Barbarie cotidiana


Sigo con las recomendaciones o libros que han caído en mis manos por pura chiripa o atraídos por el poderoso magnetismo que producen mis dudas, cuestionamientos y abrasadoras ganas de saber: El miedo a los bárbaros, de Tzvetan Todorov. Realmente no hay una página de las trescientas y pico de este libro que no esté llena de reflexiones y sugerencias, de sensatez y de verdades, por lo que ni siquiera he llegado a resaltar citas: es un libro citable de principio a fin.

Básicamente viene a decir que es el miedo a los bárbaros (diferentes, novedosos, intraducibles) el que nos impulsa a cometer actos de barbarie (negarlos, rechazarlos, perseguirlos). También es muy destacable su definición de barbarie como algo intrínseco de la humanidad: la barbarie no es cosa de monstruos, sino que nace de los sentimientos de indefensión, miedo y egoísmo tan propios del ser humano. Esto no significa justificarlo, sino entender su verdadera naturaleza: con aquello que se sitúa fuera de la humanidad ni siquiera se puede tratar. El bárbaro es el que no considera humanos a los otros, y por tanto puede tratarlos como a cosas, puede tratarlos con crueldad sin creer que hace nada malo. Da igual que esos otros sean a su vez pacíficos o violentos. Tratar a los violentos como si no fueran humanos es otro acto de barbarie.

A mí este libro me parece un manual de tolerancia y decencia, y me gustaría poder destilarlo en píldoras y recetarlo a todos aquellos que lanzan sus mensajes de odio y racismo contra los otros. Pero desgraciadamente he llegado a la conclusión de que no se puede razonar con los intolerantes, porque el racismo no es cosa de razón sino de sentimientos. El racista vive en una realidad en la que está siendo constantemente agredido por los extranjeros, y no importa que yo viva en el mismo mundo y no me ocurra lo mismo. Sé que la realidad es algo construido por la psique y su contenido se ve afectado absolutamente por los sentimientos; la memoria no es un almacén de datos, sino un mestizaje de percepciones y estados de ánimo, tanto de los que se vivieron junto con las experiencias, como de los que se sienten al recordarlas. Si el racista está convencido de que los extranjeros son ladrones y embusteros, y disfrutan de todos los privilegios posibles en detrimento de él mismo, todo lo que le ocurra en la vida se explicará por esos motivos; ha sufrido cómo le insultan y cómo se le cuelan en la cola del médico, ¿cómo puedes venir tú luego a convencerle de que eso no ha pasado de esa manera, o de que los no-extranjeros también le hacen lo mismo sin que le afecte tanto? Sobre esas vivencias cotidianas se construyen las ideas de exclusividad territorial y fronteras infranqueables, de culturas inferiores, de religiones perversas, de diferencias irreconciliables.

Hablo del racismo de barrio, de patio de vecinos, cotidiano y mezquino, que se extiende por las calles como la peste a col hervida. Hablo de vecinos y familiares, incluso de gente a la que aprecio. Como recomienda Todorov, no caigo en el juego fácil de odiar a los que odian (y que quizá me odian, o me desprecian, o me tratan de lunática o ilusa devoralibros ignorante de la realidad). Lo que no dejo de hacer es: fundamentar mis ideas en la autoridad de los pensadores de todos los tiempos que reflexionaron sobre el tema, y en los libros de historia que explican porqué el mundo de hoy ha llegado a ser como es; y hablar y actuar siempre en consecuencia cuando la injusticia se presente o se proclame, aunque sea en esas cosas pequeñas de barrio y de patio de vecinos.

La intolerancia se resume en frases cortas, en eslóganes, en pintadas. La razón se extiende en largas y profundas explicaciones, como este libro de Todorov. Leerlo es un diálogo y un estímulo continuo, capaz de mantenerme despierta incluso en en las pesadas siestas de vacaciones. No se me ocurre mejor manera de recomendarlo.

El Miedo a los bárbaros: más allá del choque de civilizaciones -Tzvetan Todorov (Galaxia Gutenberg: Círculo de Lectores, 2008)

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