Después de hacer la aritmética anual
de libros leídos durante el 2012, he intentado imaginar la biblioteca
inexistente que reuniría todos los libros anotados en la lista en la que
durante años he llevado el registro de todo lo que leo: sólo algunos de esos
libros están en mi biblioteca personal, otros se reparten por bibliotecas
públicas, otros no llegaron a contentarme y fueron intercambiados o
abandonados. Es fácil imaginar esa biblioteca, que nunca podría acomodar en mi
casa a no ser que fuera una mansión, como una biblioteca mental instalada en mi
cerebro. En sus bonitos estantes haciendo bulto, los libros en hileras dispuestos
a batir records de cantidad, altura y anchura con el paso de los años. Mis
cientos de libros, perfectamente numerados, siempre dispuestos a sumar más y
más numerales. Mis libros como disecados trofeos en un museo.
Entonces la soñada imagen se me ha
deshecho como polvo: ¡mis libros no son eso! Algunos cambiaron mi manera de ver
el mundo y durante un tiempo orientaron mi vida en alguna dirección, pero
incluso esos no puedo recordarlos claramente, más que por algún detalle. Y de
los muchos que cumplieron su función, incluso habiéndolos disfrutado mucho,
apenas podría decir nada. Entonces, ¿ha sido inútil leer todos esos libros?
¿Soy lo mismo que aquel que sólo leyó una docena de libros en su vida, o que no leyó ninguno? Si realmente quería mantenerlos en mi memoria como trofeos
disecados, estaba muy equivocada. Los libros no se almacenan, por más que nos
haga gracia la aritmética. Los únicos y favoritos, los corrientes y aburridos,
los amenos y agradables, hicieron su función en el momento en que fueron
leídos, añadieron su ingrediente a la vida, que sin ellos hubiera sido una sopa
mucho más sosa. La prueba es que en el idealista ejercicio de la relectura,
ningún libro nos parece igual al que leímos: el libro es el mismo, la vida es
otra. Cada momento ejerce su efecto, y todos juntos forman la biografía
lectora. Aunque coleccionemos sus títulos como fotos pegadas en un álbum
familiar, los momentos pasados son vagos recuerdos. Pero los libros que he
leído me han hecho quien soy ahora.
El libro presente es el único libro
real (aunque tenga mi mente menos en él que en los libros futuros, que siempre
son infinitos y se multiplican en algún lugar del porvenir, para hacerme morir
de ansiedad), los libros pasados ya no están, aunque vuelva a cogerlos del
anaquel. Por eso existen ciertos libros que nos acompañan siempre, porque tienen
tanta vida que no dejamos de vivirlos, porque siempre son diferentes, nuevos.
Los que ya no están los vivimos en su momento, y los que vendrán son los que
nos hacen continuar viviendo, porque están llenos de futuro. Los minutos de mi
vida que llenaron los libros son como el resto de minutos que he vivido, se los
ha llevado el tiempo. Son, más bien, como semillas en el jardín: están
enterradas para siempre, pero algo nació de ellas, quizá sólo es un verdor
difuso que hace agradable el paseo, quizá es un árbol que se mantiene firme por
siempre. El tiempo pasa sobre este jardín, pero no puede decirse que no lo
renueve cada día con insistencia.
La próxima vez que me pregunten:
¿para qué lees?, o mejor, cuando me vean leyendo y me pregunten (me pasó muchas
veces): ¿por qué no dejas el libro y haces algo?, podré responder: estoy
viviendo.
Comentarios
Hay muy pocos libros, unos poquitos, que pueda decir que han cambiado el curso de mi vida, entre todos los que he leído hasta hoy, pero quién sabe en qué maneras inconcebibles, más allá de lo consciente, unos y otros libros llegan a nuestra experiencia vital a darnos toques y encaminarnos sin saberlo nosotros en la dirección en la que andamos.
Todo lo que hemos leído está en alguna parte, sin duda, en forma de algo, un jardín, o un ovillo… Viu, amb el cabdell fes-te un jersei, que t’abrigarà millor!
Helena, per què no llegeixes? Si és per manca de temps, t’entenc perquè he passat per aquesta tortura. Si és perquè has perdut l’interès, no ho puc entendre, jo cada vegada en tinc més!
h.
Me identifico con muchas de las cosas que dices en tu bella reflexión.
He experimentado igual que tu, en determinado momento, cierta extrañeza en mi entorno inmediato hacia la afición a la lectura, (y no digamos ya de determinados temas) podemos decir que no era el ambiente que más la propiciara. He llegado a lo largo de los años a formar una personal biblioteca que para mí es un pequeño tesoro y de la cual disfruto mucho. Ahora compro muy pocos, ya sabes, esto de la crisis, acudo más a las bibliotecas públicas pero no satisface el placer de ampliar la propia, de conseguir una "pieza más". Cosas de la bibliofília... Y es que el libro como objeto para mi también tiene mucho atractivo. Tampoco me siento cómodo con el formato digital.
Encantado de encontrar novedades por aquí, un placer leerte.