He
escrito este artículo como un proceso de reflexión para mí misma,
que quiero compartir por si alguien quiere reflexionar conmigo. Es
demasiado largo y pido perdón a quien llegue hasta aquí y lo lea
entero (y ni remotamente he escrito todo lo que quiero decir).
También se trata de un tema delicado y rodeado de polémica, así
que aviso de que ésta es una reflexión personal de alguien que
piensa y cree ciertas cosas, y trata de darles forma a través de la
escritura. Es un tema sobre el que quiero aprender y llegar a
entender más cosas. Y escribo porque esta polémica me resulta
dolorosa y necesito encontrar soluciones.
Hace
unos meses leí una noticia que me dejó bastante consternada.
Aparecía en La Vanguardia con el título de Feminismo y trans: la guerra abierta,
haciendo alusión a la polémica provocada por la escuela feminista
Rosario Acuña, liderada por la catedrática Amelia Valcárcel,
durante sus jornadas de este verano sobre el concepto de género e
identidad. Las reflexiones sobre el género provocaron el rechazo de
la comunidad trans, pero leyendo la noticia tengo la sensación de
que se trata de un diálogo de sordos, o más bien de una ausencia de
diálogo. Sucede a menudo que los colectivos se enfrentan entre ellos
o unos contra otros, cuando debería ser imprescindible que todos
fueran a la par. Si las exigencias de unos son perjudiciales para los
otros, quizá deberían abrirse a un pensamiento común que los
reconozca a todos, porque ese pensamiento estará más cerca de ser
correcto.
Pero
han pasado más cosas este verano, porque da la casualidad de que
aproveché las vacaciones para leer por fin el ejemplar de El
segundo sexo de Simone
de Beauvoir que tenía abandonado en casa. No voy a decir nada nuevo
de este clásico del feminismo, que no hay que tomar como una biblia
sino situarlo en su contexto, como un hito en el camino que continúa
en el presente. De hecho, tuve la sensación de que De Beauvoir no
hablaba exactamente de las mujeres de su época, sino de las de
principios del siglo XX (el libro es de 1949), esas mujeres de clase
media encorsetadas en sus desesperantes vidas burguesas, entre
encajes y mojigaterías (al menos, me cuesta creer que mujeres de los
años 40 de ambiente urbano llegaran a la noche de bodas sin saber
cómo se hacían los niños). Como es de sobra sabido, la afirmación
principal de la obra es aquella de que “la mujer no nace, sino se
hace”. Lo revolucionario de este trabajo fue demostrar que las
mujeres no son inestables, emocionales, histéricas, superficiales,
caprichosas y pasivas porque eso es la “naturaleza femenina” y
están condenadas por sus organismos frágiles encadenados a las
labores reproductoras; es la represión a las que las somete la
sociedad, negándoles cualquier realización personal y obligándolas
a vivir a través del marido y los hijos, condenándolas a la
dependencia, sometiéndolas a discursos contradictorios e hipócritas
que las hacen enemigas de sus cuerpos y las llenan de miedos y
traumas. En las vidas de aquellas mujeres, el momento más terrible
llegaba cuando la niña descubría que nunca iba a ser capitán de
barco, ni iba a explorar el Amazonas, ni iba a ser doctora ni
arquitecta ni jinete de carreras, porque todo lo que iba a ser era
una mujer, una esposa, una madre. Ni sueños, ni talentos, ni
ambiciones, excepto los relacionados con el matrimonio. Muchas
mujeres se acomodaban a aquello que les habían enseñado, otras lo
hacían con dificultad. Ninguna de ellas pudo nunca llegar a ser todo
lo que realmente era.
Muchos
años y mucha lucha después, las ideas feministas han calado en la
sociedad, y ahora a las niñas se les dice que pueden ser lo que
quieran. Que nada en el cerebro de una mujer le impide estudiar
física, medicina, filosofía. Sin embargo, sigue abierto el debate
sobre las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, o entre
sus cerebros. Es decir, es evidente que hombres y mujeres son
diferentes físicamente, pero la cuestión es si eso significa que
toda su existencia y sus capacidades se ven afectadas por esa
diferencia. Todavía estamos debatiendo qué es lo femenino y qué es
lo masculino. Bien, parece que ya ha quedado claro que lo femenino no
es cocinar, limpiar y criar hijos, mientras que lo masculino es la
acción y la victoria en su carrera profesional. Ha quedado claro,
parece, que las mujeres no tienen que ser débiles y pasivas,
mientras que los hombres son fuertes y activos. No se puede adjudicar
ninguna función específica al hombre ni a la mujer sólo por haber
nacido como tales.
De
Beauvoir decía “la mujer no nace”, pero una persona trans dice
“he nacido mujer (en un cuerpo de hombre)” o viceversa. El dilema
está entre concebir la identidad como innata, genética, o como algo
condicionado por el ambiente o la sociedad. Es el mismo asunto de la
búsqueda del “gen gay” que demostraría que una persona gay lo
es de nacimiento y no se trata de algo por lo que ha optado después.
Para mí, ahí está la trampa: los homófobos y sus terapias de
reconversión se aferran a esta última idea, para creer que se trata
de un proceso que puede deshacerse; para los gays que sufren
persecución es importante demostrar que su condición no es algo que
pueden cambiar voluntariamente, que no son “culpables” de nada.
Sin embargo, que una condición vital no sea innata sino condicionada
es algo totalmente opuesto a una elección voluntaria. No hay apenas
nada voluntario en lo que somos, es un proceso subconsciente que nos
ha conducido por una serie de reacciones o contrarreacciones al mundo
que nos rodeaba, y nos hemos construido sobre él de manera que sería
imposible deshacerlo, como lo sería derribar los cimientos de una
casa que ya ha sido edificada.
Los
niños son condicionados por la sociedad desde el minuto cero de su
vida. El hecho de que un niño de tres años grite y corra, mientras
una niña de la misma edad está sentada en silencio jugando con su
muñeca, no significa que esas son sus naturalezas innatas: a los
tres años han sido largamente aleccionados por las reacciones de los
adultos respecto a lo que se espera de ellos. Que la identidad sea
social no significa que sea inventada, ni que se pueda manipular, ya
que no hay una correspondencia directa entre el ambiente y cómo se
reacciona a él, es demasiado complejo para desentrañarlo; pero
siempre hay reacción. En cambio, caer en las ideas de innato
y genético es peligrosísimo porque convierte ciertas
características en inmutables y esenciales (como antes se
consideraba para las mujeres el ser pasivas y débiles) y cierra la
puerta al debate y al avance de las ideas. Y además es simplificador
e ignora los matices de la explicación sociológica. Decir que
alguien “nace trans” es como decir “nace mujer”.
Evidentemente, nace “algo”, pero ese algo va a ser definido por
unos parámetros sociales. Una persona trans o una mujer no serían
lo mismo de haber nacido en la Polinesia o en el Neolítico. Habrían
nacido lo mismo, pero en esas sociedades hubieran sido considerados
algo totalmente distinto.
Justo
después de leer El
segundo sexo, cayó en
mis manos el libro de Miquel Missé A
la conquista del cuerpo equivocado,
que me ha traído a la memoria la noticia de La Vanguardia. Así he
conocido la controversia que hay dentro mismo del mundo trans, y
leyéndolo he sentido más que nunca la necesidad de que personas
trans y feministas estén unidas, que sus discursos no pueden chocar,
que deben hacer frente común si queremos llegar a alguna parte.
Comprendo que las feministas se sientan consternadas cuando alguien
dice “he nacido mujer”, o “siempre me he sentido mujer”. Yo
soy una mujer y no tengo ni idea de lo que es sentirse mujer, quizá
porque lo que soy nunca ha chocado con mi cuerpo. Pero sí que he
chocado contra lo que se supone que debe ser una mujer. Me han dicho
que debía ser buena y caer bien, que debía ser guapa. Que si no era
guapa y delgada debía sentirme culpable, que debía esforzarme por
ser aceptada. Como mujer debía interesarme por los vestidos y la
moda, por las joyas y los perfumes; debía cambiar mi pelo, maquillar
mi cara, estar pendiente de lo que llevaba puesto; qué horror vestir
algo inadecuado, qué horror ser peluda, tener granos, arrugas,
canas. Debía ser madre porque es maravilloso y no podía perderme
esa experiencia. Los niños debían parecerme adorables. Debía tener
marido, o novio. No demasiados novios o qué dirían de mí. Desde
que era una adolescente rebelde me dediqué a llevar la contraria a
todo eso y no he cumplido ni una sola de esas expectativas.
Por
eso me pregunto qué significa ser mujer; en mi caso, no son ni los
intereses ni las capacidades. Entonces, creo que lo que me convierte
en mujer es la mirada de los demás: soy vista y tratada como mujer,
y tengo que reaccionar en ese sentido. Es algo que llevo totalmente
interiorizado. Esto es algo que también dicen las personas trans:
aparte de reconocer lo que veo cuando me miro al espejo, también
quiero que los demás me reconozcan como lo que soy. Todo el mundo es
identificado de alguna manera, y en esta sociedad dividida en dos
sexos, nadie es visto como indefinido. Te van a tratar diferente si
eres hombre o mujer, ya sea al comprar en una tienda, al caminar por
la calle, al pedir un crédito, al ir a hacerte una radiografía. No
importa que la diferencia en su reacción sea mínima, pero el
cerebro de los otros necesita ese clic que te coloca en una
categoría. Y tú también estás obligado a escoger, en qué sección
compras la ropa, a qué lavabo entras, qué casilla marcas en un
cuestionario. Las etiquetas son necesarias en la interacción social,
pero el problema viene cuando esas etiquetas son tan rígidas, cuando
la definición es tan importante.
El
problema de las etiquetas a mí siempre me ha resultado muy incómodo,
empezando por la de mujer o “femenina”. Por ejemplo, para la
comunidad trans fue muy importante identificarse con ese término,
porque a partir de entonces pudieron ser eso, una comunidad. Como
dice Miquel Missé, anteriormente existían personas que tenían
prácticas homosexuales, pero a partir de cierto momento esas
personas se
convirtieron en
homosexuales, y lo que había sido un comportamiento pasó a ser una
identidad. No es lo mismo; crea una categoría, es importante para el
reconocimiento, ya que algo que se nombra existe por fin; pero
también simplifica, crea un estereotipo o un modelo que no todo el
mundo sigue. Llega un momento en que las etiquetas y las
subdivisiones son abrumadoras y confusas. Y peor aún, se vuelven
esenciales, innatas e inamovibles. Si caen en manos de la peor
ciencia, esa realidad puede ser simplificada al nivel de química y
hormonas y genes. Pero las realidades y comportamientos humanos no
son materia de experimentos científicos, son un producto de la
sociedad, de sus interacciones, de la realidad que crea. Eso no las
convierte en algo falso o imaginario, en absoluto. La realidad social
es la única realidad que tenemos.
Y
bien, de eso trata el libro de Missé y por eso es polémico, por el
mismo motivo que la comunidad trans choca con las feministas (no doy
por válido todo lo que dice el libro, ya que no tengo conocimiento
de muchas cosas; pero lo respeto como testimonio de una persona
trans). Cuando una mujer trans dice que “desde niña fui femenina,
quería llevar vestidos”, algo en la percepción de lo femenino
está fallando (exacto, yo tampoco quería llevar vestidos, ni jugar
con muñecas). La realidad de las personas trans es abrumadora y no
se puede negar: no encajan con el género que se les ha asignado y
quieren cambiar el cuerpo que tienen por otro con el que se
identifican. Eso no se puede discutir y toda la lucha posible debe ir
hacia el reconocimiento de su derecho, a ser como quieran ser, a que
eso no les cueste la vida ni ningún tipo de rechazo. Pero, por
favor, su lucha es nuestra lucha. La lucha de todo el que no encaja.
Las mujeres son el
segundo sexo porque el
primero son los hombres: el arquetipo, el modelo original de ser
humano, mientras que existe una variación de ellos que son las
mujeres. Desde Aristóteles, la mujer es un hombre imperfecto, un
hombre deformado, un hombre con aditivos. Las mujeres están
encerradas en los estereotipos que los hombres han creado para ellas,
pero los hombres también se encerraron en estereotipos, y en
general, estas etiquetas de masculino y femenino son de una rigidez
asfixiante. Esto afirma Missé, que quizá las personas trans no
encajan en el género que se les ha asignado, porque los géneros son
absurdamente rígidos y es imposible que nadie llegue a encajar
realmente en ellos. Quizá si este encorsetamiento se aflojara, las
personas podrían transitar libremente de un género a otro, porque
los identificadores femenino y masculino no serían tan peyorativos:
la forma de vestir, de moverse, los intereses, las prácticas
sexuales, no significarían automáticamente la censura o el
escarnio.
Entiendo
muy bien que las personas trans necesitan ser reconocidas y apoyadas,
y que aún están luchando fuerte por salir de la discriminación.
Entiendo que les resulte importante establecer que ni están enferm@s
ni loc@s, que son algo real, algo que siempre han sido. Pero no se
trata de que se conviertan en hombres y mujeres como los que han
existido hasta ahora, y se difuminen en la masa. Creo que ell@s más
que nadie deberían abanderar la lucha por dinamitar las etiquetas de
género; que puedan ser mujeres masculinas y hombres femeninos, como
lo podemos ser todos, estemos más o menos de acuerdo con nuestro
cuerpo, con cirugía o sin ella. Que esos niños que ahora se sienten
diferentes vean un horizonte abierto con todas las posibilidades que
pueden ser. Eso estará más cerca de la realidad humana, y sobre
todo, hará la vida menos dolorosa a muchas personas. Y si no estamos
de acuerdo en estos términos, no nos enredemos en una guerra de
acusaciones: pongámonos a hablar sobre ello, no demos nada por
supuesto, hagámonos preguntas. Nuestra lucha es la misma, sólo hay
una lucha, la lucha por la justicia.
-El
segundo sexo- Simone de Beauvoir. Siglo Veinte, 1987.
-A
la conquista del cuerpo equivocado- Miquel Missé. Egales, 2018
Comentarios
En efecto, ojalá pudiéramos vivir en un mundo sin etiquetas, porque eso significaría que nadie se sentiría fuera de lugar. Debo admitir que a mí las etiquetas me han servido para encontrar mi sitio y sentir que no estoy solo, que había más gente como yo. Por eso cuando eres adolescente y sientes que no encajas, la educación en la diversidad de género es tan importante. Yo la eché en falta.
Un poco tarde para aparecer por aquí. Han pasado unos años, pero por fin he recuperado las ganas de leer, y todo lo que escribes siempre me ha parecido muy interesante. Espero ponerme al día. Saludos. :)
Me alegro de volver a leerte. Como ves, yo también tengo el blog muy abandonado, y lamento que hasta ahora no he visto tu comentario.
Me sigue dando igual que los blogs no estén de moda, para mí siempre ha sido una revista auto-editada. Lo que ocurre es que me he vuelto perezosa para escribir, y cada artículo me lleva muchas horas de documentación y redacción.
Sobre este artículo en concreto, hace mucho que pienso en actualizarlo porque (como debe ser) mi pensamiento ha evolucionado bastante con el tiempo. Debería ponerme a escribir una segunda parte, y lo haré si algún día me puedo concentrar lo suficiente.
Gracias por pasarte por aquí, un saludo
h.