"El amor y occidente" es uno de esos libros que te hablan de algo que crees conocer muy bien por parecerte evidente, elemental; pero al leerlo se te cae un velo de los ojos y descubres que no habías entendido nada.
Hablemos del amor, ¡oh, el amor!, ese sentimiento maravilloso, tan natural... Pues no, no hay nada natural en el ser humano, todo es cultural, y mucho más en occidente: aquí es un producto elaborado que heredamos de los siglos anteriores. Concretando, cuando nos enamoramos, lo que hacemos es revivir lo que aprendimos en las películas, en las novelas, en las canciones...
Hablemos del amor, ¡oh, el amor!, ese sentimiento maravilloso, tan natural... Pues no, no hay nada natural en el ser humano, todo es cultural, y mucho más en occidente: aquí es un producto elaborado que heredamos de los siglos anteriores. Concretando, cuando nos enamoramos, lo que hacemos es revivir lo que aprendimos en las películas, en las novelas, en las canciones...
El autor propone una teoría que quizá esté ya superada, o no sea exacta, no lo sé, pero tal y como la explica me parece muy verosímil. En la Edad Media se extendió por Europa un movimiento religioso de ascendencia maniquea, el catarismo. En la raíz de este movimiento había una fuerte divergencia entre materia y espíritu: el mundo era malvado, la carne culpable; el alma deseaba liberarse de esta prisión y ascender a Dios, la salvación se asemejaba a la muerte. En la misma época aparece el amor cortés y triunfan los trovadores. Rougemont propone que esta es una especie de versión laica del catarismo, y hace un largo análisis del mito de Tristán e Isolda para demostrarlo.
Estos amores de caballeros heroicos hacia damas puras y etéreas no tienen nada que ver con un amor carnal. Su fin no es el matrimonio, ni una vida de hogar. Siempre hay un impedimento (si no lo hubiera, no sería romántico), el amor ha de ser prohibido, imposible... En el sublime final los amantes han de morir el uno por el otro, su pasión se convierte en eterna, fuera de este mundo...
Quién no ha suspirado por estas bonitas historias, quién no ha derramado una lagrimita al acabar la película... Y qué insípido parece el mundo real en comparación. Pero se sigue soñando con glorias eternas al enamorarse, y se sigue repitiendo la cantinela del amor para siempre, del amor que triunfa sobre todo, del sacrificio que se es capaz de hacer por amor, de dar la vida. Recitamos el antiguo guión. Pero en la vida cotidiana el amor tiene que combinarse con hacer la cena, con fregar el baño, con ir a comprar las cortinas; y la gente lo aborrece, y se va en busca de otro amor, inalcanzable, prohibido... hasta que se alcanza y vuelta a empezar.
El amor existe en todas las culturas y suele referirse a un genuino sentimiento entre una pareja, pero en occidente le hemos puesto encima una pesada carga: ansiamos el imposible, y ni siquiera sabemos lo que es.
-Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de una pasión;
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas? -No es a ti, no.
-Mi frente es pálida, mis trenzas de oro,
puedo brindarte dichas sin fin;
yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas? -No, no es a ti.
-Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible,
no puedo amarte. -¡Oh, ven; ven tú!
José de Espronceda
-"El amor y occidente", Dennis de Rougemont (1978). Editorial Kairós, Colección Ensayo, 1997.
Comentarios
En estos tiempos, en que los amores no suelen durar, tendríamos que preguntarnos, con Jung, ¿qué le pasa a nuestra alma?
Stendhal no esperaba mucho de la idealización del amor. Yo, en cambio, soy de temperamento romántico. Amistad, erotismo y espiritualidad -quiero decir: voluntad, voluntad de querer, y no de poder-(aunque no sea fácil) pienso que pueden integrarse en un normal amor de pareja... Pero hace falta que la persona esté integrada o en vías de integración. Si vive y goza del presente, el tiempo ahora amado acaso se convierta en "sempiternidad", como decía Pánikkar. Y el amor sea posible y raro: haga posible lo imposible.
Hasta pronto.
B
h.
Un abrazo,
F.
Con mis mejores deseos,
h.