Una persona se cruza por la calle con otra que conoce, pero no la ve y no la saluda. La otra persona se siente muy ofendida, y cuando lo explique dirá que la otra persona sí la vio, pero no quiso saludarla; la siguiente vez que lo explique, dirá que no sólo se negó a saludarla, sino que la miró con desprecio; y a la siguiente dirá que incluso la insultó, y puede que en otra versión diga que intentó atacarla. Bien, esa persona no tiene ningún problema mental, y, aunque esto pueda parecer sorprendente, tampoco tiene conciencia de estar mintiendo. Ha dejado que sus sentimientos (me sentí atacada) den forma a la realidad (me atacó). Aunque esta historia sea algo extrema, es así como construimos nuestra realidad, en base a sentimientos y emociones. Nuestro cerebro no es un ordenador: recordamos lo que nos provoca una respuesta emocional, y cada vez que lo narramos, los sentimientos le dan forma.
Tampoco somos reporteros que redactan un informe imparcial de los hechos. Cuando una persona cuenta una historia que le ha pasado, NO ESTÁ CONTANDO UNA HISTORIA: está reafirmando su existencia y su identidad personal a base de historias, generalmente, historias donde es la víctima inocente, o el héroe que soluciona el problema. Esa persona no está informando a sus oyentes de algo que ha pasado, está reclamando de ellos una respuesta reafirmante: es terrible lo que te ha pasado, o es admirable lo que has hecho, que también significa: estoy contigo, o eres especial. De hecho, para muchas personas, toda su identidad está codificada en una larguísima lista de historias sobre sí mismos con las que se presentan a todo nuevo conocido. Esas historias se renuevan o se adaptan sin que el narrador tenga conciencia de mentir o inventar.
Por qué suelto toda esta parrafada psicológica, aparte de porque suelo moverme como un alienígena entre la humanidad tomando nota de sus extrañas costumbres (no he dicho que no lo sea; ¿estoy diciendo algo sobre mí?; todo este blog trata sobre mí; hablemos de mí). En realidad es porque me he dado por vencida en la tarea de intentar explicar las cosas en conversaciones normales. Voy por ahí con el móvil lleno de artículos que explican claramente temas del mundo actual, en parte para recordar los detalles si los olvido, en parte para tener los datos a mano. Pero lo datos o las explicaciones no sirven a nadie porque LAS PALABRAS NO DICEN NADA. A la gente se le quedan grabadas las lágrimas de esa señora en la tele a la que le han ocupado el piso, y ante esas emociones, mis datos reales sobre ocupación no dicen nada (pero no aparece o no han visto nunca a la señora a la que el banco echó a la calle con sus niños). Dije esto mismo en Barbarie cotidiana, y la cosa sólo va a peor. Es imposible discutirle a alguien que no ha visto lo que ha visto o que no ha vivido lo que ha vivido, aunque su realidad esté totalmente reconstruida como en la anécdota que conté al principio. Ese marco mental es cada vez más espeso, y tengo la sensación de que ya ni vivimos en el mismo planeta.
¿Y cómo puedo saber yo si mi realidad no está también reinventada en base a mis emociones? Por supuesto que lo está, yo no tengo ninguna receta mágica ni soy excepcional. Sólo tengo unos pocos asideros para no dejarme arrastrar por este torbellino de bulos y odio. Ni siquiera es sólo haber leído mucho y llevar un tiempo largo en este mundo, porque veo a gente de todas las edades repitiendo los mismos clichés. A lo mejor sólo hay que parar a preguntarse si tiene lógica creer que los más machacados y desesperados son en realidad los amos del mundo y reciben todos los privilegios. ¿Cuándo alguien le regaló algo a los pobres? ¿Y por qué tendría que hacerlo, para qué? También habría que preguntarse a quién conviene que los pobres y los trabajadores están enfrentados entre ellos y una parte odie tanto a la otra que jamás se unirán entre todos para reclamar los derechos que les están robando. Dos ratas peleándose por un churro, mientras otros se llevan el menú completo.
Tampoco me vale que la gente esté frustrada, porque mi vida es tan miserable como la de cualquiera, y no me consuelo machacando a los que están peor que yo. Y tampoco me vale la ignorancia, porque ahora disponemos de todos los medios para informarnos. Así que, sin tener la visión más clara sobre la realidad, y sin ser remotamente una santa, creo que la gente simplemente es una mierda. Y respecto a eso, allá cada cual con su conciencia, su Dios o aquello que le importe. Quiero dejar claro que también yo soy mierda, pero al menos soy consciente e intento cada día hacer algo por remediarlo y no enmierdar demasiado el mundo en el que vivo. Al menos lo intento.
Pero no sé qué digo, supongo que solo son palabras, nada.
Comentarios