Generalmente, los artículos sobre inmigrantes
musulmanes en Europa suelen centrarse en dos temas: el terrorismo y
el velo. Que esta prenda de vestir sea un objeto de preocupación tan
importante como la grave amenaza terrorista demuestra que su valor
simbólico se ha disparado en los últimos años. El velo en menores
(conflictos con las escuelas) trasluce el temor a que las pequeñas
estén siendo manipuladas, obligadas a aceptar una sumisión al varón
que en Europa se combate desde hace al menos un siglo. Lo mismo
sucede con mujeres adultas en el caso del velo integral, signo
extremo de la negación física. Para la sociedad occidental,
permitir que suceda parece consentir que una forma de pensar
contraria a las libertades se vaya imponiendo, disfrazada de
tradición. No vengo yo a solucionar el tema del velo, pero sí a
hacer varias reflexiones después de algunas lecturas que he hecho.
Hablar del velo significa hablar de muchas otras cosas: religión,
tradición, política, racismo. Cada tema da para una enciclopedia,
pero aún así se pueden decir algunas cosas brevemente. Es más, se
deben decir, porque en estos temas nadamos en un océano de
ignorancia.
The
veil series es un trabajo de la fotógrafa británica-iraní Sara
Shamsavari, en el que retrata a mujeres de Londres, París y Nueva
York como muestra del uso moderno y estético del hiyab.
Reinventar
la tradición
Como
explica la antropóloga Verena Stolke, las ideas sobre los
extranjeros que se han generalizado actualmente en Europa responden a
una nueva clase de exclusión que ya no es el antiguo racismo que
dividía a los seres humanos entre superiores e inferiores. El nuevo
“fundamentalismo cultural” hace las diferencias en función del
territorio, asignando a cada uno una cultura (e ignorando la propia
variedad de cada estado). Estas culturas son totalmente extrañas las
unas a las otras, y por eso cada una practica un etnocentrismo
“natural”: “El fundamentalismo cultural contemporáneo se basa
en dos suposiciones: que las distintas culturas son de una variedad
infinta, y que, dado que los seres humanos son intrínsecamente
etnocéntricos, las relaciones entre las culturas son por naturaleza
hostiles.” Los individuos que viven fuera de su territorio/cultura,
al ser ellos también etnocéntricos, se vuelven una amenaza para el
territorio en que están. Por eso, la emigración de gentes de un
territorio a otro es vista como un hecho problemático y preocupante
(no un hecho natural e inmemorial).
No
es un concepto muy diferente de lo que Olivier Roy llama
“neoetnicidad” en relación a la manera en que los países de
occidente han catalogado a los inmigrantes musulmanes. Primero, todos
comparten algo llamado “cultura musulmana”, como si la religión
definiera todos sus aspectos culturales, sin distinción entre países
de origen; segundo, les define el hecho de haber nacido en esos
países, sean o no creyentes, practicantes o técnicamente de otras
religiones (ateos, cristianos libaneses, etc.); tercero, el musulmán
es el otro, opuesto al autóctono (no al cristiano).
Este
proceso de catalogación y etiquetación del extranjero realizado por
Europa ha funcionado en las dos direcciones, porque los inmigrantes
también lo han asumido. Se da por hecho que al venir de su país
traen consigo “su cultura”, pero para la mayoría, supone pasar
de una sociedad donde la identidad religiosa era algo supuesto y
formaba parte de la estructura social, a otra sociedad donde su
religión es minoritaria, sus tradiciones no forman parte de la
mayoría, y donde su fe tiene que reivindicarse y hacerse notar para
existir. De pronto, el creyente necesita definirse, no ya como
integrante de una sociedad, que ya no existe, sino individualmente, y
aparte de cualquier tradición: “La pérdida de visibilidad hace
que el islam deba afirmase cada vez más como una opción individual,
[...]. En la actualidad la problemática del velo llevado
voluntariamente: es una reapropiación y afirmación de uno mismo, y
no ya un signo de conformismo social”.
Los
hijos de inmigrantes que quieren recuperar su identidad musulmana no
lo hacen recuperando la cultura de los padres, sino una supuesta
“cultura musulmana”, un islam “neutro”, descontextualizado,
individualista y de nueva creación. Este proceso no es diferente del
que se vive en los propios países de origen ante el reto de la
modernidad, las crisis políticas y el resto de problemas que los
sacuden. Este islam neutro y reinventado es el que se está
extendiendo, y uno de sus símbolos es el velo : “El velo se ha
convertido en un símbolo, aún sin serlo en propiedad […]. Ha
pasado de tratarse de una prenda con más sentido étnico y
tradicional que religioso y su uso estar casi erradicado en Egipto y
en el Cercano Oriente de los años sesenta, a retomar el protagonismo
perdido a causa de la presión ejercida, especialmente en las últimas
décadas, por los movimientos fundamentalistas.” (A. Motilla)
La
tradición del velo
Convertir
el velo en un símbolo del islam no es tarea fácil, porque no se
sustenta en ninguna obligación, no hay disposiciones claras e
identificables. Se suele citar la aleya 33.59 del Corán, donde se
prescribe que las mujeres “se cubran” con el yalabib, que
significa “vestido” o “túnica” a pesar de que a menudo se
traduzca por “velo”. Las primeras exégesis ya discutían cómo
interpretar las disposiciones del profeta, y a qué normativas debían
dar lugar. De estas disposiciones posteriores surgió lo que se llama
“código hiyab” de vestir: a partir de la pubertad, la mujer debe
cubrir todas las partes de su cuerpo que pudieran provocar miradas
lascivas, que son prácticamente todas excepto la cara, las manos y
los pies. La ropa que la cubre, además, no debe ceñir el cuerpo ni
ser transparente. Éstas ideas corresponden a una cierta escuela de
tradición, pero no son obligatorias. Ni el imam más estricto puede
decir que seguirlas es una obligación, tan sólo una opción. Por
eso, una mujer musulmana y devota puede optar por no seguirlas,
entendiendo que no forman parte del núcleo de la religión islámica.
Se
suele decir que el Corán otorgó a las mujeres unos derechos que
antes no tenían, aunque al leerlo en la actualidad resulte
retrógrado; pero hablamos del siglo VIII, y es cierto, la situación
de las mujeres en Arabia antes del islam era terrible. Sólo tenían
alguna seguridad las mujeres ricas o de familias poderosas; para
cualquier otra, existía la posibilidad de ser capturada en cualquier
momento y convertida en esclava de su captor, si no tenía de su lado
un marido o una familia lo bastante fuertes para recuperarla; y la
vida de esclava era miserable, hasta el punto de ser convertida en
factoría de hijos esclavos. Mahoma era especialmente sensible a la
suerte de los marginados, los miserables y los esclavos. Toda su vida
fue una negociación muy meditada para que sus ideas innovadoras
fueran aceptadas, como su revolucionaria idea de que las mujeres
heredaran en lugar de ser parte de la herencia, o que la esclavitud
de un hermano musulmán no era aceptable; en ocasiones no lo
consiguió, o con muchos trabajos: siguió habiendo esclavos, y las
mujeres siguieron sometidas, mucho más a medida que las conquistas
trajeron riqueza y poder. Si Mahoma era el modelo a seguir por los
musulmanes, éstos olvidaron pronto su forma igualitaria de tratar a
las mujeres, y su piedad para con los esclavos.
Pero
hay que volver a esa indicación de cubrirse, y entender a qué se
refiere. En este caso, el fracaso se hizo evidente. Mahoma no
consiguió convencer a los hombres de que debían respetar a las
mujeres sólo porque eran personas y musulmanas. La mujer cubierta
era una señora, mientras que la descubierta delataba su condición
de esclava, por tanto podía ser asaltada. Porque un cuerpo a la
vista es una tentación irresistible para un hombre, que pierde toda
capacidad de raciocinio y no puede contenerse. La base de la idea del
cubrimiento, sea éste como sea, es que el cuerpo de la mujer es
provocador y causante de la reacción del hombre, culpable de lo que
le pase. Esto es contrario al ideal de igualdad del islam, que
abomina de que un creyente violente a otro. Sucede lo mismo con las
disposiciones sobre el derecho del marido a pegar a su mujer; se
conservan innumerables hadices en que Mahoma abomina de ello, pero en
este caso su negociación fracasó. Pudo establecer unos derechos
matrimoniales y para los hijos, pero lo que pasara en cada casa era
un asunto doméstico.
Hay
grandes mujeres relacionadas con el Profeta, muy apreciadas en las
primeras épocas del islam, pero la historia las ha oscurecido o las
ha obviado, porque sus personas resultan incompatibles con la idea de
mujer sumisa. Khadija fue su primera esposa, quince años mayor que
él, viuda y mujer de negocios. Fue su primera seguidora, y Mahoma no
hubiera podido seguir adelante sin su apoyo. Aunque la poligamia era
corriente en su sociedad, nunca se casó con otra mientras vivió. Su
muerte tras veinte años de matrimonio fue un duro golpe para él.
Después Mahoma reunió varias esposas, muchas de ellas por causa de
alianzas políticas, y la mayoría eran viudas o divorciadas. Se casó
con hijas de sus amigos y aliados, como es el caso de Aisha, que fue
su amor principal hasta su muerte. Era una niña cuando se casaron, y
sólo tenía 18 años al enviudar del Profeta, pero se convirtió en
un pilar de la comunidad musulmana, una autoridad de referencia,
capaz incluso de ir a la guerra contra facciones contrarias. Un gran
papel tuvo tambien Um Salma, que era en cambio una mujer madura y de
gran personalidad, líder de las reivindicaciones de las mujeres
musulmanas. Otra gran mujer fue la bisnieta de Mahoma, Sakina. “Era
alabada por su belleza, lo que los árabes denominan belleza, una
mezcla explosiva de gracia física, inteligencia crítica y
elocuencia corrosiva. Los hombres más poderosos se la disputaban,
califas y príncipes le proponían matrimonios que ella desdeñaba
por razones políticas. No obstante, acabará casándose con cinco
maridos, algunos dicen que seis. Se disputó con unos, hizo
declaraciones de amor inflamadas y apasionadas a otros, llevó a uno
ante los tribunales por infidelidad y nunca consintió a ninguno la
ta'a (principio de obediencia, clave del matrimonio musulmán). En
sus contratos de matrimonio, estipulaba que no obedecería al marido,
que sólo haría su antojo y que no le reconocía el derecho de
poligamia, todo ello debido a su interés por los asuntos políticos
y la poesía. Seguía recibiendo en su casa a poetas y asistiendo, a
pesar de sus múltiples matrimonios, a los consejos de los Coraix”
(F. Mernissi). Como ella, hubo otras mujeres barza, “la que no se
tapa la cara ni agacha la cabeza”, es decir, desveladas. Un hombre
o una mujer barz son “conocidos por su raciocinio”, “de
criterio apreciado”, con una vida social que incluye organizar en
su casa reuniones cultas o políticas. Y todo ello estaba simbolizado
en el rechazo al velo. Eso fue en los primeros tiempos del islam, y
ha pasado mucha historia sobre todo ello.
Imagen
promocional de la web de moda islámica Al-humaira Contemporary.
Al-humayyira era el apodo cariñoso con que Mahoma llamaba a su
querida Aisha, y que Fátima Merissi traduce por “la pelirrojilla”.
http://www.alhumairacontemporary.com/
El
velo en occidente y en España
El
uso del velo es anterior al islam, y responde a una concepción del
cuerpo de la mujer que se extiende por todo el Mediterráneo y
Oriente Medio. Las antiguas hebreas se cubrían la cabeza, así como
las matronas romanas. El cabello de la mujer históricamente ha sido
considerado seductor, y por tanto incitador del pecado. María
Magdalena, ejemplo de mujer pecadora aunque redimida, es la única
santa que tradicionalmente se representa sin velo. Esta enfatización
del pelo pecador de la Magdalena es tan intensa, que algunos retablos
medievales la muestran completamente cubierta por su cabellera hasta
los pies. Por el mismo motivo, hasta el Concilio Vaticano II a
mediados del siglo XX, las mujeres no pudieron entrar en una iglesia
con la cabeza descubierta, siguiendo la confusa disposición de San
Pablo en su primera carta a los Corintios (11, 10): “Precisamente
por esto [porque la mujer debe obediencia al hombre], y por causa de
los ángeles, [nunca he entendido esta expresión] la mujer debe
llevar sobre la cabeza una señal de autoridad [de la autoridad del
hombre sobre ella, el velo]”. Por tanto, las creencias y prácticas
musulmanas respecto al velo no corresponden a “otra cultura”,
sino a un trasfondo compartido por todos nosotros.
Esta imagen y las siguientes: marcas
de moda islámica de alta costura.
No
se trata de un enfrentamiento entre el “mundo cristiano” y el
“mundo musulmán”, sino entre una concepción laica de la
sociedad y otra donde la religión está muy presente. El rechazo al
islam se engloba dentro de los prejuicios occidentales hacia la
religión en general, que ahora es vista sólo como fuente de
superstición e irracionalidad. Los países musulmanes no pudieron
realizar su propia secularización, por diferentes motivos, en el
siglo XX; ahora, se produce una reislamización que, como se ha
explicado antes, no es una vuelta “a lo antiguo”, sino su
negación, más bien una reinvención identitaria.
Que
el velo provoque malestar en el secularizado occidente ha sido un
incentivo para convertirlo en un símbolo (es decir, que las dos
posturas se alimentan la una a la otra). Es significativo que las
leyes que intentan prohibirlo estén respaldadas por políticos de
derechas, mientras que los de izquierdas votan en contra. Los
políticos liberales se debaten entre luchar por la liberación de la
mujer, o en defensa de las libertades personales. Los políticos
conservadores, especialmente en España, se alinean con la xenofobia
tradicional, la que se remite a la Reconquista. El “moro” forma
parte del acerbo cultural, como una figura siempre al acecho que
ansía recuperar el territorio conquistado. La España tradicional no
está acostumbrada al extraño ni al diferente, ya que la sociedad ha
sido totalmente uniforme durante siglos. Juan Goytisolo escribió en
España y sus ejidos: “Si no somos racistas se debe ante todo al
hecho de que España fue el primer país moderno que “resolvió”
de modo tajante el problema de las razas, acosando, persiguiendo,
robando y expulsando por fin masivamente a moros y judíos.”
Es
la uniformidad, y no tanto la laicidad, la que preocupa a la sociedad
española, y suele ser la causa de los conflictos en las escuelas,
porque los velos de las chicas se saltan normativas sobre la
vestimenta de los alumnos. La mayoría de los españoles no están
acostumbrados a ver gente diferente, y creen que la integración
significa asimilación, que los diferentes cambien sus tradiciones,
su manera de vestir, su religión, su idioma, y a poder ser su piel,
o mejor que se disuelvan, o mejor que no vengan, para que todos
seamos lo mismo y se mantenga inalterada “nuestra cultura”.
Qué
significa el velo
El
velo se convierte en bandera del islam, sin embargo es una bandera
que sólo pueden enarbolar las mujeres; desgraciadamente, los hombres
musulmanes no tienen símbolo alguno con el que identificarse, aunque
tampoco parece que lo reivindiquen. No hay que confundir este nuevo
movimiento con una simple tradición, porque tiene muchos otros
aspectos. Muchas mujeres de mediana edad que proceden de pueblos o
entornos tradicionales llevan el velo cuando vienen a Europa,
simplemente porque es lo que han hecho siempre. Es su forma
tradicional de vestir y se sentirían incómodas si no lo llevaran.
Ese velo no es de origen religioso, sino étnico (aunque es posible
que ellas no sean conscientes de la diferencia).
En
cambio, no es tradicional que mujeres de culturas que nunca han
utilizado el hiyab lo lleven ahora, como las mujeres indias o
paquistaníes, las indonesias o las del centro de África;
generaciones de antepasadas suyas fueron perfectas musulmanas sin
utilizarlo. Tampoco se habían visto nunca en la historia del islam a
niñas de 8 o 10 años con velo: es imposible considerarlo tradición.
Éste es un velo de moderna aparición, que se elige y en el que se
deposita la identidad. Se ha reinterpretado y se le han dado nuevos
valores, ya no relacionados con la tradición. Hay muchas páginas de
internet en que chicas modernas y occidentales reivindican el velo, y
de paso, el código hiyab de vestir, con argumentos como que es una
reacción contra la opresión que la moda y la imagen imponen a las
mujeres. Algo así como: nadie me juzga por mi aspecto... porque no
pueden verlo. Y de paso, como no voy provocando, los hombres no me
acosan y puedo ir tranquila por la calle (argumento que pueden
contradecir las mujeres de los países árabes, véase Egipto sin ir
más lejos). No deja de llamarme la atención la dispar situación de
las mujeres iraníes, que se cubren por ley desde hace décadas: las
jóvenes que han vivido esta obligación abominan del velo, y
discurren mil maneras de saltarse las disposiciones y liberar sus
cabellos y su cuerpo. No rechazan la religión, sin embargo, pero han
sufrido en sus carnes que el paraíso islámico no existe sin
libertad.
En
la mayoría de los testimonios que he leído, las chicas afirman que
no se sienten oprimidas, que para ellas el velo no significa
opresión, sino algo muy diferente. El hiyab está de moda, como se
puede comprobar en las fotos que acompañan este artículo, sacadas
de páginas de moda islámica. Ninguna de estas mujeres parece nada
oprimida, y dudo que se sientan así. Están muy lejos del chador,
del niqab, y por supuesto del burka. Estas imágenes fashion son un
magnífico ejemplo de islam reinventado que ignora su propia
historia, en este caso la historia del velo y de lo que significa, de
las mujeres barza, de Sakina y tantas otras.
Es
evidente que el velo es una imposición masculina, no porque las
mujeres o las niñas que lo llevan hayan sido coaccionadas para ello,
sino porque forma parte de la cultura patriarcal, y su vuelta ha sido
propiciada por el auge del fundamentalismo. También es evidente que
éste se alimenta del anti-imperialismo heredado de la
descolonización, y que incluye un sentimiento anti-occidental. Esto
hace que las jóvenes rechacen los valores occidentales, y adopten
las formas más restrictivas de religiosidad. No se trata sólo de
una manera de vestir, sino de una actitud de represión que abarca
muchos aspectos de la vida. Muchas veces me he encontrado con el
comentario: “sólo es un trozo de tela”, como si fuera una banda,
una gorra, un pin que uno lleva para identificarse con su equipo de
fútbol o su partido político. Pero el velo se lleva en todo el
cuerpo, en toda la vida, en cómo se vive, en todo lo que se hace.
Por ejemplo, aquí, en mi ciudad, nunca he visto a una mujer con velo
tomando el sol en la playa, o bailando en las fiestas del barrio (y
eso que hay conciertos para todos los gustos), o haciendo running (y
me cruzo con decenas de runners cada día). Son cosas que hace gente
muy variada, con diferentes gustos u opiniones. Son acciones, éstas
u otras parecidas, sin connotaciones, universales e intemporales. Se
hacen con el cuerpo. Ellas no las hacen.
Se
puede llevar el velo como símbolo de lo que apetezca, pero si estas
mujeres están dejando de hacer algo con su vida sólo porque no es
lo correcto, no es apropiado, no lo debe hacer una mujer
decente/buena musulmana... Eso es volver a María Magdalena, a la
mujer pecadora/la mujer decente, a la mujer pública/la mujer
privada. La mujer que sólo se define por lo que el hombre ve/no ve
de ella. Cuyo centro de interés y única referencia es su cuerpo.
Unos conceptos bien conocidos en las culturas mediterráneas,
antiguos, arraigados, y que no tienen NADA que ver con la religión.
A mí que no me intenten vender ese cuento.
Sin
embargo, yo no estoy a favor de ninguna prohibición, ni de ninguna
ley en contra. No creo que sea un asunto de leyes. El velo es un
signo de los tiempos y lo que hay que hacer es entender los tiempos e
ir a la verdadera raíz de los problemas. La actitud de “a favor o
en contra” no sirve de nada, y espero, como en todo, encontrar un
punto intermedio. Me gustaría ver a las mujeres con velo haciendo
todas las cosas que he dicho antes, que se pongan o se quiten el velo
cuando crean que deben hacerlo, que tengan una idea positiva de sus
cuerpos y no los vean como fuente de pecado. El verdadero problema es
el de la identidad: por parte de los inmigrantes, que han de
reinterpretarla, y no pueden limitarse a la asimilación; por parte
de las sociedades de acogida, que han de entender que la uniformidad
es irreal y que su identidad nacional no puede basarse en ideales
trasnochados. No es un tema fácil ya que interfiere con el de la
violencia terrorista. Las crisis económicas, además, provocan el
extremismo y la utilización electoralista de la xenofobia. Por ello
se impone más que nunca revelar la auténtica naturaleza de los
conflictos, y hacer ver que las culturas son fluctuantes, mutantes,
adaptables y siempre deben ser enriquecedoras.
Lecturas
recomendadas:
GOYTISOLO,
Juan (2003). España y sus ejidos. Majadahonda: Hijos de
Muley-Rubio.
MERNISSI,
Fátima (1999). El harén político: el profeta y las mujeres.
Guadarrama: Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, DL.
MOTILLA,
Agustín (coord.) (2009). El pañuelo islámico en Europa.
Madrid: Marcial Pons.
ROY,
Olivier (2003). El Islam mundializado: los musulmanes en la era de
la globalización. Barcelona: Bellaterra.
STOLCKE,
Verena. “La nueva retórica de la exclusión en Europa”,
versión revisada de su artículo de 1995 “Hablando de la cultura:
nuevas fronteras, nueva retórica de la exclusión en Europa” a
Current Anthropology, 36 (1). Pp. 1-24. Chicago University Press.
Comentarios
Hiniare te dejo mi face por si tienes, ahora me paso + por ahi que por el blog Abrazo desde Argentina
https://www.facebook.com/kosmonautadelazulejo
h.
fue un debate interesante.
Un abrazo
El autor de Revolución Matriarcal dejó de usarlo y nos dió permiso a algunas seguidoras para publicar. Verás que alguna vez aparece también Antropóloga en la Luna.
Yo estudio humanidades así que tengo algo de antropólga, psicóloga, historiadora, filósofa... Todo me parece poco. Esta entrada es parte de un trabajo de antropología, con opiniones propias añadidas para el blog.
En España hace veinte años ver un velo era algo exótico, ahora que hay gente de todas partes es cuando aparecen los conflictos. Me interesaría leer ese debate, pero no lo he encontrado en tu facebook. Te mando una solicitud de amistad, intentaré aparecer alguna vez por allí.
Hasta otra,
h.