No sé si Sócrates llegó a decir
realmente aquello de “Sólo sé que no sé nada”, pero sí dijo que no se
consideraba a sí mismo un sabio. Esta fue su reacción cuando el oráculo de
Delfos contestó a su amigo Querefonte que no había en el mundo un hombre más sabio
que Sócrates. Sin embargo, en la Apología
él mismo se reconoce sabio en un tipo de sabiduría concreta: “En efecto, atenienses,
yo no he adquirido este renombre por otra razón que por cierta sabiduría. ¿Qué
sabiduría es esa? La que, tal vez, es sabiduría propia del hombre; pues en
realidad es probable que yo sea sabio respecto a ésta” (20b). La sabiduría
propia del hombre es la que interesa a Sócrates, pero habría que entender qué
considera él propio del hombre, o cómo es ese conocimiento.
Sócrates habla a menudo del alma,
pero nunca sabremos cuáles eran exactamente sus creencias, o a qué se refería
con el nombre de alma. Pudiera ser una esencia inmortal, una forma de
conciencia… En todo caso, algo que hacía que cada ser humano al mirar a su
alrededor sintiera que pertenecía a algo, que ese
algo hablaba en su interior… Esta idea del alma le lleva a identificarla como
la fuente del conocimiento que pueden tener los hombres. Así, no se trata de
llegar a adquirir sabiduría estudiando el mundo o los fenómenos exteriores,
sino que éste debe sacarlo de su propio interior. El oráculo de Delfos sostiene
la máxima de “conócete a ti mismo”, el mismo oráculo que le proclamó el más
sabio de los hombres. El no-saber de Sócrates es un conocerse a sí mismo, un
conocerse ignorante de cosas superfluas, y saberse deseoso de un saber más
auténtico.
Así, Sócrates aplica el mandato del
dios del que tanto habla en la Apología;
la sabiduría que quiere comunicar a los hombres es el cuidado del alma, llevarla
a la perfección, que es su naturaleza auténtica. Este conocerse uno mismo no es
un ahondar en la propia individualidad y cerrarse en la propia ostra; el alma
es aquello que los hombres tienen en común, aquello que los hace afines, que
los une entre ellos. Conocer la propia alma es conocer a la humanidad,
comprenderla, estimarla, sentirse unido a ella, buscar el bien común: conduce a la ética. Por eso, dice a los atenienses que no
puede hacer otra cosa que “intentar persuadiros, a jóvenes y viejos, a no
ocuparos ni de los cuerpos ni de los bienes antes que del alma ni con tanto
afán, a fin de que ésta sea lo mejor posible” (Apología 30b).
El alma debe ser por naturaleza
perfecta y buena, y esto se logra con la sabiduría, conociéndose a sí misma. La
ignorancia condena al alma a la imperfección y es el mayor vicio. En el Protágoras, Platón hace decir a Sócrates
que nadie hace el mal a sabiendas, sino por ignorancia del bien: es imposible
conocer el bien y no practicarlo. Esta afirmación de Sócrates ha sido muy
criticada, porque la experiencia diaria la contradice de forma evidente. Por
eso es necesario comprender la idea que él tenía sobre lo que es el
conocimiento: un proceso interior de transformación en que las pasiones superficiales
van perdiendo fuerza, hasta llegar a una conciencia profunda de lo que
significa ser humano, aquellas ideas absolutas y esenciales que Sócrates
buscaba definir. Llegada a ese conocimiento, la persona no puede hacer otra
cosa que ponerse a su servicio. El malvado cree estar haciendo el mal por
propia voluntad, pero ignora totalmente lo que es su propia voluntad, lo que es
él mismo, y es por tanto el más desgraciado de los hombres. El hombre de bien
logra en sí mismo su propio galardón, porque se realiza y llega a ser lo que
verdaderamente es.
Por lo tanto, Sócrates no enseña nada
a los hombres, sino que se preocupa por pulir en ellos aquellas capas
superficiales de pretensión y comodidad que les hacen dar por ciertas cosas en
que no han profundizado. Él llama a este proceso mayéutica, comparándolo con el
trabajo de comadrona de su madre: él no engendra el saber ni es su autor, pero
ayuda a que el discípulo saque de su interior el conocimiento que siempre había
estado ahí.
La muerte de Sócrates es la corona y
confirmación de todo lo que había enseñado con su vida. Su conciencia le impide
ceder ante las acusaciones de que es objeto, le impide ganarse a los jueces con
halagos, le impide huir. Como hombre que conoce el bien, no puede evitar
ponerse a su servicio, y es incapaz de renunciar a sus creencias para salvarse,
de ir en contra de todo lo que conoce y de la forma en que ha vivido. Aquellos
que lo condenan representan la ignorancia, creen hacer lo que es mejor para
Atenas, sin darse cuenta del daño que se hacen a sí mismos: “si me condenáis a
muerte, siendo yo cual digo que soy, no me dañaréis a mí más que a vosotros
mismos” (Apología, 30c). Condenando a
Sócrates se condenan a sí mismos a no alcanzar jamás la sabiduría. Y en su
muerte, da una última lección, la de que “más vale padecer una injusticia que
cometerla” (Gorgias, 474b), porque,
según Jenofonte, Sócrates “prefirió morir siendo fiel a las leyes, antes que
vivir violándolas” (Recuerdos IV 4).
Y esto, porque, el que no sabía, había alcanzado la sabiduría, había vivido por
ella y con ella y para ella murió.
Comentarios
muy interesante y bien expuesto el repaso que aquí dejas sobre la figura de Sócrates. Estupendo que recuerdes a un personaje tan fascinante de la historia del pensamiento en este espacio tuyo lleno de atractivas sugerencias.
Aprovecho para agradecerto el gesto de consideración que has tenido con el blog que administro.
Por mi parte también me considero premiado por haber añadido el tuyo a mi lista de Lugares que recomiendo.
Te mando un cordial saludo
"El hombre de bien logra en sí mismo su propio galardón, porque se realiza y llega a ser lo que verdaderamente es."
Es así.Así de simple.Así de cierto.
Interesante y valioso profundizar el tema de la " mayéutica"
Excelente artículo.
Un abrazo, Hiniare.
Tuve la suerte de leer con 17 años el hermoso libro de Antonio Tovar: Vida de Sócrates. Entre tanto conocimiento académico que atesora se deja traslucir, para las almas afines, un algo especial, delicado y fuerte.
El gallo de Esculapio y el cisne de Platón son ya arquetipos colectivos.
Un saludo,
B.
Tuve la suerte de leer con 17 años el hermoso libro de Antonio Tovar: Vida de Sócrates. Entre tanto conocimiento académico que atesora se deja traslucir, para las almas afines, un algo especial, delicado y fuerte.
El gallo de Esculapio y el cisne de Platón son ya arquetipos colectivos.
Un saludo,
B.