Orlando Furioso, Ludovico Ariosto
Este poema épico es
la reescritura renacentista, culta y humanista, de las fantasías
caballerescas alrededor de los paladines franceses, nacidas de los
primitivos cantares de gesta medievales. Aquel Roland de la Chanson
de ídem, que moría heroicamente en Roncesvalles, fue reinterpretado
más tarde como caballero artúrico y, bautizado en Italia como
Orlando, y en la floreciente corte de los Este de Ferrara, Matteo
Boiardo lo hizo protagonista de una intriga folletinesca con
princesas y dragones. Este Orlando
innamorato
ahora tan olvidado entusiasmó a sus contemporáneos, y como el autor
lo dejó inacabado, fue pie para que Ludovico Ariosto lo continuara,
con muchísimo más éxito, en su Orlando
furioso.
Estamos hablando ya del siglo XVI. La redacción en
verso quiere emparentar esta obra con las épicas clásicas, y mezcla
caprichosamente las referencias a mitos clásicos con la fantasía
medieval. De nuevo aparecen montones de personajes y tramas, y de
hecho, en medio de ellos Orlando es uno más y no muy destacado. Hay
detalles de “modernidad”, como el erotismo de Angélica y Olimpia
encadenadas en la roca para ser devoradas por el monstruo marino,
“completamente desnudas”. Cuando en un romance medieval se
afirmaba que la dama aparecía totalmente desnuda, siempre se añadía:
“sólo llevaba la camisa”, que era el súmum de la desnudez de
una dama. Pero aquí no sólo es un hecho literal, sino que el autor
se recrea en la descripción detallada de la anatomía de las damas,
tal y como las contemplan encantados sus caballeros salvadores. Y no
digamos ya el rijoso episodio del ermitaño pervertido que quiere
aprovecharse de Angélica y cómo termina su intento.
El rescate de Angelica por parte de Ruggiero visto por Ingres. Cualquier parecido con Perseo y Andrómeda no es pura coincidencia.
Por otro lado, es muy destacada la defensa de las
mujeres en todo el texto. Hay fragmentos literales de alabanza a la
condición femenina, pero también hay ejemplos de personajes
femeninos íntegros y esforzados, a menudo engañados por hombres
falsos y cobardes. Hay todo un país dominado por mujeres semejantes
a las amazonas. Y sobre todo, hecho nunca visto antes en romances
caballerescos, hay auténticas mujeres guerreras, mejor dicho,
mujeres-caballeros, con todas las connotaciones de hidalguía,
destreza y valentía que el término conlleva. La resoluta Bradamante
no se queda esperando la vuelta de su amado Ruggiero, sino que
remueve cielo y tierra buscándolo, y afrontando todos los peligros.
Se enfrenta y vence en singular combate a todo caballero que se le
cruce, salva de entuertos a damas desvalidas, derrota a magos y a
gigantes. Y no se le queda atrás la brava Marfisa. Mientras la
primera es ejemplo de dama cristiana, benevolente con sus enemigos
derrotados, la segunda, de origen pagano, rebana pescuezos en medio
del ejército enemigo. Los otros caballeros no saben si desafiarlas o
enamorarse de ellas.
Nunca se había visto nada como esto en las novelas caballerescas.
Así era vista Marfisa en una imagen contemporánea.
Viaje
a la luna de Astolfo, partiendo desde el Paraíso Terrenal, a bordo
del carro de fuego de Elías y acompañado de San Juan Evangelista.
En la luna, donde va a parar todo lo que se pierde en la tierra,
Astolfo encuentra la cordura perdida de Orlando.
Bradamante
encuentra en la tumba de Merlín a la maga Melissa, que será su
benefactora a lo largo de la historia.
Bradamante
contempla el rapto de Ruggiero por el hipogrifo (aquí más bien un
pegaso), y la lucha entre Bradamante y el mago Atlante.
Angélica y Medoro según Tiepolo: la pareja de enamorados garabatea todos los árboles del bosque con sus nombres (hay cosas que son tan antiguas como el mundo).
Pues bien, la larga historia de este Roland que empezó como feroz guerrero en el siglo XII, que se popularizó en romances (el Roldán del Romancero español) y que fue elevado a los altares de la alta literatura con el Orlando de Ariosto, aún cobró nueva vida en el siglo XIX, con el triunfo y la inmensa popularidad del teatro de marionetas italiano, especialmente en Nápoles y sobre todo en Sicilia. La Opera dei Pupi estaba protagonizada por un Orlando de bigotes de mosquetero y empenachada cimera, que espadón en mano brincaba partiendo por la mitad a renegridos moros, suspirando por una bonita Angélica de larga cabellera morena, y sometiéndose a los mandatos de un barbudo Carlomagno. Allí estaba todo, Ruggiero cabalgando su hipogrifo, la malvada bruja Alcina, Bradamante derrotando al mago Atlante, y cientos de maravillas más provenientes de la fuente inagotable del poema de Ariosto para encandilar a chicos y grandes, al menos así fue hasta mediados del siglo XX. Ahora, superada por otros medios de entretenimiento, la Opera dei Pupi es una reliquia a la que se le dedican museos, en sus principales sedes o escuelas, la de Palermo y la de Catania. Espero que aún encuentren público al que le apetezca dejarse llevar por la fantasía.
Los paladines (y paladinas) ante Carlomagno.
Escena de lucha
Bradamante en versión pupo.
Y
por último, mi pupo Orlando señala con su fiel espada Durindana los
primeros versos del Orlando furioso
en la traducción de Edicions 62. El original dice así:
Le
donne, i cavallier, l’arme, gli amori,
le cortesie, l’audaci imprese io canto,
che furo al tempo che passaro i Mori
d’Africa il mare, e in Francia nocquer tanto,
…..............LA
AVENTURA CONTINÚA
Comentarios
El Orlando ha tenido una gran influencia en la literatura y el arte, y es una pena que la gente no conozca sus aventuras. Ya tardan una buena (BUENA) adaptación en cómic o en película. Este material es oro puro.
h.
http://www.anabad.org/noticias-anabad/28-bibliotecas/4057-500-anos-del-orlando-furioso-exposicion-6-octubre-bne
h.
Sin duda eso es válido para toda la poesía, y para la literatura en general. Pero para los que no conocemos una lengua, el recurso de la traducción es el único que tenemos. La traducción es reinterpretación, y por eso también es creación literaria. Yo leí la versión catalana de Bonaventura Vallespinosa en verso para Edicions 62. Quizá ya se ha quedado anticuada, pero espero disponer alguna vez de una hermosa edición biblingüe, como la que tengo de la Divina Comedia.
h.