Este libro no está realmente conectado con el anterior Libro de Secretos más que por el título, pero no por el género. También porque está falsamente atribuido a San Alberto Magno, pero el Secreta Mulierum en realidad tiene más que ver con un tratado de ginecología o, si acaso, con la revelación de los “secretos de la reproducción” y el funcionamiento del cuerpo humano, sobre todo el femenino. Fue compuesto también a finales del siglo XIII en un ambiente monástico, con el propósito claro de advertir a sus lectores de los terribles peligros que suponían las mujeres, para que se mantuvieran alejados de ellas. Yo he leído la traducción y comentario de Helen Rodnite Lemay, (1992), que propone que los mensajes misóginos de este texto forman parte de una tradición de finales de la Edad Media que dio frutos como el Malleum Maleficarum, el tratado inquisitorial para la persecución de las brujas que a partir del siglo XV sirvió para la represión y condena de las mujeres.
Aunque fuera considerada un ser inferior y débil, nada en los tratados médicos medievales hacía suponer que hubiera algo malvado y perjudicial inherente a la mujer. La menstruación era considerada una función del cuerpo sin más, aunque ya en el siglo VII un personaje tan influyente como Isidoro de Sevilla afirmaba que la sangre menstrual podía echar a perder las cosechas, pudrir los frutos, avinagrar el vino, oxidar el metal o volver a los perros rabiosos; pero en la medicina había prevalecido la visión naturalista de un Hipócrates o un Galeno, hasta que las traducciones de Avicena recuperaron también las obras de Aristóteles y su misoginia galopante.
Lo cierto es que el autor de este libro exagera y retuerce las citas de Avicena, Aristóteles o el propio Alberto Magno, o directamente se las inventa, para defender su argumento, no desde la religión como hasta entonces (que la mujer es culpable del pecado original, y por ello es aliada del demonio), sino dándole una nueva pátina de razonamiento científico, filosófico y médico para demostrar que por su propia naturaleza, la mujer es una criatura horrible. Todo contacto con su menstruación provoca terribles enfermedades; ¡su pelo es venenoso! cuando está menstruando, porque los vapores que suben de su ponzoña interior llegan a su cerebro, que es la raíz de la que crece el pelo; las mujeres mayores que ya no menstrúan aún acumulan más ponzoña por eso mismo, y pueden ¡matar a los niños en sus cunas con sólo mirarlos!, por los malos espíritus que salen de sus ojos (es evidente que aquí está la base de la sospecha de brujería de las mujeres viejas)... Aristóteles había dicho que la mujer es un hombre mutilado, pero este autor sube la apuesta al afirmar que, puesto que la naturaleza por su propia perfección intenta siempre crear un macho, cuando una hembra nace se debe a un defecto, una degeneración, por lo que “una mujer no es humana, sino un monstruo de la naturaleza”...
El ambiente había cambiado a finales de la Edad Media; hasta entonces se había admitido que médicas como Trota eran las más apropiadas para tratar a otras mujeres, pero se las fue apartando de la práctica, aunque sus colegas masculinos dejaran en manos de comadronas el ejercicio práctico y directo que implicaban los embarazos, partos y pospartos. Jacoba Felicie fue llevada a juicio por la Facultad de Medicina de París en 1322 por practicar la medicina sin un título, al cual evidentemente no podía acceder; a pesar de atestiguar el éxito de sus tratamientos, fue condenada y se le prohibió seguir practicando. Respecto a la comprensión del cuerpo femenino, es indudable que la justificación científica para su incapacidad y su inferioridad alcanza hasta el día de hoy.
Como muestra del tono de este libro, así se explica el tema de la sofocación del útero con nuevos matices (la traducción es mía sin ninguna pretensión profesional):
Sobre la sofocación del útero: se produce cuando vapores corruptos y venenosos emanan del útero y al subir lo arrastran con ellos hacia del diafragma que comprime el corazón y los pulmones, provocando mareos y otros síntomas. Cuando los hombres tienen estos síntomas, los vapores vienen del estómago por una mala digestión, pero en las mujeres, como dijo Avicena, el útero es como una cloaca [en realidad no lo dijo] situada en mitad de una ciudad que recoge todos los desperdicios. Las mujeres que sufren este mal yacen como si estuvieran muertas. Las viejas que lo han pasado dicen que es como un éxtasis durante el cual su alma se separa de su cuerpo y viaja al cielo o al infierno, pero esto es ridículo. Es una enfermedad que sucede por causas naturales por los vapores que suben a su cerebro. Si los vapores son espesos, les parece que están en el infierno y ven negros demonios; si los vapores son ligeros, les parecen que están en el cielo y ven a Dios y sus ángeles en una luz resplandeciente. [pues ya sabemos cómo hubieran diagnosticado a Hildegarda].
Me voy a mirar la hierba verde un rato.
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