El turista que hoy en día sube a la Acrópolis llega a una explanada donde un edificio bastante ruinoso se le presenta como un gran monumento de la antigüedad. Para apreciar estas pobres piedras gastadas es necesario saber qué fue el Partenón, y cómo se convirtió en lo que es ahora. La historia del Partenón es también la de su destrucción. Depende de las fuentes que se consulten, las culpas se cargan más en un bando o en el otro, pero casi nadie está libre de culpa.
Después de
la victoria de Maratón se empezó a construir un gran templo en la
Acrópolis, se niveló el suelo y se trajo abundante mármol de la
cantera del monte Pentélico.
Pero la invasión persa interrumpió las obras, y después de su
derrota definitiva, Pericles promovió una nueva construcción (entre
el 448 y el 438 aC), pero mucho más grande, a cargo de los
arquitectos Ictinos y Calícrates. Se aprovecharon los sólidos
cimientos del primer templo y los contrafuertes con que se aniveló
el terreno, pero se descartaron las bases de las columnas, que
acabaron en la parte exterior de la muralla (y aún pueden verse en
el lateral de la montaña). El pórtico tendría 8 columnas en lugar
de las 6 habituales, lo que implicaba 17 columnas a los lados (el
doble +1). Las proporciones son armónicas: la relación entre la
longitud (69'50 m) y la anchura (30'88) es de 9 a 4. En el rectángulo
que forma la fachada (sin contar el frontón), la relación entre la
anchura y la altura también es de 9 a 4. La relación entre la
distancia del eje de cada columna y la anchura de la columna misma es
también de 9 a 4.
Inusualmente,
todo el templo sería de mármol, incluidas las tejas del techo,
apoyadas sobre un entramado de vigas de madera. El interior estaba
dividido en naos
(parte delantera) y opistódomo
(trasera). Dentro, una doble hilera de pequeñas columnas dóricas,
cerrada en forma de U, rodeaba la estatua de Atenea. En el
opistódomo, en cambio, sólo había cuatro columnas, que para ser
más esbeltas fueron jónicas.
Por
otra parte, los constructores del Partenón no pretendieron hacer un
edificio racionalmente perfecto, sino que no tuvieron problema en
alterar las medidas, y curvar techos y suelos, para evitar que se
viera un edificio demasiado rígido. Tuvieron en cuenta los efectos
ópticos, y consiguieron que pareciera perfecto a base de
modificarlo, porque la perfección se ve imperfecta a ojos humanos:
de esta manera, las columnas se inclinan hacia adentro, las líneas
horizontales paralelas del techo y el suelo se curvan, y las columnas
están abombadas, lo que se conoce como éntasis. Aunque la mayoría
de las civilizaciones antiguas hacían grandes construcciones de
piedra (en eso los egipcios no tienen igual), el estilo griego no
pretende ser tan monumental que deje estupefacto. Es un arte hecho a
la medida humana, ése es el motivo de todos estos efectos, porque
está pensado para la gente. Un profesor de arte que tuve decía que
este abombamiento de las columnas hace parecer que se doblen bajo el
peso del techo, como si no fueran de piedra sino de carne, como si
todo el edificio fuera un ser vivo que está allí en pie, haciendo
su trabajo, cansado pero resistiendo.
El
Partenón también fue excepcional en su decoración escultórica,
posiblemente supervisada por Fidias: las 92 metopas del exterior
estaban decoradas con luchas entre centauros, amazonas, gigantes, y
episodios de la guerra de Troya. Un friso de 160 metros de largo por
1 de alto recorría la parte superior de los muros exteriores de la
celda representando la procesión de las Panateneas, con los
ciudadanos acompañados de las divinidades. Los dos frontones estaban
ocupados por unas 50 estatuas: al oeste, representando la competición
entre Atenea y Poseidón por regir la ciudad, y en el este
representando el nacimiento de Atenea de la cabeza de Zeus.
La Acrópolis en el período clásico
Hay
una cierta controversia acerca de si el Partenón era realmente un
templo. Como es sabido, los templos clásicos eran la casa de los
dioses, y el pueblo no tenía acceso a su interior. Los sacrificios y
ceremonias se hacían en un altar exterior que solía estar ante la
entrada que daba a oriente. En el caso del Partenón, este altar no
se ha localizado, y algunos expertos afirman que la procesión
de las Panateneas no se dirigía aquí, y que el famoso peplo tejido
por las doncellas era para otra antigua estatua de Atenea. Por tanto,
pudiera ser que la única función del edificio, la razón por la que
era mucho más grande que nada de lo que se hubiera construido antes,
era albergar como un cofre precioso una estatua que no era de culto,
obra del gran Fidias, de Atenea Parténos (la
Virgen).
Pero era una estatua creada para impresionar. Cuando se abrían las
puertas, los espectadores sólo podían echar un vistazo al oscuro
interior (ninguna abertura lo iluminaba), donde la claridad se
reflejaba en un estanque detrás del cual estaba colocada la estatua,
de 12 metros de altura, y la luz se multiplicaba en los centenares de
placas de oro que la cubrían y hacía resplandecer los brazos y el
rostro de marfil. Un espectáculo fascinante.
Muchos
autores clásicos describieron esta estatua, y podemos imaginar cómo
era gracias a algunas pequeñas copias en piedra que se han
encontrado. Parece ser que cuando los atenienses necesitaban dinero
no tenían problema en usar las placas de oro, para volverlas a
colocar cuando las cosas iban mejor. El cuerpo era de madera y se
tuvo que restaurar a menudo.
El Partenón y su estatua continuaron siendo la gloria de Atenas durante muchos siglos, también durante el período romano, cuando la ciudad vivía de las rentas de su fama. La estatua desapareció en el siglo V dC, cuando el edicto de Teodosio II acabó con todos los cultos paganos, y en el siglo VII se convirtió en iglesia, dedicada a la Virgen (cómo es lógico). Entonces se produjeron las primeras reformas importantes: el ábside tenía que mirar hacia el este, justo donde estaba la puerta principal, por lo tanto ésta se cerró con una pared semicircular; es posible que entonces se destruyera parte del frontón este (por otra parte, los dos frontones estaban bastante enteros cuando fueron dibujados por Jacques Carrey en 1674). La entrada de la nueva iglesia sería por la parte posterior, y para unificar el espacio se abrió una puerta en la pared que había separado la celda del opistódomo. También se añadió un techo más alto con ventanas para iluminar el interior, y un pequeño campanario. En el siglo XV, con la conquista turca, se convirtió en mezquita, pero aparte de esto continuó siendo el mismo edificio durante todos estos siglos, incluyendo sus esculturas y frisos.
Interesante reconstrucción de la Acrópolis en la época otomana, amurallada y fortificada. El Partenón convertido en mezquita únicamente sustituyó el antiguo campanario por un minarete.
El desastre llegó el 1687 cuando los venecianos bombardeaban la ciudad sitiada, y un proyectil impactó en el almacén de pólvora que los turcos tenían en el Partenón. De hecho, éstos habían situado allí el polvorín, convencidos de que nadie se atrevería a atacar aquel gran edificio de fama mundial y gloria de la antigüedad; evidentemente se equivocaron. La explosión sólo dejó en pie parte de los extremos del edificio. El general veneciano Morosini, intentando llevarse como trofeo algunas de las estatuas del frontón oeste, las estrelló contra el suelo.
Finalmente, los turcos reconquistaron la ciudad y volvieron a construir una pequeña mezquita en medio del perímetro del Partenón, pero la gente aprovechó el vertedero de trozos de mármol para reutilizarlos en construcciones o para hacer cal. La Acrópolis se llenó de casas y edificios. A principios del siglo XIX, el embajador inglés, lord Elgin, decidió salvar las esculturas más importantes del Partenón, y para sacarlas desmontó mucho la estructura que quedaba de pie. Como no estaban bastante salvadas en territorio griego, las envió a Inglaterra, donde ahora se pueden ver en el Museo Británico.
El Partenón y su estatua continuaron siendo la gloria de Atenas durante muchos siglos, también durante el período romano, cuando la ciudad vivía de las rentas de su fama. La estatua desapareció en el siglo V dC, cuando el edicto de Teodosio II acabó con todos los cultos paganos, y en el siglo VII se convirtió en iglesia, dedicada a la Virgen (cómo es lógico). Entonces se produjeron las primeras reformas importantes: el ábside tenía que mirar hacia el este, justo donde estaba la puerta principal, por lo tanto ésta se cerró con una pared semicircular; es posible que entonces se destruyera parte del frontón este (por otra parte, los dos frontones estaban bastante enteros cuando fueron dibujados por Jacques Carrey en 1674). La entrada de la nueva iglesia sería por la parte posterior, y para unificar el espacio se abrió una puerta en la pared que había separado la celda del opistódomo. También se añadió un techo más alto con ventanas para iluminar el interior, y un pequeño campanario. En el siglo XV, con la conquista turca, se convirtió en mezquita, pero aparte de esto continuó siendo el mismo edificio durante todos estos siglos, incluyendo sus esculturas y frisos.
Interesante reconstrucción de la Acrópolis en la época otomana, amurallada y fortificada. El Partenón convertido en mezquita únicamente sustituyó el antiguo campanario por un minarete.
El desastre llegó el 1687 cuando los venecianos bombardeaban la ciudad sitiada, y un proyectil impactó en el almacén de pólvora que los turcos tenían en el Partenón. De hecho, éstos habían situado allí el polvorín, convencidos de que nadie se atrevería a atacar aquel gran edificio de fama mundial y gloria de la antigüedad; evidentemente se equivocaron. La explosión sólo dejó en pie parte de los extremos del edificio. El general veneciano Morosini, intentando llevarse como trofeo algunas de las estatuas del frontón oeste, las estrelló contra el suelo.
Finalmente, los turcos reconquistaron la ciudad y volvieron a construir una pequeña mezquita en medio del perímetro del Partenón, pero la gente aprovechó el vertedero de trozos de mármol para reutilizarlos en construcciones o para hacer cal. La Acrópolis se llenó de casas y edificios. A principios del siglo XIX, el embajador inglés, lord Elgin, decidió salvar las esculturas más importantes del Partenón, y para sacarlas desmontó mucho la estructura que quedaba de pie. Como no estaban bastante salvadas en territorio griego, las envió a Inglaterra, donde ahora se pueden ver en el Museo Británico.
El Partenón como una ruina selvática. Enmedio se puede apreciar la pequeña mezquita.
Este fue el desastre que heredaron los griegos cuando recuperaron su nación, a mediados del siglo XIX. Una fiebre arqueológica les movió a recuperar el legado clásico, que empezó con la restauración de la Acrópolis, donde se derribaron las casas y se excavó. Se empezó a reconstruir el Partenón con los materiales que todavía estaban en el lugar, sobre todo a partir del siglo XX. También se hicieron restauraciones desastrosas, y la presión de la polución y de miles de turistas no ha ayudado mucho a la conservación.
Y
en fin, esto es lo que queda, un puzle incompleto con las piezas
repartidas por varios museos. Algunas de ellas, a pesar de estar tan
magulladas, dejan sospechar la gloria del conjunto. Los admiradores
del pasado somos gente fantasiosa. Si no, sería imposible ascender
aquellas escaleras empinadas, sortear la congestión de turistas y
las feroces miradas de los guardianes, posar nuestros ojos sobre unas
piedras requemadas sujetas con andamios, y a pesar de todo, echarse a
llorar porque, al fin, estás allí.
Por
cierto, si alguien carece de la imaginación necesaria, es posible
visitar el Partenón tal como era hace 2.400 años, sólo hace falta
que vayáis a... Nashville, Tennessee. Efectivamente, con la
celebración del centenario de la ciudad, en 1890, se construyó una
réplica del Partenón con las medidas originales y todos sus
elementos. Se reconstruyó en los años 20 con cemento. En 1990 se
añadió una réplica de la estatua de Fidias con su tamaño original
de 12 metros, y posteriormente se le añadieron la policromía y el
dorado. Bien, quizás era esto lo que veían los atenienses del siglo
V aC, aunque a mí me parece difícil no pensar en una falla
valenciana (si no, mirad las fotos en primer plano de la señora).
Atenea,
¿diosa del country?
HIMNOS
HOMÉRICOS, XXVIII (A Atenea) (traducción de A. Bernabé)
«Comienzo
por cantar a Palas Atenea, la gloriosa deidad de ojos de lechuza, la
muy sagaz, dotada de corazón implacable, virgen venerable,
protectora de ciudadelas, la ardida Tritogenia. A ella la engendró
por sí solo el prudente Zeus de su augusta cabeza, provista de
belicoso armamento de radiante oro.
Un religioso
temor se apoderó de todos los inmortales al verla. Y ella, delante
de Zeus egidífero, saltó impetuosamente de la cabeza inmortal,
agitando una aguda jabalina. El gran Olimpo se estremecía
terriblemente, bajo el ímpetu de la de ojos de lechuza. En torno
suyo, la tierra bramó espantosamente. Se conmovió, por tanto, el
ponto, henchido de agitadas olas, y quedó de súbito inmóvil la
salada superficie. Detuvo el ilustre hijo de Hiperión sus corceles
de raudos pies por largo rato, hasta que se hubo quitado de sus
inmortales hombros las armas divinales la virgen Palas Atenea. Y se
regocijó el prudente Zeus.
Así que te
saludo a ti también, hija del egidífero Zeus, que yo también me
acordaré de otro canto y de ti.»
HIMNO ÓRFICO A ATENEA
Palas
unigénita, venerable retoño del grandioso Zeus, divina y
bienaventurada diosa, provocadora del estruendo guerrero, furibunda,
nombrable e innombrable, celebérrima, habitadora de cuevas, que frecuentas
las escarpadas cimas de las montañas y los umbrosos montes, y tu
corazón alegras en los boscosos valles. Belicosa, que hieres las
almas de los mortales con desvaríos, virgen que practicas el
ejercicio, y posees un ánimo que infunde espanto, gorgonicida, que
rehúyes el matrimonio, felicísima madre de las artes, excitante,
inspirada de delirios alocados contra los malvados y, para los
honrados, sana prudencia eres; varón y hembra por naturaleza,
engendradora de guerras, prudente, de cambiantes formas, serpiente,
deseosa de inspiración divina, receptora de brillantes honores,
destructora de los Gigantes de Flegras, conductora de caballos,
tritogenia, eliminadora de desdichas, victoriosa deidad, durante el
día y la noche, sin cesar, en el último momento. Escucha, pues, mi
súplica, dame una paz felicísima, abundancia y salud en medio de
dichosos momentos, de ojos claros, inventora de las artes, soberana a la
que dirigen muchas súplicas.
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