No se trata
de un cuento de esos que forman parte de la cultura popular: la
historia de Cupido y Psique aparece en El asno de oro,
la novela del autor latino Apuleyo, pero cualquiera que la lea
comprueba que tiene todos los ingredientes del cuento tradicional. Es
más, reconocerá la influencia de la historia de Apuleyo en muchos
otros cuentos de sobra conocidos hoy en día. Curiosamente, El
asno de oro es una novela
satírica, una trama llena de personajes que cuentan historias, unas
dentro de otras, la mayoría humorísticas, picarescas o eróticas, y
su tono general no tiene nada que ver con este cuento. De todas estas
historias, ésta es con diferencia la más larga, como un libro
incluido dentro de otro. Aunque lo ideal sería leerlo con la animada
prosa de Apuleyo, voy a hacer un resumen tanto como sea posible, por
si alguien, después de catar esta sencilla muestra, se decide por el
vino auténtico.
La más conocida representación de Cupido y Psique (entre los millares que la historia del arte ha creado) quizá sea esta escultura neoclásica de Antonio Canova
Como
los buenos cuentos, la historia empieza con los reyes de un lejano
reino que tenían tres hijas, todas bellas y jóvenes, pero la
pequeña, con diferencia, la más bella (como debe ser en los buenos
cuentos). Esta princesa, llamada Psique (que no por casualidad
significa alma en
griego), resultó ser tan hermosa que las gentes se convencieron de
que era la misma Venus bajada a la tierra, y llegaron a adorarla,
cosa que desató los celos de la Venus auténtica, que ordenó como
venganza a su hijo Cupido que la hiciera enamorarse del ser más vil
que encontrara. Sus órdenes se cumplieron de una manera bastante
extraña. El caso es que el oráculo decretó que Psique había
desatado la ira de los dioses, y debía ser entregada a un monstruo
horrible como esposa-víctima, en la cumbre de un acantilado. Hasta
allí la llevaron sus desconsolados padres y se despidieron de ella.
Pero, una vez sola, lo que apareció no fue un monstruo, sino un
viento huracanado que la arrastró por el cielo y la dejó caer, sin
daño, en un valle florido.
El pintor barroco Luca Giordano dedicó una serie a la historia de Cupido y Psique. Aquí se la representa siendo adorada por el pueblo
Allí
Psique encontró un palacio excelso lleno de riquezas, pero
completamente desierto. Unos sirvientes invisibles le trajeron
manjares, la llevaron al baño y le dieron ropas aún más lujosas
que las que había llevado. En la oscuridad de la noche, su marido
apareció en la habitación. Le aseguró que podría vivir tranquila
y hacer lo que quisiera, siempre que no intentara ver su rostro.
Psique se enamoró de ese marido que la visitaba cada noche y que no
parecía nada monstruoso al tacto. Pero... no dejaba de acordarse del
dolor de sus padres y de sus hermanas, que la creían descuartizada
por una bestia, y la vida en su jaula de oro no le parecía tan
bonita.
Psique siendo transportada por el viento Céfiro hasta el jardín del valle. Ilustración
de H. J. Ford en una obra del siglo XIX, The Red
Romance Book.
De
manera que consiguió que su marido hiciera venir a sus hermanas a
visitarla, transportándolas por los aires desde el acantilado como a
ella. Las hermanas quedaron asombradas y deslumbradas por su
magnificencia, y la alegría de haberla reencontrado viva se
transformó pronto en una envidia feroz. Tanto es así que ni
siquiera contaron a sus padres la verdad sobre su hija pequeña, y se
las ingeniaron para volver a verla. Y a la tercera visita lograron
convencerla de que su marido era sin duda el monstruo que había
vaticinado el oráculo, que lograba hechizarla para que no se diera
cuenta de su fealdad, que el hijo que ya esperaba iba a ser
igualmente monstruoso, y que sin dudarlo debía aprovechar la
oscuridad de la noche para matarlo.
Obra de la pintora del siglo XVIII Angelica Kauffmann,
en que aparecen las envidiosas hermanas de Psique
Psique
fue fácilmente manipulada por sus engaños, y cuando aquella noche
escuchó dormir a su marido, encendió una lámpara dispuesta a saber
la verdad: y lo que vio, claro, era al mismo dios Cupido, que no
había sido capaz de cumplir el mandato de su madre y se había
enamorado de Psique. Ella, deslumbrada por la belleza de su amante
divino, se inclinó sobre él, y una gota de aceite de la lámpara
cayó sobre el hombro del dios y lo despertó. Cupido se sintió tan
defraudado de que no hubiera cumplido la única condición que le
pedía, que levantó el vuelo y la abandonó.
De la infinidad de obras que muestran el descubrimiento de Psique, he aquí una voluptuosa representación del siglo XVI de Jacopo Zucchi
Psique
comprendió demasiado tarde que sus hermanas habían buscado sólo su
ruina. Abandonó el valle y comenzó a recorrer todos los países,
intentando volver a encontrar a Cupido. Llegó a las casas de sus
hermanas, y no perdió la ocasión de vengarse de ellas: a cada una
le contó la verdad sobre su marido, el dios del amor, y les aseguró
que la había repudiado por estar enamorado de su hermana más bella
(y cada una creyó que era ella), y que la esperaba en su palacio a
donde sería transportada por los aires como en sus visitas. Cada una
por su cuenta corrió al acantilado y se dejó caer esperando ser
llevada mágicamente, pero las dos se hicieron pedazos en las rocas.
El prerrafaelita Burne-Jones también dedicó una serie a la historia de Cupido y Psique. Aquí se puede ver al dios alejándose de ella en mitad de la noche.
Mientras
tanto, Cupido había vuelto a la casa de su madre, y la quemadura de
su hombro le hizo enfermar como si fuera una herida atroz (pero la
herida no era la quemadura). Venus descubrió cuál había sido el
verdadero destino de Psique, y juró vengarse de ella. La pobre
Psique seguía recorriendo el mundo sin encontrar amparo de los
hombres ni de los dioses, que temían la ira de Venus. Finalmente, se
entregó a manos de su suegra esperando así llegar a encontrar a su
amado.
Psique se entrega a Venus, según Edward Matthew Hale
Venus
la maltrató y decidió someterla a pruebas imposibles. Para empezar,
la llevó a una estancia donde había una gran montaña de semillas
mezcladas, desde trigo hasta diminutas semillas de amapola y
muchísimas diferentes, y le dijo que tenía hasta la noche para
separarlas en sus respectivos montones. Psique ni siquiera intentó
empezar, pues vio que sólo sería una excusa para castigarla por
incumplir sus órdenes, y se limitó a echarse al suelo llorando.
Pero las hormigas se compadecieron de ella, invadieron la estancia
por millares, tomaron cada una de ellas una semilla y, en unas pocas
horas, las habían colocado cada una en su lugar.
Nueva ilustración de The Red Romance Book, con el trabajo de las semillas
Cuando
Venus volvió y vio aquello, sospechó que una simple mortal no había
podido hacerlo sola. Así que ideó otra prueba: la envió a una
pradera donde pastaban unas ovejas de lana de oro, para que recogiera
sus vellones dorados. Pero esas ovejas eran enormes y salvajes, con
grandes cuernos, y Psique comprendió que si tan sólo la veían, la
embestirían hasta matarla. Así que se escondió entre las cañas y
se puso a llorar. Pero las cañas se compadecieron de ella y le
dijeron que esperara a la marcha de las ovejas hasta el río;
entonces las cañas las estrecharían y la lana quedaría enredada
entre sus nudos. De esa manera, Psique volvió a casa de Venus con
una gran cantidad de mechones de oro.
La
siguiente prueba que le impuso fue subir a la cima de una altísima
montaña, de la que nacía la fuente de agua que, hundiéndose entre
sus grietas, iba a alimentar la laguna Estigia. Psique debía llenar
una jarra de cristal de ese agua. No sólo la subida era penosa, sino
que en las grutas que se abrían en los peñascos habitaban dragones
espantosos. Psique vio que ningún mortal podría jamás alcanzar
aquella cima, así que a mitad de camino se sentó en una roca a
llorar. Pero el águila se compadeció de ella, tomó en sus garras
la jarra de cristal, voló hasta la fuente y se la devolvió llena.
Otra de las ilustraciones de The Red Romance Book, que muestra la historia del águila
De
manera que Venus decidió imponerle la prueba definitiva: le mandó
ir a lo más profundo del infierno, a casa de la diosa Prosérpina,
la que junto a Plutón gobernaba el reino de los muertos, para
pedirle uno de sus ungüentos de belleza, los únicos que pueden
competir con los de la diosa del amor. Psique comprendió que la
mandaba al lugar del que nadie regresa. Así que, decidida a
encaminarse allí de la manera más directa y acabar definitivamente
con su sufrimiento, subió a una alta torre dispuesta a arrojarse y
morir. Pero la torre se compadeció de ella y le habló: le contó la
manera en que podría cumplir el mandato de Venus. Le reveló dónde
estaba el lugar por el que podría bajar al Hades y cómo debía
hacerlo para cumplir su misión con éxito.
Debía
llevar en cada mano una torta de harina de cebada con vino y miel, y
dos monedas en la boca. Se encontraría un asno cojo del que se caía
parte de la carga de leña, y su cojo amo le pediría ayuda, pero
debía ignorarlos. También encontraría unas hilanderas que le
suplicarían que las ayudase, pero debía pasar de largo. Le daría
una de las monedas a Caronte, haciendo que él mismo la sacase de su
boca, para que la pasara en su barca. En el río, uno de los difuntos
le tendería su mano desde el agua para que lo ayudara a subir, pero
no debía compadecerse. Al llegar a la puerta de los infiernos, vería
al terrible perro de tres cabezas, Cerbero, al que amansaría
enseguida con una de las dulces tortas. Prosérpina la acogería con
hospitalidad y le ofrecería manjares, pero debía abstenerse de
comer nada (la propia diosa estaba condenada a permanecer allí por
eso mismo). Cuando tuviera el frasco, debía emplear la segunda torta
para que el perro la dejara pasar, y la segunda moneda para que
Caronte la devolviera al mundo de los vivos.
Psique ante Proserpina, según Charles Joseph Natoire.
No
hace falta decir que todo se cumplió tal cual: el camino bajo la
tierra, el asno, las hilanderas, Caronte, el muerto del río, el
perro Cerbero, la hospitalidad maliciosa de Prosérpina, y su regreso
a salvo. Cuando Psique volvió a ver la luz del día, pensó que esta
vez Venus quizá reconocería en ella a una digna nuera, y quizá
volvería a ver a su amado Cupido. Pero entonces reparó en que,
desde aquel día en que se separó de él, las calamidades la habían
marchitado y se veía en un estado lamentable. Pensó que podía
tomar tan sólo un poco del ungüento mágico y presentarse así
radiante ante su divino marido. Pero al abrir el frasco, descubrió
que no había ninguna pócima en él. No se puede confiar en los
regalos de la diosa de los muertos, pues de ella nunca puede venir
nada bueno: lo que contenía el frasco era un sueño de muerte, que
inmediatamente envolvió a Psique y la hizo desplomarse inerte en
mitad del camino.
Otra de las ilustraciones de Burne-Jones para el momento siguiente
Quiero
creer que, de alguna forma, Cupido supo lo que había pasado. Su
enfermedad había sido provocada por la decepción que Psique le
había causado, pero nunca podría curarse hasta que reconociera que
igualmente la amaba. Impulsado por la necesidad de volver a verla,
recobró sus fuerzas y se echó a volar desde el palacio de Venus.
Pronto encontró a Psique inconsciente en el camino y la despertó
con el filo de una de sus flechas (me gustaría decir que fue con un
beso, pero ese es otro cuento, a pesar de la conocida escultura de
Cánova). Este cuento se precipita rápidamente hacia su final feliz:
Cupido llevó a Psique al Olimpo, donde Júpiter les dio su bendición
y convenció a la furiosa Venus de que la aceptara. Psique bebió la
ambrosía de los dioses y se convirtió en inmortal. La hija que les
nació fue llamada Voluptuosidad.
Y, para acabar, otra de las representaciones más conocidas de esta historia, la obra de François Gérard
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