A veces, sin poder evitar la mentalidad primitiva y mágica, tienes la sensación de que los horrores descritos en un libro están de alguna manera metidos entre las tapas de cartón, como guardados en esa cajita plana, y crees que si te quedas ese libro en casa, de alguna manera tendrás la monstruosidad archivada en tu estantería, y algún vaho o influencia se puede escapar por la noche y alcanzar tus sueños y llenarlos de pesadillas, o de alguna manera será una herida sangrando todo el tiempo sobre tu vida cotidiana, aunque ya hayas dejado de pensar en él. Este libro me da miedo.
Son cuatro historias como cuatro patadas en el estómago, de gente que habla y escribe (todos escriben lo que nadie va a leer), pero que están ya muertos porque se empieza a morir cuando se pierde la esperanza de seguir viviendo. Aquí la muerte no es una entidad poética, es desesperación, agonía y podredumbre, hasta que se interioriza tanto que “si estuviéramos vivos en la tumba, terminaríamos por amar a los gusanos”. Si alguien ha olvidado cómo es la realidad de las cosas, puede recuperarla en este libro. Porque está lleno de Verdad, que tampoco es una entidad utópica: “que lo que yo he visto otros lo han vivido y es imposible que quede entre las azucenas olvidado”.
Pero al mismo tiempo creo que se merece que lo guarde y lo mencione aquí aunque no sé si aconsejarlo; no le deseo a nadie que aprecio que pase el mal rato que he pasado yo leyéndolo, a pesar de que creo que debería ser necesario incorporar a la memoria, de alguna manera, la experiencia de esta lectura. Pero al acabarla también me he encontrado pensado que recordar la historia jamás evita que vuelva a repetirse. No importa lo cercanos que sean los testimonios y todos sus esfuerzos por transmitirlos; cada generación llega igual de ignorante y dispuesta a cometer los mismos errores, o a superarlos. La prueba es que este libro pasará por encima de un montón de gente como otra aburrida historia de guerra y gente que sufre, la prueba es que aún estamos en “la confusión entre que algo sea ya materia de historia y el que no lo sea aún”.
Esta historia está aquí mismo, tirándonos del borde del vestido para que nos volvamos a mirarla todavía a la cara, está tan cerca que nos salpica, que todavía nos acusa. De nuestras neveras llenas y nuestras casas con calefacción nos acusa la gente que padeció hambre y frío, de nuestras vidas aburridas nos acusa la gente matada que no pudo vivir, que de haber vivido nos hubiera alcanzado. Toda la civilización está acusada, si después de tantos milenios condujo a esto. Yo sólo puedo decir que si este libro me da tanto miedo, me alegro. Quienes no sintieron miedo ni horror, son los que provocaron estas cosas. En cambio, ser humano duele.
Los girasoles ciegos- Alberto Méndez. Anagrama, 2004. El título del libro corresponde al último de los cuatro relatos. “Si el corazón pensara dejaría de latir” es el título del primero.
Son cuatro historias como cuatro patadas en el estómago, de gente que habla y escribe (todos escriben lo que nadie va a leer), pero que están ya muertos porque se empieza a morir cuando se pierde la esperanza de seguir viviendo. Aquí la muerte no es una entidad poética, es desesperación, agonía y podredumbre, hasta que se interioriza tanto que “si estuviéramos vivos en la tumba, terminaríamos por amar a los gusanos”. Si alguien ha olvidado cómo es la realidad de las cosas, puede recuperarla en este libro. Porque está lleno de Verdad, que tampoco es una entidad utópica: “que lo que yo he visto otros lo han vivido y es imposible que quede entre las azucenas olvidado”.
Pero al mismo tiempo creo que se merece que lo guarde y lo mencione aquí aunque no sé si aconsejarlo; no le deseo a nadie que aprecio que pase el mal rato que he pasado yo leyéndolo, a pesar de que creo que debería ser necesario incorporar a la memoria, de alguna manera, la experiencia de esta lectura. Pero al acabarla también me he encontrado pensado que recordar la historia jamás evita que vuelva a repetirse. No importa lo cercanos que sean los testimonios y todos sus esfuerzos por transmitirlos; cada generación llega igual de ignorante y dispuesta a cometer los mismos errores, o a superarlos. La prueba es que este libro pasará por encima de un montón de gente como otra aburrida historia de guerra y gente que sufre, la prueba es que aún estamos en “la confusión entre que algo sea ya materia de historia y el que no lo sea aún”.
Esta historia está aquí mismo, tirándonos del borde del vestido para que nos volvamos a mirarla todavía a la cara, está tan cerca que nos salpica, que todavía nos acusa. De nuestras neveras llenas y nuestras casas con calefacción nos acusa la gente que padeció hambre y frío, de nuestras vidas aburridas nos acusa la gente matada que no pudo vivir, que de haber vivido nos hubiera alcanzado. Toda la civilización está acusada, si después de tantos milenios condujo a esto. Yo sólo puedo decir que si este libro me da tanto miedo, me alegro. Quienes no sintieron miedo ni horror, son los que provocaron estas cosas. En cambio, ser humano duele.
Los girasoles ciegos- Alberto Méndez. Anagrama, 2004. El título del libro corresponde al último de los cuatro relatos. “Si el corazón pensara dejaría de latir” es el título del primero.
Comentarios
:+
Fin del discurso radical. A veces apetece.
Me llamó la atención que también yo lo mencioné en mi blog.
Leerlo sirve para mantener activa la memoria ... para no olvidar ... para que las nuevas generaciones conozcan las barbaries del pasado y para que los horrores no vuelvan a repetirse.
h.
Y los gatos son símbolo de tenacidad, libertad,independencia incondicional... y belleza ...como tú dices ...¿Qué más se puede pedir?
Me encantó.
Es hiniare@gmail.com
Un abrazo,
Jordi.
Las emociones son conocimiento heredado. Interpretar sus signos, puede devenir en prevención de desgracias.
Nos leemos,
h.
Los girasoles ciegos i Vida y destino són dels llibres que m'han dolgut de debó. Qué bestia és la humanitat!!
Viu i llegeix
Veig que no sóc la única tova a qui els llibres fan mal. Gràcies per passar-te per aquí,
h.