Hablemos del patriarcado

Patriarcado: “es la manifestación y la institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y los niños de la familia y la ampliación de ese dominio masculino sobre las mujeres de la sociedad en general. Ello implica que los varones tienen poder en todas las instituciones importantes de la sociedad y que se priva a las mujeres de acceder a él. No implica que las mujeres no tengan ningún tipo de poder o que se las haya privado por completo de derechos, influencia y recursos”. Así lo define Gerda Lerner en su clásico La creación del patriarcado, escrito en 1986, una investigación histórica para entender este fenómeno.

 


La pregunta es por qué la inmensa mayoría de las culturas humanas son patriarcales, por qué el patriarcado se estableció como preponderante incluso en culturas aisladas unas de otras, aproximadamente entre el 3.100 y el 600 a. C. Dicho así, parece un hecho inevitable e inherente a la humanidad, pero nada en la cultura es innato e inevitable; todo empezó por un motivo (en realidad, por un cúmulo de motivos), y todo lo que tiene un principio, tiene también un final. Encontrar estos motivos es lo más difícil, y se hace necesario especular, siempre que sea con una mínima base de evidencia histórica. Averiguar lo ocurrido hace 5.000 años o en épocas anteriores no es fácil; las evidencias son los restos humanos y materiales, que pueden interpretarse de varias maneras. Al mismo tiempo, la etnología utiliza la comparación con sociedades actuales que se consideran parecidas a las de esas épocas históricas, pero esto debe hacerse también con mucha precaución.



La relación entre los pueblos y el “desarrollo”

Un punto importante a tener en cuenta es la comprensión de la sociedad humana en su conjunto. Sobre este tema es necesario aclarar algunas cosas:

a) la evolución de la cultura no es igual ni constante ni sigue un proceso determinado. El hecho de que unas culturas construyan ciudades y edificios de piedra, formen estados y tengan reyes, no las hace superiores ni “más evolucionadas” que otras sociedades que viven en cabañas y se dedican a la pesca o a cultivar hortalizas. Cada sociedad evoluciona para adaptarse y sobrevivir en su medio.

b) la influencia de unos pueblos sobre otros dependía de sus necesidades de expansión, los recursos disponibles o la geografía. Ninguno de ellos se impuso a los demás por ser “superior” o “mejor”, o haberse organizado en un sistema “más desarrollado”. Hay que entender que el sistema que produce más capacidad de supervivencia es el que va a extenderse, simplemente porque condena a otros sistemas menos exitosos a la desaparición. Esos pueblos “primitivos” que han sobrevivido lo han hecho por razones de aislamiento geográfico o porque no representaban una amenaza o un interés para los pueblos más cercanos, o porque los acontecimientos históricos simplemente les pasaron de largo.

c) de todas formas, no significa que esos pueblos “primitivos” no hayan cambiado en siglos: a veces, la influencia puede ser como las ondas de un estanque, puede llegar de forma indirecta a través de otros pueblos intermedios, de los movimientos de población, de la alteración de los ecosistemas. Es difícil decir que un pueblo ha estado totalmente aislado del resto de la humanidad; de todas formas, en el siglo XXI prácticamente cualquier cultura está ya en proceso de quedar alterada o destruida por la cultura mundial actual.

 


Diferentes tipos de sociedad

Hoy en día se sabe de la existencia de pequeñas sociedades matriarcales esparcidas por el mundo, en pueblos bastante apartados y minoritarios. El ejemplo más conocido y mediático se encuentra entre los mosuo de China: son auténticos matriarcados donde las mujeres poseen la tierra o el ganado, organizan a la población y regulan las normas. La base familiar está compuesta de una mujer y sus hijos e hijas, que permanecen juntos. Las mujeres tienen relaciones amorosas con hombres de otras familias, pero no conviven con ellos; la paternidad no es importante, y los hombres no cuidan de sus hijos biológicos, sino de los hijos de sus hermanas (que son, sin lugar a dudas, de su misma sangre). Las propiedad permanece dentro de esta familia regida por la abuela matriarca. Los hombres no están sometidos ni son explotados; son hijos, hermanos y tíos queridos, y también amantes libres. Estas sociedades son las más igualitarias.

 

Sin embargo, son una diminuta minoría de la humanidad, a pesar de que parece una forma muy razonable de organizar la familia y la propiedad. No hay ninguna prueba de que las sociedades humanas hayan pasado por este estado alguna vez, quizá se trata más bien de un tipo de organización que surgió en diferentes lugares como una posibilidad más. La gran mayoría de las sociedades humanas se organizan en familias de cónyuges con sus respectivos hijos, algunas de las cuales incluyen la poligamia. En la mayoría, son las mujeres las que dejan a sus familias para insertarse en la familia del marido, aunque también existen sociedades matrilocales, donde es el marido el que abandona su comunidad para ir a la de su esposa. En este caso no se trata de matriarcados, pues son acuerdos que se establecen entre la familia del marido y la del padre de la novia (si bien es cierto que las sociedades matrilocales suelen ser más igualitarias para las mujeres, al facilitar que sus lazos afectivos familiares no se rompan). La necesidad de buscar pareja en comunidades diferentes a la propia es un principio antropológico básico que ya estableció Lévi-Strauss: la prohibición del incesto para evitar la degeneración genética de un grupo pequeño es la que lleva a establecer necesariamente relaciones con otras comunidades para mezclar las familias. La manera en que esto se haga establecerá el tipo de sociedad que surja de ello. Para las mujeres dentro de matrimonios polígamos o monógamos suele significar pasar a un nivel secundario en la familia del marido, como una extraña, y perder su lugar en la propia.

 


Un repaso histórico

Pero la pregunta es: ¿cómo comenzó todo? Y la respuesta no es fácil:

Si examinamos los pocos pueblos cazadores-recolectores que llegaron a la época moderna (con la precaución antes mencionada de no identificarlos completamente con nuestros antepasados de la prehistoria), varios rasgos se repiten: el reparto de trabajo por géneros, y la consideración igualitaria de esos trabajos en su aportación a la supervivencia del grupo. Los hombres se dedican principalmente a la caza mayor, mientras las mujeres practican la caza menor, la pesca y la recolección vegetal. El trabajo de los hombres aporta de tanto en tanto una ración de alimento extra y de calidad, pero digamos que son las mujeres quienes ponen cada día un plato en la mesa, y su aportación puede significar dos terceras partes de la dieta. La razón de la separación del trabajo es debida a las necesidades de la maternidad: para el mantenimiento del grupo, las mujeres necesitan gestar continuamente, pero al tratarse de pueblos nómadas, los nacimientos se distancian entre tres y cuatro años para no entorpecer la movilidad. 

 


Los historiadores de los siglos XIX y XX veían en la maternidad de las mujeres prehistóricas una condena a la subordinación, pero lo cierto es que las mujeres gestantes y con hijos pequeños podían seguir haciendo la mayoría de sus trabajos, con la ayuda de otras madres, parientes o ancianos. Únicamente parece que siempre estuvieron excluidas de la caza mayor por el peligro físico que suponía, y la razón es que la pérdida de una mujer en edad de procrear era mucho más grave para la supervivencia de un grupo que la pérdida de un hombre. El número de mujeres necesitaba mantenerse lo más elevado posible para compensar la mortalidad infantil, las enfermedades y la precariedad de su vida.

 


Nada se sabe de la organización de estas sociedades prehistóricas, pero lo más probable es que fueran igualitarias como las modernas. Creer que se trataba de matriarcados es demasiado fantasioso, lo cierto es que las relaciones familiares eran imprecisas, y no existía la propiedad. Es cierto que la mayoría de representaciones humanas del paleolítico y del neolítico son figuras femeninas, las famosas “venus prehistóricas”, pero nadie sabe realmente lo que son: diosas, mujeres, chamanas, espíritus, símbolos de la comunidad o representaciones de su identidad tribal... También es cierto que lo que llena la mayoría de las cuevas prehistóricas no son representaciones de caballos, bisontes o ciervos, aunque estas sean las más llamativas; lo que aparece pintado, inciso, trazado y moldeado por metros y metros de cuevas prehistóricas son vulvas, sexos femeninos (siempre me ha hecho gracia el contraste con la pintada que llena todas las paredes y muros, todas las esquinas, puertas, columnas, etc., de nuestras ciudades, lo primero que un chaval con un rotulador piensa en pintarrajear y que parece marcar como masculino todo el espacio público urbano). La insistente representación de lo femenino puede deberse a esa necesidad de la reproducción para la supervivencia, en una época en la que seguramente se desconocía la aportación masculina.











La situación empezó a cambiar con la aparición de la agricultura y la ganadería. Muchos pueblos “primitivos” modernos que practican el cultivo de huertos, donde ya existe la propiedad de la tierra, suelen ser fuertemente patriarcales. Otro rasgo que tienen en común es la práctica de la guerra. Este es un detalle importantísimo para encontrar el punto de inflexión que lleva de la sociedad igualitaria a la patriarcal.


El momento en que todo cambió

Resulta curioso que la cuna de la civilización occidental, Oriente Medio, lo fue por razón de la dureza de su clima y su falta de recursos (también por ser un lugar de paso entre África, Asia y Europa). Como dije antes, es la necesidad lo que lleva a los pueblos a buscar soluciones complejas, y seguramente fue la falta de recursos de caza y recolección lo que dio lugar a la primera agricultura y la ganadería. Esto significó un cambio absoluto de las relaciones sociales, el paso a la vida sedentaria, la posesión de la tierra y un enorme incremento de la población.



Para Gerda Lerner, la constante necesidad de mano de obra, así como los enfrentamientos entre pueblos sedentarios en épocas de escasez, significaron la valoración de las mujeres como un bien codiciado para producir más trabajadores para los campos, y futuros guerreros para defender los poblados, que a su vez pudieran conseguir más mujeres en enfrentamientos con otros pueblos.

En cambio, para Marvin Harris, la clave de la cuestión es exactamente lo contrario: si la población crecía demasiado, acababa con los recursos y significaba hambre para todos. La única manera de controlar el crecimiento era reduciendo el número de mujeres. Más mujeres significaban más nacimientos, y el único control conocido era el infanticidio o la negligencia selectiva de niñas, para favorecer a los niños. La escasez de mujeres promovía un tipo de sociedad en que los hombres luchaban contra otros grupos para tener acceso a ellas; las mujeres intercambiadas tendían a conformarse para poder seguir cuidando de sus hijos nacidos en las nuevas familias (el intercambio de hombres era menos habitual porque era más difícil que los hombres se integraran si no tenían lazos afectivos con sus hijos, como los tenían las madres). La guerra también favorecía la preferencia por los niños, que podían convertirse en adultos guerreros. No es que las muertes en guerras fueran la manera de controlar la población; era todo el sistema de favorecer los nacimientos masculinos el que mantenía a la sociedad en un estado de poco aumento de la población. Y para ello era necesario que las mujeres admitieran ese estado de sometimiento; era una cuestión de supervivencia.

 


Esto, que podría parecer sólo un tipo de organización social necesaria en un lugar específico con unas necesidades específicas, sucedió a nivel mundial en muchos lugares, y se convirtió en preponderante. Ocurrió de la misma manera en que la agricultura y la ganadería se impusieron a la caza y la recolección, a pesar de ser un sistema de vida mucho más duro, que requería muchísimo más tiempo y esfuerzo, que empeoraba la calidad de vida de las personas y aportaba una alimentación mucho más pobre. Pero las sociedades cazadoras-recolectoras estaban expuestas a la extinción en tiempos de sequía o de frío extremo, por la desaparición de las especies de las que dependían; las sociedades agricultoras-ganaderas podían sobrevivir a todo ello gracias a sus reservas, aunque sólo se tratara de un puñado de cereales y un poco de leche de cabra. Y una vez las sociedades cambiaron al nuevo modelo, no había marcha atrás, sólo cabía sumarse a él o desaparecer.



Lo mismo sucede con las sociedades guerreras patriarcales. Una vez aparece este modelo, por las circunstancias que sean, es el que se impone sobre los demás. Cualquier sociedad matrilocal o matriarcal es arrasada si se encuentra con él (por ello, las que han sobrevivido sólo lo han hecho por un cúmulo de casualidades geográficas e históricas). Fuera por lo que fuera, estos cambios sociales fueron desfavorecedores para las mujeres, aunque eso no significa que fuera igual de malo para todas. La guerra, la esclavitud y las clases sociales aparecieron juntamente con el patriarcado, y sus víctimas fueron tanto hombres como mujeres; pero una mujer de clase alta tenía una vida mejor que un esclavo (sin embargo, una mujer de clase alta seguía subordinada a un hombre de su misma clase). Existieron diosas y sacerdotisas con gran poder, y reinas importantes, pero, como puntualiza Lerner, el estado se estableció como una extensión de la familia patriarcal: un rey/padre dominando sobre sus esposas/hijos/súbditos, si es necesario con violencia, pero también con convenciones sociales asumidas por todos. No hubo ningún estado matriarcal, porque esto sería una contradicción en sí mismo. Con el tiempo, las diosas y sus sacerdotisas también desaparecieron, y el poder de dar vida fue exclusivamente del dios masculino supremo. La propiedad privada en manos de los hombres también creó la exigencia de asegurarse la paternidad de los hijos a los que se traspasaría en herencia, ya que la esposa era una extraña y sólo los hijos eran de la misma sangre; esto llevó al control de la sexualidad de las mujeres, dándoles un nuevo papel simbólico cargado de prejuicios y convenciones sociales.



Es imposible saber al cien por cien si estas suposiciones sobre el inicio del patriarcado son exactas, pero resultan posibles. Parece que en el momento en que los seres humanos comenzaron a criar animales, la crianza de personas también se convirtió en un producto y una posesión. Se necesitaban más hijos para trabajar, pero las personas también podían ser esclavas, personas compradas o robadas. Esto no le dio poder a las mujeres, que eran quienes producían a las personas, sino que se lo quitó; parece que la debilidad momentánea de las mujeres durante el embarazo y la lactancia, y que se podía sobrellevar en las sociedades igualitarias donde todos los miembros contribuían a la supervivencia, se convirtió en debilidad permanente cuando la fuerza o la violencia incrementaron la capacidad de supervivencia de los que las ejercían.



De todas formas, si eso sucedió así, fue hace 5.000 años en Oriente Medio, y en fechas parecidas en otras partes del mundo. El proceso que se puso en marcha desencadenó unos efectos culturales que han llegado hasta hoy en día, pero no hay ningún motivo para que el mundo siga igual porque hace cincuenta siglos eso supuso una ventaja evolutiva. Investigar el pasado sirve para comprender que fue un hecho histórico y cultural, no una inmanencia de la naturaleza humana. Hace mucho que los avances técnicos han permitido que los seres humanos no necesiten someterse unos a otros para sobrevivir. Lo dice Gerda Lerner: “los tradicionalistas pretenden que las mujeres continúen en los mismos papeles y ocupaciones que eran operativos en el neolítico. Aceptan los cambios culturales gracias a los cuales los varones se han liberado de las necesidades biológicas. Suplir el esfuerzo físico por el trabajo de las máquinas es progreso; sólo las mujeres están, en su opinión, destinadas para siempre al servicio de la especie a causa de su biología.” Freud había dicho que para las mujeres “la anatomía es el destino”, pero Lerner cree que esta afirmación “es errónea porque es ahistórica y busca el pasado en el presente sin hacer concesión alguna a los cambios temporales. Peor, esta afirmación ha sido tratada como una receta para el presente y el futuro: no sólo la anatomía es el destino de las mujeres, sino que debería serlo. Lo que Freud habría tenido que decir es que para las mujeres la anatomía fue una vez su destino. Esta afirmación es correcta e histórica. Lo que fue en su día ya no lo es y no tiene porque serlo nunca más.”

-La creación del patriarcado, Gerda Lerner (1986). Crítica, 1990.

-Vacas, cerdos, guerras y brujas, Marvin Harris (1974). Alianza, 1994.

 


Comentarios

Jordi ha dicho que…
Muy buena y completa descripción del patriarcado, gracias por divulgar tanto en un solo artículo.
Ayer leía "Laborachismo" de Javirroyo, y aparece una ilustración de mujeres y hombres juntos cazando mamuts en equipo. También recoge varias de estas reflexiones presentes en tu artículo en forma de viñetas. Que los hombres empiecen (empecemos) a deconstruir y criticar públicamente el patriarcado es una muy buena señal, necesitamos liberarnos de este sistema de antivalores que normaliza la violencia.
hiniare ha dicho que…
Me parecen maravillosos los nuevos descubrimientos sobre prehistoria (o los viejos que estaban mal atribuidos) que colocan a las mujeres junto a instrumentos de caza o armas. Es cierto que invalidan algunas reflexiones del libro de Lerner, pero tiene ya bastantes años.

Una cosa que me pone muy nerviosa es que las ideas de mucha gente sobre la prehistoria se han quedado en algún documental que vieron en los años 80 basado en ideas de los 60... Mientras estos campos no han dejado de evolucionar y han tomado nuevas perspectivas. Aun así, las reflexiones del libro son interesantes, sobre todo la de que el patriarcado tuvo un origen, y puede tener también un final. Estamos en ello.

Saludos,
h.