El libro de la ilustradora Jacky Fleming, El problema de las mujeres (Anagrama, 2017) es una desternillante colección de chistes visuales que imita el lenguaje misógino de los siglos XIX y XX sobre todo, cuando la condena moral que había pesado sobre las mujeres a lo largo de la historia empezó a resultar algo anticuada, y fue sustituida por la condena científica (ahora diríamos pseudo-científica, pero no hace tanto era oficial). Aunque resulte exagerado y cómico cuando al inicio afirma que “antiguamente no existían las mujeres, por eso no aparecían en los libros de historia”, muchas de las siguientes afirmaciones de esta especie de tratado sobre la misoginia no están tan lejos de lo que salía por las boquitas de eminentes próceres, filósofos y científicos (muchos de los cuales eran célibes, no habían estado demasiado cerca de una mujer desde que abandonaron el útero materno y supuraban bastante despecho, no sé si te sientes aludido, Schopenhauer).
Básicamente, la idea general establecía que las mujeres eran seres completamente incapaces para moverse, realizar tareas complejas físicas o mentales, o actuar con independencia, pues se pasaban la vida menstruando y pariendo, actividades que las consumían completamente. Estaban, como ilustra la portada, recluidas (encerradas) en la esfera doméstica, excepto si eran pobres o proletarias, pero en ese caso apenas eran mujeres, pues como todos los pobres, estaban más próximas a los animales (añadiendo clasismo a la misoginia). La explicación de por qué las mujeres necesitaban llevar corsés es desternillante: las pobres no podían sostenerse por sí mismas.
Las mujeres eran apéndices de los hombres, creadas para proporcionar apoyo y alivio, o para la glorificación, según Ruskin (que gracias a ello se sintió muy superior)
Darwin, como muchos otros, deducía la inferioridad de las mujeres por el hecho de que apenas hubiera niguna destacada en la historia, mientras las mujeres, que no habían recibido educación, que no podían dejar la esfera doméstica ni hacerse cargo de ningún aspecto de su vida, se dedicaban a sus labores.
Sus labores hablan por sí mismas:
Si las mujeres no estaban en los libros de historia, fue porque se las había tirado a la papelera de la ídem, y Fleming se dedica a rescatar a varias de ellas en sus ilustraciones. Por ejemplo, Anna María van Schurman, aquí destacada por haber perdido su cabellera debido al estudio:
De la marquesa de Châtelet, Fleming destaca los riesgos de la actividad intelectual en las mujeres:
La poeta Phillis Wheatley fue sometida realmente a escrutinio por lo inconcebible que resultaba para su tiempo un talento como el suyo:
La matemática Emmy Noether demostró siempre un increíble desdén por su silueta:
Esta ilustración está sacada de una foto en la que aparecen tres mujeres excepcionales del siglo XIX: las doctoras Anandibai Joshi, Kei Okami y Sabat Islambooly, fotografiadas en el Women's Medical College of Pennsylvania en 1885. Se trata de las primeras mujeres en doctorarse en medicina en sus respectivos países: India, Japón y Siria.
Anandibai Joshi (1865-1887) provenía de la India colonial y quería mejorar la vida de las mujeres de su país. Desgraciadamente, su débil salud no le permitió sobrevivir mucho tras la odisea que supuso conseguir ir hasta Estados Unidos a estudiar y el triunfo de su graduación.
Keiko Okami (1859-1941) estuvo ligada a las misiones de la iglesia presbiteriana en Japón, y gracias a su ayuda pudo estudiar en Estados Unidos y colaborar en diferentes instituciones médicas de vuelta a su país.
Sabat M. Islambooly (1867-1941) era siria de origen kurdo y judío. Es de quien menos datos se tienen, tan sólo se cree que tras graduarse vivió en Damasco y el Cairo, tras lo cual se pierde su pista.
Contado de esta manera tan sumaria, casi parecen vidas anodinas, pero todo el tesón, el esfuerzo y los sufrimientos que hay detrás de estas vidas son imposibles de resumir; todo lo que debieron afrontar, todo el desprecio y el ninguneo; las dobles y triples discriminaciones de ser mujeres (es decir, no hombres), no blancas, no europeas, no del primer mundo; las dificultades para estudiar y para ejercer... Y sin embargo, a todas las unía la aspiración de ayudar a crear un mundo mejor. Los monumentos que merecen deberían llegar al cielo. Muchas otras no tuvieron tanta suerte, o fueron barridas a mitad de sus caminos.
Por suerte, las mujeres llevan siglos rescatándose unas
a otras de la papelera de la historia. Mi contribución ha empezado por buscar información sobre estas extraordinarias personas de las que no sabía nada. Espero que alguien más sea iluminado por ellas.
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