Sé que el ajedrez está considerado el juego superior, porque depende únicamente de la capacidad intelectual de los jugadores (y creo que es muy eurocéntrico despreciar la destreza quizá superior que requiere un juego como el chino-japonés Go), pero para mí el hecho de que el azar no intervenga es un defecto. Es el azar lo que hace que los juegos de mesa sean una representación de la vida, porque aunque la estrategia es necesaria, siempre hay una tirada de dados que introduce a un jugador supremo: la suerte, la magia, los dioses, Dios (como dice el verso de Borges, precisamente en un poema titulado Ajedrez: “Dios mueve al jugador, y éste la pieza”), un golpe del destino que en un momento tira por tierra todo lo planeado. Quizá algunos se refugian en los juegos como un lugar de reglas seguras; para mí es una versión codificada (artística) del camino extraño y apasionante de cada día: “¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonías?”.
El juego perfecto consta de un camino en el que cada jugador entra y sale por un sitio diferente pero en el que se mezcla con los otros jugadores, de manera que en casillas contiguas, uno puede estar llegando y el otro acaba de empezar. El camino se puede recorrer arriesgándose a ir solo y rápido, o en la seguridad de un grupo más lento. Se puede ser prudente o agresivo. Se puede reempezar muchas veces.
Este juego se empezó a jugar en la India quizá a partir del siglo IV, con el nombre de Chaupar, pero no está documentado hasta el siglo XVI con el dominio de la dinastía Mogol. Originalmente sería un juego de recorrido circular, que en algún momento se transformó en un recorrido en forma de cruz. Un tal emperador Akbar tenía en su jardín un camino con la forma del tablero de Chaupar, en el que hacía jugar a sus esclavas como fichas. Si éste era el juego de los ricos, los pobres hicieron una adaptación más sencilla llamada Pachisi (que significa veinticinco en hindi, la máxima puntuación que se podía conseguir con una tirada) que se volvería más popular y se extendería por Asia (por ejemplo, la variante llamada Pachiz que se juega en Uzbekistán).
A mediados del siglo XIX los juegos de mesa triunfaban en occidente, y un avispado empresario comercializó una versión del juego en Estados Unidos llamada Parcheesi. Otra versión apareció en Gran Bretaña con el nombre de Ludo, mientras en Francia aparecía otro juego similar, el Jeu des petits chevaux. En España se conservó el nombre original de Parchís y durante generaciones su tablero cuatricolor ha sido un referente para los niños.
El juego perfecto consta de un camino en el que cada jugador entra y sale por un sitio diferente pero en el que se mezcla con los otros jugadores, de manera que en casillas contiguas, uno puede estar llegando y el otro acaba de empezar. El camino se puede recorrer arriesgándose a ir solo y rápido, o en la seguridad de un grupo más lento. Se puede ser prudente o agresivo. Se puede reempezar muchas veces.
Este juego se empezó a jugar en la India quizá a partir del siglo IV, con el nombre de Chaupar, pero no está documentado hasta el siglo XVI con el dominio de la dinastía Mogol. Originalmente sería un juego de recorrido circular, que en algún momento se transformó en un recorrido en forma de cruz. Un tal emperador Akbar tenía en su jardín un camino con la forma del tablero de Chaupar, en el que hacía jugar a sus esclavas como fichas. Si éste era el juego de los ricos, los pobres hicieron una adaptación más sencilla llamada Pachisi (que significa veinticinco en hindi, la máxima puntuación que se podía conseguir con una tirada) que se volvería más popular y se extendería por Asia (por ejemplo, la variante llamada Pachiz que se juega en Uzbekistán).
A mediados del siglo XIX los juegos de mesa triunfaban en occidente, y un avispado empresario comercializó una versión del juego en Estados Unidos llamada Parcheesi. Otra versión apareció en Gran Bretaña con el nombre de Ludo, mientras en Francia aparecía otro juego similar, el Jeu des petits chevaux. En España se conservó el nombre original de Parchís y durante generaciones su tablero cuatricolor ha sido un referente para los niños.
Aunque el tablero de Parchís sea perfecto, en realidad es un diseño muy sencillo que aparece en otras culturas (la complejidad que han alcanzado los tableros de algunos juegos es incomparable, véase el Surakarta javanés). En la América precolombina está documentado un juego azteca llamado Patolli cuya semejanza con el Parchís ha traído de cabeza a los historiadores.
Sin embargo, es en occidente donde los juegos de mesa se han reducido a distracción infantil. Hacen falta muchos años para ser diestro en el Parchís, y bastante madurez para disfrutar de todas las dimensiones de un juego de mesa. Si se es capaz de ver más allá de los cubiletes de colores, se percibe la perfección de un juego que con unas reglas sencillas produce partidas siempre diferentes y complejas, inesperadas, a veces inacabables. Hoy en día se crean juegos de recorrido con complicados tableros, reglas y artilugios, todos una pálida imitación, un intento vano de emular la perfección de la Cruz, del Mandala, del Jardín, del Camino.
Sin embargo, es en occidente donde los juegos de mesa se han reducido a distracción infantil. Hacen falta muchos años para ser diestro en el Parchís, y bastante madurez para disfrutar de todas las dimensiones de un juego de mesa. Si se es capaz de ver más allá de los cubiletes de colores, se percibe la perfección de un juego que con unas reglas sencillas produce partidas siempre diferentes y complejas, inesperadas, a veces inacabables. Hoy en día se crean juegos de recorrido con complicados tableros, reglas y artilugios, todos una pálida imitación, un intento vano de emular la perfección de la Cruz, del Mandala, del Jardín, del Camino.
Comentarios
Los hechos: Nash el premio nobel de matemáticas, se paso varios años para hacer una variante del go sin absolutamente nada de azar y en la que todo dependiera de la inteligencia lógica de los jugadores. Finalmente el juego vió la luz tras una dura investigación. Actualmente el juego se puede comprar. Esta variante del Go es uno de los juegos de moda en las Universidades de elite americanas. La diferencia es que cambia la geometría y la forma del tablero. Al parecer la forma del tablero, según jugaras introducía cierta indeterminación. Uno de las genialidades matemáticas de este premio nobel fue trabajar sobre este tema. Para mi es todo un paso atrás ya que el juego deja de expresar la vida.
De todas formas sospecho que este interés de los matemáticos por los juegos no tiene rematadamente nada que ver con mi propio interés. Sólo diré una cosa: nunca juego para ganar, ni me importa el resultado de la partida. La experiencia de jugar es lo interesante (aplíquese a la vida).