La Ignota Lingua de Hildegarda de Bingen: la creación de lenguas

 


Si bien hubo desde los inicios del cristianismo otras personas que habían recibido revelaciones, la transcripción sistemática de una lengua angélica o celestial es algo único hasta la época de Hildegarda. La pregunta es: ¿qué llevó a Hildegarda hasta la Ignota Lingua? A diferencia de otras creaciones suyas como los libros de revelaciones o las antífonas, que podían ser disfrutados o comprendidos de una manera u otra por el público más variado, la Ignota Lingua apenas podía recibir más que un vistazo rápido, provocar asombro y extrañeza, y ser dejada de lado por la dificultad de comprenderla; pocos debieron llegar a leerla completa, y posiblemente nadie la utilizó nunca.



Y esto se debe a que una lengua inventada es en sí una imposibilidad. Un idioma es un artefacto complejo de comunicación, y va mucho más allá de la correspondencia exacta entre las cosas y los nombres; sólo “funciona” realmente cuando se utiliza, cuando las palabras se combinan para influirse unas a otras, y el paso del tiempo y su uso hacen que se llenen de significados nuevos; sin la polisemia, es difícil que una lengua funcione. Por ello, las lenguas artificiales han tenido poco éxito práctico, y las lenguas de fantasía no pueden considerarse reales. He aquí el problema a la hora de entender la Ignota Lingua, y la pregunta que muchos estudiosos se han hecho: ¿para qué? Lo que ocurre es que la Lingua sólo es algo que parece un idioma, pero no lo es; no ha sido creada como instrumento de comunicación en el sentido tradicional; es otra cosa.


El Quenya, uno de los idiomas creados por Tolkien

La creación de idiomas en el mundo moderno tiene una larga historia, relacionada con la utopía política y la filosofía, como explica Umberto Eco en La búsqueda de la lengua perfecta; de ahí provienen proyectos como el esperanto y muchas otras lenguas creadas con la intención de fomentar la paz y el entendimiento. Pero a partir del siglo XX, el florecimiento de la creación de lenguas proviene de la literatura y se relaciona con mundos de fantasía, como las creaciones de Tolkien. Hoy en día existen personas de todos los orígenes y oficios que se dedican a esta afición extraña de la creación de idiomas (culpable 😏), lo que en el mundo anglosajón se conoce como conlangers, o Constructed Language Makers. La Language Creation Society es una de las agrupaciones más antiguas de conlangers (hasta tiene su propia bandera, con la torre de Babel), donde estos creadores pueden dar a conocer y compartir sus creaciones (recomiendo visitar el portal de Wikipedia). A menudo estos lenguajes se acompañan de alfabetos creados, siguiendo nuevamente el ejemplo de Tolkien (algo que también se le ocurrió a Hildegarda, pero parece que no llegó a relacionar sus dos creaciones). La página Omniglot está dedicada a todo tipo de idiomas y alfabetos, históricos e inventados, y es un ejemplo maravilloso de la prodigiosa creatividad humana.


Un ejemplo de la lista de alfabetos creados compartida en Omniglot

A estos creadores de lenguajes les hacen a menudo la misma pregunta: ¿para qué sirve una lengua que nadie habla? La creación de lenguas está cerca de la poesía y de la música, es creación lingüística y literaria, pero aún va más allá. Está relacionada con lo que los formalistas rusos llamaban ostranenie, mirar lo conocido como si fuera extraño. Es lo que le sucede al que aprende una lengua extranjera o antigua, tiene la ventaja de poder apreciar su sonoridad, pues es extraña para él. Escucha “la música de las palabras”, sin necesidad de comprenderlas, y las lleva a un registro poético o melódico.


El Gallifreyan de Doctor Who es uno de los alfabetos de ficción más complejos y bellos

La creación de una lengua no es tan interesante por el resultado, que nunca llegará a ser completo, como por el proceso, que consiste en generar una serie de posibilidades, de encaje de piezas, como el diseño de un juego. Los creadores de lenguas modernos pueden llegar a idear sistemas muy complejos o caprichosos, y su dedicación minuciosa y entregada puede compararse a la de los miniaturistas o los relojeros. El fruto de su trabajo parece inútil y rara vez es apreciado, y aún así, como Hildegarda, sienten la necesidad de dar a conocer su creación de alguna manera. No esperan que nadie utilice su lengua como se hace con las lenguas naturales; muestran al mundo un objeto curioso y original, y esperan que el público sepa apreciar su estética y el esfuerzo empleado, lo mismo que sucede con un cuadro, con una novela o una pieza de ballet.


Algo mío

Sabemos que Hildegarda tenía una creatividad desbordante que abarcaba todos los campos del saber que tenía a su alcance; no es extraño que alguien que escribía poéticamente y componía música sintiera una inspiración divina en la forma de un artefacto fascinante y extraño como una lengua perfecta, y dedicara sus esfuerzos a darle forma, por la simple felicidad de hacerlo. En qué circunstancias fuera usada, o si lo fue de alguna manera, quizá es lo menos importante: como las sorprendentes imágenes de sus revelaciones, basta con admirarse de su originalidad.



La búsqueda de la lengua perfecta – Umberto Eco. Crítica, 1999.

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