Si hay un libro con el que se puede dar una clase magistral sobre la estética de la recepción, ése es Lolita de Nabokov. Confieso que lo he leído ahora por primera vez, y al hacerlo me he dado cuenta de que, sobre las letras escritas, impresas y materiales que conforman la novela, está sobrevolando toda una historia de las diferentes lecturas que se han hecho de ella, que dicen casi más que lo que la propia novela dice, o dicen más cosas sobre los lectores que sobre la obra.
Esta historia sobre las diferentes lecturas de Lolita ya se ha hecho, y hay muchísima bibliografía al respecto. Yo, modestamente, he llegado a mis propias y poco originales conclusiones. Todo empezó con un artículo de Laura Freixas en El País donde, sin exigir nunca prohibiciones ni condenas sobre la obra de Nabokov, plantea que no debe sacralizarse por sus cualidades literarias una obra sobre la pederastia que, según ella, “está escrita de tal modo que consigue hacernos olvidar que está mal violar niñas”. Como siempre, quiero hacerme mi propia opinión acudiendo a las fuentes, y por eso he acabado leyendo la novela ahora, admitiendo que no he leído antes nada de Nabokov.
Como ya conozco la historia, el argumento en sí no puede sorprenderme, pero ha sido una lectura difícil, ha sido duro escuchar la voz en primera persona de un pederasta explicando y justificando su historia. Para mí era muy evidente el abismo que se abría entre el lenguaje pedante, intelectualoide y pseudo-poético de H. H., y la realidad sórdida de la niña a la que idealiza y utiliza, de sus viajes por moteles, por carreteras y pueblos, de su vida falsamente familiar en ciudades pequeñas y abotargadas, de la estupidez de la gente que no es capaz de cuestionar a este profesor europeo bien vestido. Para mí, ese abismo entre lo que leía y lo que estaba realmente pasando era del tamaño de la fosa de las Marianas. Una vez más, no puedo decir cuánto se aleja de las intenciones del autor la manera en que yo he leído la novela. No conozco la manera de escribir de Nabokov, y no sé si todo esto es intencionado, si realmente quería provocar esa incomodidad del lector que lo distancia del narrador, si realmente confiaba en un lector lo bastante consciente como para no creer que el autor estaba justificando a su personaje. No me ha hecho "olvidar que está mal violar niñas", no me he dejado engañar por la verborrea de H. H. ni sus metáforas, creo que se desconchan y caen como pintura barata que quiere cubrir el moho de la pared.
Insisto en que no sé suficiente sobre Nabokov, tan sólo he leído algunos artículos sobre la novela, pero sospecho que no imaginaba el alcance de su creación. Creo que en algún momento sólo se planteó hacer un retrato de la sordidez de manera paródica (el asesinato final es un gran ejemplo), y que pudo haber elegido como protagonista a un caníbal, o a un necrófilo. Evidentemente, sabía que si usaba a un pederasta, la cuestión sexual iba a ser mucho más escandalosa. Pero creo que no sospechaba que estaba contribuyendo a la formación de un arquetipo, el de la lolita, o más bien lo estaba conjurando y haciéndolo surgir del fondo de las convenciones sexuales de la sociedad.
Lo que me lleva al magnífico artículo de Rebecca Solnit Men Explain Lolita to Me: Art Makes the World, and It Can Break Us, donde propone un debate sobre el arte como algo que realmente afecta a la vida (no como un mundo ideal y bello al que huimos para olvidar la realidad); de hecho, el único arte que importa es el que te afecta para bien o para mal. Pero también afirma que una lectora va a recibir una historia de abusos y violaciones de una manera muy concreta, muy relacionada con la empatía, sea cual sea su experiencia propia, solamente por haber crecido como mujer en un mundo donde sabe que está etiquetada como víctima potencial. No puedo conjeturar si Nabokov había tenido esto en mente, si su interés por la mente enferma del criminal no descuidaba el hecho de que el personaje de la niña, por mucho que estuviera vista a través de los ojos de un monstruo, cobraría importancia para las lectoras, hasta el punto de llegar a recibir su empatía.
Pero si se sigue la historia de las lecturas de Lolita, se puede comprender el artículo de Freixas. Desde los primeros editores que rechazaron la novela por considerarla erótica, hasta los que sí la aceptaron, pero con la misma convicción, y la vendieron como una “historia de amor”. El propio Nabokov se reía de aquellos que esperaran encontrarse con una novela erótica, pues, como decía, éste es un género que no se interesa por la creatividad literaria y tiene que ser explícito con las escenas que todos esperan (y estas escenas no aparecen en la novela, donde todo el sexo es resumido por H. H. en irritantes eufemismos). Hay otra historia de los lectores que llegaron a Lolita esperando excitarse y el chasco que se llevaron. Pero a pesar de ello, durante décadas la historia se vendió como el relato de un pobre diablo seducido y utilizado por una precoz mujer fatal (el punto de vista de H. H.), a pesar de los constantes clamores de Nabokov en entrevistas y artículos insistiendo que no era ése el tema, sino que se trataba de la historia de una niña pervertida por un abusador. Pero la obra ya había escapado de sus manos, a lo que contribuyó el éxito de la película de los años 60 (que he visto pero he olvidado prácticamente, igual que la versión de los 90), que acababa de traicionar a la novela contando una historia más edulcorada y con una protagonista mucho mayor.
Ésa es otra traición a Lolita: la protagonista del libro es una niña de doce años, pero las lolitas que llenan el mundo de la moda, del cine, de la publicidad, etc., etc., son chicas de entre dieciséis y quizá veintitantos, algunas menores pero otras en edad legal, vestidas de colegialas y haciendo poses infantiles, recreando una fantasía de inocencia y vulnerabilidad. Nada que ver con la niña real, la niña que va en bicicleta y tiene las rodillas peladas, y no le gusta bañarse y prefiere correr por la calle, la niña no-mujer que realmente atrae al pederasta. Esas lolitas parecen decir: no hace falta que infrinjas la ley, con una de estas chicas puedes fantasear con tu deseo oculto de violar a una niña. Evidentemente, no todos esos lectores eran pederastas, pero la razón por la que Lolita creó un arquetipo fue porque reavivó fantasmas sobre las ideas de poder y sometimiento sobre mujeres mucho más jóvenes e inexpertas que a muchos hombres les resultan interesantes.
Y finalmente, si hay una historia sobre la lectura de Lolita, está en las portadas de sus diferentes ediciones, como las que he usado para ilustrar este artículo. Aunque Nabokov se opuso siempre a que la protagonista apareciera en la portada, las editoriales no estaban para eufemismos: esta página y ésta recogen un buen puñado de ellas, y no soy capaz de expresar mi horror ante lo que mis ojos han visto: una y otra vez, niñas viciosas y sugerentes miran al potencial lector desde esas portadas; muchas con la imagen de Sue Lyon en la película (como la que yo leí), cuadros de Balthus (ya con su propia polémica), muchísimas piruletas, calcetines y minifaldas en miradas totalmente sexualizadas; algunas imágenes ya completamente desencaminadas de mujeres desnudas o con lencería sexy, que confirman la intención de vender la novela como pornografía; algunas metáforas o juegos visuales que juegan a sugerir sexo sin mostrarlo. En todo caso, la idea es poner en el foco a la niña; se supone que sería difícil vender la novela si alguien pusiera en la portada al repugnante pederasta. A pesar de que es la historia de él, no de ella.
La
única portada que me parece que representa mi experiencia lectora es
esta de Yuko Shimuzu: el chicle pisado es una referencia al mundo
infantil pisoteado, y al mismo tiempo el asco que sugiere la masa
pegajosa es semejante al que produce el portador del zapato y toda la
historia que hay detrás. Por mi parte, yo aconsejo leer la novela, y
no creo que nadie se oponga a ello; sobre la lectura que haga cada
uno, ya no puedo opinar nada. Lolita, y la lectura de Lolita, pueden llegar a ser cosas cada vez más diferentes.
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