Piel de asno
es un cuento muy popular en la cultura francesa, sobre todo en la versión
versificada de Perrault de 1694. Pero en realidad se trata de un cuento popular europeo que conoce muchas variantes; curiosamente, una de ellas es la más conocida
desde el siglo XX: La cenicienta. En
inglés se suele titular Catskin, pero
una de sus versiones más difundidas es la de los hermanos Grimm, titulada en
alemán Allerleirauh (“bestia peluda”).
Su título más conocido en castellano es “Toda-clase-de-pieles”.
Ilustración de Catskin por Bluefooted
Aunque los Grimm suavizaron muchos
aspectos de los cuentos populares que recogieron a mediados del siglo XIX, los
tiempos posteriores han sido más pudibundos a la hora de modificar el principio
de este cuento, buscando toda clase de subterfugios, cuando ni ellos ni
Perrault tuvieron problema en explicarlo tal cual. Porque el cuento comienza
con
Érase una vez un rey, que vivía
felizmente casado con la reina más hermosa que hubiera existido jamás. Aunque
únicamente tenían una hija, eran tan felices que no les importaba carecer de
heredero. Pero como no hay cuento si la felicidad no se acaba, la reina enfermó
y en su lecho de muerte, al despedirse de su esposo, le hizo prometer que jamás
se casaría con otra, a no ser que encontrara una mujer más bella que ella. Bien
sabía ella que esto era imposible, sólo que…
La princesita creció, y para asombro
de su padre, no sólo era el vivo retrato de su madre, sino que la superaba en
belleza. Por lo tanto, el rey tomó la decisión de casarse con ella. Esto no
hizo nada feliz a la princesa, que para tratar de desanimar a su padre, antes
de aceptar le pidió cosas imposibles: un vestido hecho de sol, un vestido hecho
de luna, un vestido hecho de estrellas, y por último, un vestido de pieles que
incluyera todas las pieles de todos los animales que existían.
La Catskin de Arthur Rackham
Pero las tejedoras tejieron los
vestidos, y los cazadores cazaron a todos los animales del reino y trajeron sus
pieles, y la princesa no tuvo más remedio que aceptar la boda. Sin embargo, la
noche anterior se tiznó la cara y las manos, se enfundó el vestido de pieles,
metió sus tres vestidos brillantes en una cáscara de nuez, y escapó del
palacio.
En su huida llegó a un reino lejano,
donde fue acogida por los sirvientes del palacio, compadecidos de tan extraño animal.
La llamaron “Toda-clase-de-pieles”, le dieron un cuchitril para vivir, y la
emplearon en fregar y recoger la ceniza de las cocinas. En el palacio vivía un
príncipe (tenía que aparecer el príncipe azul) que buscaba esposa, por lo que
sus padres organizaron un gran baile. Para ser más exactos, fueron tres los
bailes, porque en los cuentos, las cosas deben repetirse siempre tres veces. En
estos bailes, la princesa no perdió ocasión de quitarse su disfraz y lucir sus
trajes de sol, luna y estrellas. Aparecía y desaparecía sin que nadie supiera
quién era ni cómo se había marchado, y el príncipe se enamoraba más a cada
baile. Tras los bailes, volvía a su cuchitril, guardaba sus trajes mágicos y se
volvía a disfrazar de animal salvaje, que sólo servía “para que le tiraran las
botas a la cabeza”. Como también debía cocinar la sopa que se tomaba el
príncipe, aprovechaba para echar en el tazón uno de los objetos de oro que
había traído de su palacio: un anillo, un torno de hilar y una devanadera. De
esa manera, la hacían presentarse ante él, y aunque el príncipe la interrogaba
en vano sobre el hallazgo de los objetos de oro, al menos así era consciente de
su existencia. El príncipe la miraba con repugnancia, sin sospechar que estaba
ante la misma por la que había suspirado unas horas antes.
Donkey skin, por Harry Clarke
Pero en el último baile, el príncipe
le colocó un anillo en el dedo sin que ella se diera cuenta. Tras su
desaparición, el enamorado removió todo el castillo intentando encontrar a su
amada; la princesa apenas tuvo tiempo de disfrazarse, sólo se echó el abrigo de
pieles por encima, y no pudo tiznarse. Por lo que el príncipe vio brillar en su
mano el anillo, y tirando del abrigo, descubrió bajo él a la resplandeciente
princesa. Y ya sabemos cómo termina el cuento.
Peau d'âne por Gustave Doré
Hay muchas versiones en imágenes de estos cuentos como Peau d'Âne, película musical francesa de 1970 dirigida por Jacques Demy, con Catherine Deneuve y Jean Marais (intentando recordar a “La bella y la bestia” de Cocteau). Sobredosis de cursilería, yo sólo he soportado cinco minutos:
Pero yo recuerdo con cariño una versión de “El cuentacuentos” (The storyteller), entrañable serie de los 80 con muñecos de Jim Henson, aquí titulada “La cenicienta”, con una preciosa narración visual, pero apta para todos los públicos. De vez en cuando se puede localicar por la red, la recomiendo.
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