El universo escrito



Una obra, no especialmente original, pero que funciona como recopilación de la filosofía natural renacentista, es De occulta philosophia de Cornelius Agrippa von Nettesheim (1486-1535). De occulta philosophia es un compendio que reúne todas las ideas renacentistas sobre la magia, escrito por Cornelius Agrippa hacia 1510, aunque publicado en 1533. Presenta una visión del cosmos heredera del neoplatonismo, en que las diferentes esferas universales se comunican, desde el Creador que derrama sus influjos vitales, pasando por la esfera intelectual, la celeste y la elemental, siendo cada una una versión degradada de la anterior. Pero aún así, hasta la última esfera, la material donde habita el ser humano, llegan esos influjos y se marcan sobre sus diferentes elementos. El sabio es capaz de reconocer esas marcas, utilizarlas y gracias a ellas hacer el camino inverso hasta Dios. El libro de Agrippa se divide en tres partes, dedicadas a cada una de estas esferas, en que se describe la magia que corresponde al mundo natural a través de plantas, animales y piedras, al celestial a través de los astros y las matemáticas, y al intelectual por medio de rituales u oraciones.


Agrippa recoge las ideas neoplatónicas de Marsilio Ficino, del cabalismo de Pico della Mirandola, y de toda la tradición del Corpus Hermeticum, y a su vez sería muy influyente en Giordano Bruno. El cosmos del que habla Agrippa no es diferente al que concebía la Edad Media, ya que era el mismo que había recorrido Dante en su Comedia; pero hasta el Renacimiento, no se aceptaba otra manera de elevarse hacia Dios que no fuera la ascesis, la contemplación, siguiendo con las ideas greco-latinas que condenaban toda acción física como degradante. El hombre renacentista, en cambio, es consciente del potencial que Dios ha colocado en él, y está convencido de que debe emplear sus propios medios para ir al encuentro de lo divino: debe emplear las hierbas, piedras y elementos, trazar los signos, invocar los nombres, atraerse los beneficios de los influjos celestes y el favor de los ángeles, y para ello debe aprovechar el conocimiento legado por la sabiduría antigua, obviando sus connotaciones paganas. Este supondrá el principal conflicto al que se enfrentará la magia natural, que cada autor tratará de sortear con diferentes subterfugios.

Agrippa es uno de los que tiene menos escrúpulos a la hora de invocar demonios y erigir ídolos, excusándose en el hecho de que todos ellos pueden considerarse manifestaciones divinas. Su obra se hizo enormemente popular, al mismo tiempo que era condenada como manual de magia, y el propio autor ya había renegado de ella cuando fue publicada, pues su pensamiento se volvió más religioso, hasta el punto de despreciar toda ciencia. Agrippa se salvó de la condena religiosa, pero la magia renacentista cayó víctima de las guerras de religión y de los integrismos católico y protestante; a pesar de todo, se considera que las investigaciones de personajes como Paracelso o Agrippa fueron el origen de las ciencias modernas, de la medicina, la botánica, la física, etc. Todas ellas, sin embargo, contemplan un mundo material, mecánico y vaciado del alma y el misterio con que los contemplaban los magos renacentistas.

Signaturas
En el capítulo XXXIII del Libro Primero se habla de las “marcas y caracteres de las cosas naturales”, según el cual, las estrellas ejercen su influjo sobre todos los elementos del mundo sublunar, cada una sobre una específica piedra, animal, planta u órgano del ser humano, de manera que reciben las mismas cualidades que posee el astro. En el caso del ser humano, por su condición de ser intermedio entre lo material y lo espiritual, reúne las marcas del universo entero, aunque éste sólo es abarcable por Dios. Es similar a lo que dice Paracelso: el ser humano está “constelado de astros”, pero eso no significa que sea prisionero de su destino, ya que, como afirma también Agrippa, su conexión le permite utilizar activamente esos poderes en su beneficio. “Su cielo interior puede ser autónomo y reposar sólo en sí mismo, a condición de que por su sabiduría, que es también saber, llegue a ser semejante al orden del mundo, lo retome en sí y equilibre así en su firmamento interno aquel en el que centellean las estrellas verdaderas.” (Foucault). Este poder activo del ser humano no es más que la realización de su auténtico lugar en el cosmos.

Las similitudes, la conexión entre diferentes elementos del cosmos y los reflejos existen porque todas las cosas proceden del Uno, y se han ido derramando las unas en las otras hasta diluirse en la materia inerte. El oro lleva la marca del sol porque el mismo astro lo ha tejido en el fondo de la tierra al girar sobre el cielo; y la luz del sol no procede de sí mismo, sino que, como todos los astros, recibe su luz del que es Luz. Por eso un objeto de oro, convenientemente potenciado, puede convertirse en el primer escalón de ascenso hacia lo divino. De esta manera, la magia renacentista pone el foco en el aspecto material de lo sagrado, en la Creación, recuperando las creencias paganas y contrarrestando la tendencia espiritualista de siglos anteriores.


La escritura del mundo
Pero si todo en el universo lleva una signatura que indica su filiación secreta, puesta ahí por Dios para que el ser humano la descubra, hay otra especie de signaturas, sin duda también creadas por Dios, que son verdaderamente signos ofrecidos al hombre para su desciframiento: el lenguaje y la escritura. “No existe diferencia alguna entre estas marcas visibles que Dios ha depositado sobre la superficie de la tierra [...], y las palabras legibles que la Escritura o los sabios de la Antigüedad, iluminados por una luz divina, han depositado en los libros salvados por la tradición.” (Foucault). Las palabras están entrelazadas con las piedras, las plantas, los astros, el hombre o los ángeles.


Agrippa dedica varios capítulos a resaltar las virtudes del lenguaje. Para él, la palabra es una cualidad de la razón humana, que distingue al hombre de los animales. Existen dos clases de palabras: la interior y la pronunciada. La interior es producida por el alma; la pronunciada aúna el movimiento del alma con las capacidades del cuerpo, ya que el espíritu y el entendimiento están unidos por naturaleza a la voz corporal. Esta voz tiene el poder de cambiar a quienes la escuchan, incluso a las cosas inanimadas. El sabio puede conocer el verdadero nombre de cada cosa, aquel que lleva la marca de su esencia, que contiene sus propiedades como las piedras o las plantas. Este poder de las palabras se incrementa en el discurso, es decir, en la oración o el conjuro, que combina e intensifica las esencias de cada una. Como la mayoría de los sabios de su época, Agrippa considera que el hebreo es la lengua creada por Dios en el Paraíso, y por ello es la que usa en su revelación, pero esa lengua original ya no es comprensible por los hombres: los que la hablan y la leen en los textos ya no pueden comprender la sabiduría que oculta, si no van más allá de los sonidos y las palabras.

Pero existe un tercer aspecto, más allá del pensamiento y la pronunciación, que confiere la verdadera fuerza al lenguaje, y no es otro que la escritura: “la Escritura es la última expresión del espíritu, el número de la palabra y la voz, la colección, el estado, el fin, el tenor, y una reiteración que crea hábito” (Agrippa)


La influencia de la tradición cabalística domina todo este discurso. Según la Cábala, Dios creó primero las letras, y las letras crearon el mundo. La Escritura Sagrada contiene infinitos significados, que se pueden hallar a base de permutaciones (gematría, notaricón, temurá). Pero toda la Creación puede entenderse como una escritura sagrada. El universo está escrito, no hay diferencia entre lo que proviene de la observación y lo que proviene de la lectura o está recogido por dichos o leyendas, lo que se ve y el signo que contiene. El ser humano “constelado” lleva sobre sí las marcas de los astros: Agrippa justifica la quiromancia porque “según el texto de las Santas Escrituras, está señalado que la vida de los hombres está en sus manos” (burda tergiversación de los muchos pasajes bíblicos donde se afirma que la vida del hombre está en las manos de Dios). Los caracteres y signos de los planetas están marcados en las manos, y “Juliano los llama letras sagradas o divinas”. Es posible que “antes de Babel, antes del Diluvio, hubiera una escritura compuesta por las marcas mismas de la naturaleza, de modo que estos caracteres tendrían el poder de actuar directamente sobre las cosas, de atraerlas o rechazarlas, de figurar sus propiedades, sus virtudes y sus secretos.” (Foucault).


La importancia de la palabra escrita es tal que no bastan los incontables textos misteriosos provenientes de todo el mundo: en la búsqueda de esa escritura originaria que se le reveló a Adán, Agrippa se entusiasma con las escrituras mágicas, y recoge, recrea o quizá directamente inventa diferentes alfabetos, a los que llama Celeste, Malachim y Pasaje del río, como variaciones fantásticas del alfabeto hebreo. También recoge un alfabeto de origen clásico y más próximo al latín, proveniente de Honorio de Tebas. La creación y uso de alfabetos mágicos tendrá un enorme éxito: Paracelso creó el alfabeto de los Magi; John Dee y Edward Kelley afirmaron recibir por inspiración el idioma enochiano junto a su escritura. El uso de alfabetos mágicos para crear talismanes se extenderá por todos los sabios de la época, y marcará tanto una forma de entender la magia que todavía el esoterismo moderno, vacío de contenido, los sigue utilizando.

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