Hace semanas
que leí este libro, pero supongo que sus efectos y consecuencias se
dejarán sentir durante mucho tiempo. Lo voy digiriendo lentamente y
se mezcla con muchas otras ideas que me rondan. Uno de los motivos
por los que me ha afectado es porque plantea una cuestión que yo
misma me he planteado mucho tiempo, y que no es fácil de definir:
soy una persona racional e irracional al mismo tiempo; por un lado,
las fantasías y los imposibles no me convencen (nunca he tenido esa
clase de fe), pero por otro, la racionalidad árida me repatea, por
su cortedad de miras. Entonces, ¿cuál es mi lugar?
Este libro
de Harpur aborda ni más ni menos que el tema de los fenómenos
paranormales. Ante este tema, la mayoría de la gente adopta posturas
opuestas: los que se carcajean de todo ello como delirios de
enfermos, ignorantes y crédulos, o los que se apuntan a cualquier
misterio con fe inquebrantable. Las dos posturas están muy
igualadas, porque, a pesar de que la cultura imperante impone su
punto de vista racional y tecnológico, al menos de puertas afuera,
hay una realidad inmensa medio oculta que deja ver algún resquicio,
desde las terapias energéticas o lo que sea, a los programas
televisivos de misterios, o los elixires para el amor o el éxito,
etc., etc., que dan una pista de que tanta racionalidad no sirve para
mucha gente. De esa realidad oculta forman parte las experiencias de
millones de personas, que no pueden clasificarse dentro de la vida
cotidiana, pero que abarcan desde sensaciones, intuiciones y
visiones, a auténticos viajes. Estas experiencias a veces son
integradas en un sistema de creencias, pero, precisamente porque
estos sistemas se han desmantelado, para mucha gente son una fuente
de desconcierto y de trauma. Digo que son millones sin conocer
ninguna estadística, tan solo extrapolando una cifra basada en la
cantidad de gente que yo he conocido incluso sin proponérmelo. Es
mucho más habitual que raro. La gente no puede ser racional y punto,
porque su vida está llena de hechos inexplicables y extraños,
irracionales. Harpur también piensa que es absurdo no abordar este
tema. La ciencia oficial lo desprecia, y lo deja en manos de un
dudoso grupo de entusiastas, que no destacan por su imparcialidad.
Encontrar un término medio entre estas dos opciones es lo que él se
propone.
Hay toda una
historia de la filosofía, que no voy a resumir ahora, que trata de
si podemos o no conocer el mundo que nos rodea. Nuestros cerebros no
son ordenadores, ni nuestros ojos son cámaras, ni podemos captar
literalmente el universo; estamos hechos para sobrevivir y hemos
evolucionado para asimilar una realidad que podamos manejar, al menos
lo suficiente para salir adelante. El mundo que captamos está hecho
a nuestra imagen, y nuestra mente manipula esta imagen libremente, a
través de la memoria, de los deseos y necesidades, de sus propios
esquemas. De todas las posibilidades del universo, nos quedamos con
unas pocas, y acordamos que ésas son las válidas. Este acuerdo
sobre la realidad varía con el tiempo, y según las culturas.
Si hemos
acordado que nuestra mente construye el universo, demos un paso más
y digamos que nuestra mente es el universo, que no hay un interior y
un exterior, sino que el gran Alma del Mundo se expresa, se concreta
y explota todas sus posibilidades en los individuos. Esto es algo
difícil de entender desde el punto de vista científico actual, pero
éste es el punto de vista de nuestra época, y (como el pez
sumergido en el océano que no puede ver el océano por estar en él)
nos impide darnos cuenta de que no es el único punto de vista
posible. Evidentemente, existe ese órgano llamado cerebro, esa
simple masa viscosa de algo más de un kilo colocada dentro del
cráneo, con sus células y sus sinapsis físicamente construidas con
átomos, como el resto de la materia. Eso es lo que hay, y nada más,
quiero decir, eso es lo que hay desde el punto de vista cuantitativo,
comprobable y analizable, experimental y científico, datos todos
ellos que pertenecen a la realidad, pero a una ínfima parte de todo
lo que la realidad puede ser, a la parte más prosaica, plana,
básica; para mucha gente, sin embargo, esa es toda la realidad que
hay y puede haber.
Pero la
psicología descubrió que en la mente hay mucho más y que no se lo
puede ignorar. Si el cerebro son los números, la mente es la
aritmética; o si el cerebro es el alfabeto, la mente es la poesía.
Es el producto resultante, complejo, elaborado. Alguien muy
materialista podría decir que no es más que una pura excrecencia
del cerebro, un subproducto, un conjunto de fantasías. Pues este
producto es lo que somos, y no podemos ser otra cosa. Esa es nuestra
realidad. El universo que genera la psique es inmenso y apenas
podemos manejarlo; no lo creamos nosotros, sino que él nos crea.
Harpur utiliza el antiguo término de Alma del Mundo para
definirlo, ya que se trata de algo colectivo o impersonal, o al menos
más grande que los individuos. Éstos participan en él en
diferentes medidas: hay quien lo ignora y hay quien es invadido
abrumadoramente por su presencia. Los extremos nunca son buenos, y
cada uno debe encontrar su propio encaje, su propia identidad, una
que le permita vivir la vida aceptablemente. Y eso no se puede hacer
si se ignora la parte de uno mismo que no le pertenece del todo, que
es dominada por las fuerzas universales; de la misma manera que
tampoco se puede vivir si uno es sacudido por esas fuerzas como un
pelele. El término medio es una identidad estable que abarque todo
lo que uno puede llegar a ser, si bien éste es un ideal que se
persigue toda la vida.
Los
fenómenos paranormales desafían la racionalidad, pero tomarlos
literalmente es tan empobrecedor como tomar literalmente el punto de
vista científico. Ambas actitudes están emparentadas, porque todo
este campo que ahora se define como “paranormal” es una reacción
paralela al desarrollo científico, y que, aunque en principio parece
desafiarlo, copia sus mismos esquemas (“investiga”, busca
“pruebas”). Pero se trata de los mismos fenómenos que en otras
épocas se clasificaban dentro de las experiencias espirituales o
religiosas, o en otras culturas, dentro de las creencias primitivas o
tradicionales. También es el campo en que entran los trastornos
psicológicos. Tanto si se trata de hadas o brujas, de apariciones de
la Virgen, levitaciones o estigmas, de vampiros, extraterrestres o
almas de los muertos, de voces o visiones, todos son fenómenos a
través de los que se expresa la vida de la psique, y por lo tanto,
son tan reales como las personas sientan que son, o tanto como su
realidad les afecte. Es decir, exactamente igual que sucede con todos
los fenómenos del universo, sea una puesta de sol o pilotar un
avión.
No se trata
de que los fenómenos físicos estén “fuera” y los psíquicos
“dentro”; como he dicho, no hay dentro ni fuera. Estos conceptos
sólo valen desde un punto de vista individual, aferrado a lo
literal, que pone al yo y a su cuerpo como punto de referencia,
cuando el yo es mucho más que eso. “La sensación de que nuestros
cuerpos son literalmente reales es una construcción del ego racional
que, aunque no se identifica con el cuerpo (ve el cuerpo como un
vehículo), no obstante se alía con él de forma tan estrecha como
para imponer su perspectiva al cuerpo. Convierte nuestra realidad
física en la única; convierte nuestra realidad física en una
realidad literal. Esto conduce a la creencia errónea de que, con la
muerte física, dejamos de existir. Pero nuestra muerte física
libera al cuerpo daimónico. Es más, si pasamos por una muerte
iniciática, que destruye la perspectiva literal del ego racional, el
cuerpo físico es desliteralizado, desatado de su perspectiva única”.
El “cuerpo
daimónico”, según Harpur, corresponde al ego daimónico, la
imagen individual con la que somos representados en el Alma del
mundo, que usamos por motivos prácticos, pero que es mucho más
imprecisa que el ego racional. Es el cuerpo con el que nos vemos en
los sueños, que puede sentir y sufrir, pero también transformarse y
permitirnos ser otros o muchos a la vez. La realidad de los sueños
también se inmiscuye en la vigilia, cuando la conciencia se lo
permite, y por eso podemos sentir experiencias con el “cuerpo
daimónico” cuando creemos estar en nuestro cuerpo racional. Ya los
antiguos poetas habían sospechado que los sueños son la vida y la
vigilia su sombra, y el mundo de cada día, un largo sueño de una
conciencia desconocida. Que no vivimos la vida, sino que la vida nos
vive. Absurdamente, queremos controlarla, y vamos a ser derribados
una y otra vez hasta que aprendamos a encontrar nuestro sitio en
ella. Los fenómenos que se salen de lo normal nos dan una pista de
que la realidad es otra cosa. No van a desaparecer sólo por decir
que son imposibles, y si la cultura los suprime, aparecerán por otro
lado. No son inofensivos: causarán trastornos individuales y
sociales, causarán enfermedades físicas y mentales. Esta rígida
sociedad no ayuda a la gente a encontrar el equilibrio de sus vidas,
y mucho menos a crecer y realizarse como personas, porque sólo
acepta un modelo de realidad, la que miden los aparatos y los
experimentos, que es apenas una parodia de realidad, desnaturalizada,
prosaica, desligada de todo su sentido. En cambio, comprender por qué
aparecen esos fenómenos, qué los provoca, qué nos están queriendo
decir, exige el valor de adentrarse en terrenos misteriosos, de vivir
la peligrosa aventura de cada vida, pero puede hacer que consigamos
integrarnos en esa realidad total y múltiple, inquietante y
terrible, incomprensible e indefinible, pero que es la Realidad real.
-Realidad daimónica, de Patrick Harpur. Atalanta, 2007. Colección Imaginatio Vera, nº 14.
Imagen: Relativity, de M. C. Escher.
Comentarios
Hablar de este libro no fue fácil porque aún estoy en proceso de asimilar las ideas que propone, y aún no sé si estoy de acuerdo con ellas o qué pienso yo de todo esto. Por eso ayuda escribirlas, para darles forma. No me limito a hacer un resumen de lo que dice Harpur, intento encarnar estas ideas en mí y en mi vida, y ver a dónde me llevan. Este libro pide una relectura, quizá de aquí a unos años, para ver qué pensaré entonces de todo ello. Bueno, Harpur tiene pocos libros pero buenos, los he leído casi todos y siempre pienso que debería volver a empezar y leerlo todo otra vez.
h.
Desconozco la repercusión que tuvo este libro de Harpur (ni cualquiera de los otros); ni es un autor popular ni fácil de encuadrar, así que tiene todos los números para ser ignorado. Yo no dejo de reivindicarlo.
Hasta pronto
h.
Sobre Realidad Daimónica y otros libros similares de Harpur o de otros autores como John Keel, ciertamente no son populares ni fáciles, pero eso es parte de su encanto. El problema es la soledad que genera ser participe de esos encantos ( no estamos entre los miles que leen Harry Potter). Pero para aquellos que podemos o intentamos entender sin duda es entrar al alma misma de la tierra o tal vez del universo. Yo amo el tema de los daimones, son uno de esos seres raros que lleva la estadística en contra, y encontrar seres similares y que se atreven a escribir sobre estos temas es ciertamente todo un lujo y un honor. Lindo inicio de semana, saludos desde la Realidad Méxicana.
Aún así, me parece un buen ejercicio practicar la racionalidad y aplicarla a nuestras vidas, siempre que la usemos cuando corresponde. La teoría que intento transmitir con este post es que, para ciertas cuestiones de este mundo, la racionalidad no es el elemento de juicio adecuado. Lo cual no implica irse al otro extremo y caer en el irracionalismo. Los extremos nunca son buenos.