Gracias a una buena recomendación ha llegado a mis
manos el libro de Rob Riemen Per combatre aquesta època (Para
combatir esta era / To Fight Against This Age). Riemen es un
pensador y ensayista holandés, fundador de la publicación Nexus
en 1991, que dio lugar a la creación del Instituto Nexus en
1994, un foro de difusión de la cultura, las ideas y el debate. Este
breve libro compuesto de dos ensayos lleva por subtítulo: Dues
consideracions urgents sobre el feixisme, una continuación muy
pertinente de las lecturas sobre la II Guerra Mundial con las que
acabé el curso.
Después de constatar los horrores que el fascismo
desató en Europa, sólo me hacía falta escuchar que nos encontramos
en una nueva era pre-fascista, algo que ya podía sospechar viendo
las noticias y todo lo que pasa a mi alrededor. La última gran
guerra fue tan devastadora, que tras ella Europa fue capaz de
recapacitar y entró en una época nueva y sin precedentes, una época
en que la posibilidad de que sus estados se vuelvan a masacrar en una
guerra ha desaparecido por primera vez en la historia. Durante
cuarenta y cinco años se mantuvieron dos bloques políticos
amenazándose mútuamente en una guerra fría, pero incluso esa
situación acabó siendo barrida por el cambio de los tiempos, y
pareció que las democracias liberales y el estado del bienestar se
imponían como la mejor opción. También el capitalismo y la
sociedad de consumo. Todos estos logros positivos vienen envueltos en
un paquete inquietante que esconde numerosos peligros, el de la
cultura moderna occidental.
Riemen recoge los pensamientos de autores como Goethe,
Tocqueville, Thomas Mann, Nietzsche u Ortega y Gasset para analizar
esta sociedad occidental moderna que es capaz de llevar el arte y la
ciencia a sus más altas cotas, pero al mismo tiempo engendra una
nueva forma de cultura: la sociedad de masas. Gracias a los medios de
transporte y de comunicación masivos, a la inmensa expansión de las
ciudades, al progreso material que inunda los mercados de productos,
se crea este nuevo habitante de la sociedad de masas, tan propio del
siglo XX. Según Riemen, se desarrolla como un niño malcriado en un
ambiente que se lo consiente todo: lo quiere todo, lo quiere ya, no
le importa lo que cueste, no le importa quien salga perjudicado; no
quiere esforzarse, no quiere complicaciones; si no está satisfecho,
reacciona con una pataleta, atacando a los demás, rompiendo todos
los juguetes y destrozando la casa.
Como los niños malcriados, hijos de unos padres modernos
que no quieren ser autoritarios, el ciudadano ha pasado, de la
excesiva represión de las religiones oficiales, a la total ausencia
de ética o valores. De la misma manera, la herencia cultural de
occidente, que durante tanto tiempo fue monopolio de las élites, no
se ha difundido a la población en general, porque el ciudadano
moderno no quiere esforzarse en aprender, estudiar o meditar sobre
esa herencia. Es la gran paradoja que haría llorar a los ilustrados
del XVIII y a tantos idealistas de la historia: cuando las mieles de
la cultura están por fin al alcance de todos los pueblos, resulta
que nadie está interesado, sino que prefieren el ocio, el cotilleo,
la musiquilla y la pornografía.
Y por supuesto, surgen los celos, la avaricia, la
insatisfacción y la depresión. Ante ello, el ciudadano como niño
viciado sólo sabe responder con el odio y la violencia. Éste es el
panorama que dio lugar a los fascismos de principios del siglo XX,
unos movimientos que nunca hubieran podido existir sin la sociedad de
masas. Las ideas se han simplificado tanto para ser comprendidas por
la gran mayoría, que se han reducido a titulares, eslóganes y
tópicos que no diferencian ya entre la publicidad y la política.
Terreno abonado de demagogos y manipuladores que pueden azuzar a esas
masas contra cualquier chivo expiatorio, mientras las democracias son
vaciadas de utilidad o sentido a base de leyes que recortan nuestros
derechos, alegremente entregados por los ciudadanos, y de paso las
arcas del estado acaban en bolsillos particulares.
Riemen clama contra las falsas apariencias de ésta
época moderna que esconde los mismos rasgos de aquella Europa que se
lanzó a los brazos del totalitarismo, que ya ha olvidado la lección.
Las apariencias cambian, pero el continuo vaciado de sentido de la
sociedad da lugar a un nuevo fascismo, digamos, estándar (para
distinguirlo del histórico): la democracia se devalúa en su propia
corrupción, pierde prestigio, y aparecen líderes “salidos del
pueblo” que van a poner orden, “purificando” de elementos
extraños la sociedad para devolverla a un pretendido estado ideal
del pasado. Enseguida aparece un satanizado enemigo al que odiar; los
opositores son enemigos del pueblo, son traidores y mentirosos, hay
que acusarlos, condenarlos, encarcelarlos, anularlos. No hay diálogo
ni tregua, los líderes aparecen como fuertes, poderosos, ofrecen
“mano dura”. Se explotan los miedos y los prejuicios de los
ciudadanos, se fomenta su ignorancia, y éstos se muestran dispuestos
a renunciar a sus derechos, y destruyen todas las instituciones que
eran la única garantía de justicia que les quedaba. ¿Suena
familiar?
Para Riemen la democracia es un sistema pensado para
hacer mejores a las personas: con más derechos, con más acceso a la
cultura, a la salud, gracias a una libertad y una justicia que
amparen su convivencia. La violencia, el racismo y el odio son el fin
de la democracia y el fin de Europa (si es que la entendemos como la
herencia del humanismo y la Ilustración). Lo que se extendía en
estas tierras durante los años 30 y 40 del siglo XX no fue Europa
sino un erial poblado de jaurías de lobos ensangrentados y de
montañas de cadáveres.
A mi alrededor sólo escucho mensajes de odio. Afloran a
todos los labios como si fuera lo más natural. La mayoría de la
gente no escucha nunca una opinión meditada, ni la lee. Tienen ideas
confusas sobre lo que pasó en el siglo XX. Pero están dispuestos a
saltar al primer eslogan o tweet provocativo. A propósito de mi
anterior post, podría aplicar aquí la conclusión a la que me
llevaron esas terribles lecturas sobre la Guerra Mundial: comprobé
que los ejecutores no tenían sentido de la compasión ni de la
humanidad. Sentí como propio el dolor de todas las víctimas, y
comprendí que eso fue precisamente lo que les faltó. El amor al
prójimo es una tarea difícil, porque el prójimo, considerado de
uno en uno, a menudo es insoportable y odioso, y se hace muy penoso
amarlo. Pero considerando a la humanidad en su conjunto como algo de
lo que formamos parte, en nombre de las entrañas que todos llevamos
dentro, hay unos límites que no deberíamos traspasar nunca: no
permitir jamás la injusticia, la violencia o la crueldad, aunque se
ejerzan contra aquellos que no nos afectan, o no nos gustan. Nadie
nos es ajeno, y una sociedad injusta nos hace injustos a todos. No
soy especialmente sentimental ni sensiblera, pero en vista de lo que
ha pasado en la historia de la humanidad, creo que la compasión es
imprescindible como guía, es nuestra única salvación. Que se apele
a Dios, a la ética o a la democracia es igual, la cuestión es no
permanecer indiferente y tomar partido: combatir esta época,
recuperar el legado de cultura y pensamiento que nos sirve de guía,
y armarnos de argumentos y razón (por ejemplo, leyendo libros como
éste).
Rob Riemen, Per combatre aquesta època (Arcàdia, 2018)
/ Para combatir esta era (Taurus, 2018)
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Salud y un abrazo.
h.