor no conocido, ¿y por qué y por qué y por qué?!”
Y en el furor de amor Hadewijch de Amberes decía:
Saludo a aquel a quien amo
con la sangre de mi corazón.
Sufro, me esfuerzo, quiero llegar por encima de mí,
amamanto con mi sangre (a ese Dios que nace de mí).
Saludo a la dulzura divina
que recompensa el furor de Amor.
Comentarios
Sería fabuloso haberlas conocido. Saludos.
El meu bloc no és ni remotament tan treballat com el teu (i no em dóna tanta feina, que és el més important).
Sí, encara queden alguns "beguinatos" que es van consevar fins a temps recents, molt transformats. Em sembla que a la d'Amsterdam encara viu una comunitat de dones, però sense connotacions religioses. I és un atractiu turístic.
Ens llegim,
h.
La edición y traducción es de Blanca Garí y tiene una muy buena introducción.
Me permito sugerirte, a ti y a los amigos lectores de tu blog, la novela histórica de Jean Bédard: "El Maestro Eckhart", muy bien escrita, en la que se recrea el pensamiento del gran místico alemán y su relación con las beguinas (Ediciones Apóstrofe, 1999).
Bueno, y ya que estamos de libros, el breve y excelente de Alois M. Haas sobre Eckhart, en Herder.
Un saludo,
B.
"El espejo de las almas simples" espero leerlo algún día cuando me vea capaz; el libro de Blanca Garí está en internet (incompleto), pero he leído el prólogo, del que he sacado información para este artículo.
Leer a Eckhart me anonada; no podría escribir sobre él. Seguro que conoces la edición de Amador Vega "El fruto de la nada", también en Siruela. El sermón sobre “Los pobres de espíritu” o “El hombre pobre” alcanza cimas tan sublimes como las palabras de Margarita Porete: “Un hombre pobre es el que nada quiere, nada sabe y nada tiene”...
Tomo nota de tus recomendaciones. La mística medieval me parece un tema apasionante, creo que ya me entiendes.
Hasta otra,
h.
Un saludo, he vuelto (y esta es mi nueva dirección).
Tu desahogo me sienta muy bien, he tenido unas clases sobre discriminación de género y he acabado sobrepasada por las perlas que soltaron lumbreras del estilo de Aristóteles y otros "sabios". Pero los pienso ignorar, y espero dedicar algunas entradas a las grandes mujeres de la historia que se han revuelto contra la opresión, y que estan tan olvidadas. En mi Historia de las Mujeres no hay VÍCTIMAS sino LUCHADORAS. Y al que no le guste, ajo y agua.
Besos, nos seguimos leyendo,
h.
Creo que en la mística es en donde todas las religiones se encuentran, y no es nuevo descubrir el parecido entre la mística beguina o de Eckhart con el zen. Iniciativas como las suyas son el futuro de la espiritualidad, y espero que no se queden en anécdotas marginales.