Contra el olvido. Sobre Tesis de filosofía de la historia, de Walter Benjamin


El pensamiento de Walter Benjamin ha sido definido como heterodoxo, particular, inclasificable, una mezcla de conceptos imposibles de encajar; desgranado además en libros muy sui generis como Tesis de filosofía de la historia, formado a base de párrafos cortos y a menudo crípticos. En su filosofía convergen elementos aparentemente irreconciliables, como el materialismo histórico de raíz marxista y el concepto de mesianismo, pero esa convergencia proviene directamente de la tradición judía, que da un color especial a varios conceptos que preocupaban a Benjamin: la memoria de los vencidos de la historia, la necesidad de interrumpir el camino hacia la catástrofe, de romper el curso de la historia, la inutilidad de seguir esperando la llegada de un paraíso futuro, el engaño de la idea de progreso.



Recuerda

La principal referencia al judaísmo de las Tesis de filosofía de la historia aparece en la última de ellas, la Tesis B: “Como se sabe, los judíos tenían prohibido predecir el futuro. La Torá y la plegaria les enseñaban, en cambio, la rememoración.” En efecto, la rememoración es la esencia del pensamiento judío respecto a su identidad y su pasado. ¡Recuerda! (¡Zachor!) es un llamamiento que forma parte del ritual de la Pascua judía. Las principales fiestas del calendario hebreo son rememoraciones de hechos importantes para el pueblo elegido: la salida de Egipto (la Pascua, Pésaj), la rebelión de los Macabeos (Hanuká), la derrota de la conspiración de Haman contra el pueblo exiliado en Babilonia (Purim); en todos los casos se trata de liberaciones, de momentos en que el pueblo oprimido se libró de la injusticia. 

 


La rememoración no consiste sólo en celebrar las victorias, sino en identificarse con los sufrimientos de aquellos que no vivieron para verlas: los esclavos de Egipto, los deportados a Babilonia, los sometidos bajo el imperio de los Seleúcidas. Y, más allá de la historia bíblica, esa identificación se extiende a la larga historia de sufrimiento del pueblo judío, a las deportaciones, guetos, matanzas, pogromos... No se trata en absoluto de recordar algo que pasó: la cercanía de esas generaciones pasadas y su dolor es absoluta; que las fiestas estén en el calendario, que se renueven cada año, implica que los sucesos se actualizan, que el tiempo se desvanece y todos ellos se reconocen como pueblo, como familia. En la Tesis II, esa presencia de los antepasados también se describe como cercana: 

 

¿No nos sobrevuela algo del aire respirado antaño por los difuntos? ¿Un eco de las voces de quienes nos precedieron en la Tierra no reaparece en ocasiones en la voz de nuestros amigos? ¿Y la belleza de las mujeres de otra época no deja acaso de unirse a la de nuestras amigas? Existe un acuerdo tácito entre las generaciones pasadas y la nuestra. Nos han aguardado en la tierra.


La insistencia de Benjamin en mirar hacia el pasado proviene de esta memoria histórica judía. Los sufrimientos de las generaciones pasadas están clamando por una reparación, que según Scholem se identificaría con el término cabalístico de tikkun, la redención del mundo gracias al Mesías, que restituye todas las cosas a su estado inicial y destruye el mal, fundando un reino mesiánico de justicia y paz. Es preciso tener presente que aquellos “que nos han aguardado en la tierra” vivieron y murieron con una esperanza, la de ese momento de redención, y quizá lucharon por él, con la confianza de que las generaciones futuras recibirían el fruto de sus esfuerzos. Horkheimer había escrito en una de sus obras un párrafo que recogía este sentimiento:


Cuando estamos en el nivel más bajo, expuestos a una eternidad de tormentos que nos infligen otros seres humanos, alimentamos como un sueño de liberación la idea de la llegada de un ser que se presentará a plena luz y nos traerá la verdad y la justicia. Ni siquiera es preciso que ese hecho se produzca durante nuestra vida ni en vida de quienes nos torturan hasta matarnos; sin embargo, algún día, un día cualquiera, todo será reparado. [...] Es amargo ser desconocido y morir en la oscuridad.


Estas consideraciones tuvieron un eco en las de Benjamin, a pesar de que el mismo Horkheimer había polemizado con él acerca de la posibilidad de rescatar a las víctimas del pasado, como le decía en una carta: “La injusticia del pasado está consumada y cerrada. Los asesinados han sido verdaderamente asesinados.” Pero Benjamin consideraba el potencial de todo ese dolor, de todos los que murieron en la oscuridad, como dice en la Tesis XII: […] “la clase obrera desaprendió tanto el odio como la voluntad de sacrificio. Pues uno y otra se alimentan de la imagen de los ancestros sometidos, no del ideal de los nietos liberados.” Se lucha en nombre de todos los antepasados caídos y sufrientes, no en el de hipotéticos futuros felices. Y en esta lucha era esencial esa figura a la que aludía el párrafo anterior sin nombrarlo, el Mesías y lo que suponía su llegada.



El Mesías irrumpe en la historia

El mesianismo judío evolucionó a lo largo de la historia, pasando de ser un deseo de soberanía política, a adquirir aspectos escatológicos, que suponían la llegada de una era de justicia, y la liberación de todos los oprimidos, no sólo del pueblo judío, sino de toda la humanidad reunida en torno a él. Este mesianismo recoge muchas de las características que se han mencionado anteriormente: mira al pasado, para no olvidar de dónde proviene; está siempre presente, fundiendo en uno solo el pasado mítico de David con un futuro inminente donde el Mesías está a punto de llegar, tal y como había dicho Franz Rosenzweig: “la eternidad es precisamente que entre el instante presente y el cumplimiento final ningún tiempo puede ya reclamar sitio: en el hoy puede ya asirse todo el futuro”. Este pensador judío, muy influyente en Benjamin, fue el autor de una obra, La estrella de la redención (1921), que refleja la concepción de mesianismo que se había desarrollado en el pensamiento político judío contemporáneo, y que se puede encontrar en la parte final de la Tesis II antes mencionada: “Se nos concedió, como a cada generación precedente, una débil fuerza mesiánica sobre la cual el pasado hace valer una pretensión. Es justo no ignorar esa pretensión.”



En efecto, corresponde a cada generación “cooperar” para la llegada del Mesías, no esperarlo pasivamente; se trata de “acelerar el fin de los tiempos”, que es todo lo contrario a soportar las injusticias presentes creyendo que contribuyen a una utopía que siempre se sitúa en el futuro. Esto es de lo que Benjamin acusa a los socialdemócratas (y de paso a los estalinistas que sacrificaban al pueblo soviético en aras de un futuro paraíso proletario). No, el reino mesiánico no es algo que se construye piedra a piedra, confiando en que los tiempos avanzan hacia un futuro mejor, confiando en el progreso. Como Gershom Scholem había dicho:


Lo que los profetas y apocalípticos subrayan siempre es precisamente la ruptura, la falta de tránsito entre la historia y la salvación. La Biblia y la apocalíptica no conocen un progreso de la historia hacia la salvación [...]. La salvación mesiánica es ante todo una irrupción de la trascendencia en la historia, una irrupción en la que la historia misma es aniquilada, aunque en su hundimiento se transforma al ser iluminada por una luz que viene de otra parte.



Revolución mesiánica

Pero lo que diferencia a Benjamin de autores como Scholem o Rosenzweig es que su mesianismo se aparta de todas las concepciones religiosas o identitarias que se centran en el papel del pueblo judío y en todas las connotaciones políticas que supone un mesianismo que ha de redimir su persecución histórica. Al haberle despojado de todas esas connotaciones, puede identificarlo con el materialismo histórico, pues ambos coinciden en la lucha por un mundo de justicia y verdad, por la liberación de los oprimidos. Pero la crítica al concepto de progreso que propone Benjamin también tiene su origen en la tradición mesiánica: el Mesías irrumpe en la historia, la “aniquila”, derrumba todo lo que estaba en pie. No es algo que se espera, es algo que llega sin más. Como decía el final de la Tesis B: “Pero para los judíos, no obstante, el futuro no se convirtió en un tiempo homogéneo y vacío. Pues en él cada segundo era la puerta estrecha a través de la cual podía pasar el Mesías.” Hay que recordar que se trata del Mesías judío, que aún no ha llegado, no del cristiano; no tiene connotaciones de víctima ni de sacrificio, es un Mesías que triunfa plenamente, sin ambigüedades. El Mesías personificado en cada uno de los oprimidos, en el proletariado, es el que cambia el curso de las cosas, y lo hace ahora. Y lo hace también en nombre de todos los que lo precedieron.



Benjamin ha visto cómo las revoluciones se estancan y dan lugar a nuevos autoritarismos, por la falta de un espíritu que las aliente; cómo en nombre del progreso se toleran las injusticias, creyendo que desaparecerán por sí solas cuando todo mejore. Ante todo eso, se basa en la tradición judía para imponer el concepto de rememoración al de recuerdo: el segundo sólo informa de algo pasado, el primero borra la distancia de siglos para fundir los tiempos en uno, manteniendo presente la memoria de los antepasados. Y también se basa en la idea de Mesías para dar un nuevo aliento al concepto de revolución: algo que hace estallar los relojes e impone un tiempo nuevo, uno que por fin hace justicia.


Olympe de Gouges y su obra


La obra de Claire Démar, de la que no ha quedado ningún retrato

Durante la lectura del libro de Michael Löwy, Walter Benjamin, aviso de incendio, he vivido un fenómeno muy parecido al que estaba describiendo el autor sobre la recuperación de momentos de la historia, ahora olvidados: en cierto lugar se menciona a la pensadora Olympe de Gouges, autora de un texto como la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana y que fue guillotinada en plena Revolución Francesa, en 1793; así como a Claire Demar, periodista, sansimoniana y autora de Llamamiento de una mujer al pueblo sobre la liberación de la mujer, que acabó suicidándose en 1833 al no soportar la incomprensión a la que fue condenada su obra. Habiendo caído completamente en el olvido, empezaron a ser rescatadas por el feminismo de finales de los sesenta. Reconozco que no sabía absolutamente nada de ellas, y que tuve que buscar información sobre su vida y su obra. Éste es un fenómeno muy habitual en la historia de las mujeres: el hecho de descubrir a personajes que habían dicho y hecho cosas hace siglos que se conectan increíblemente con las exigencias y los retos de hoy en día, pero que habían sido completamente borradas de la historia oficial. Al leerlas, sus palabras cobran sentido a la luz del momento presente, no cabe duda de que su lucha fue nuestra lucha, de que estamos unidas a ellas como si ellas mismas nos acompañasen en cada manifestación callejera y en cada declaración feminista. No podemos considerar que su historia esté cerrada o que sea una cosa del pasado: su sufrimiento y la injusticia de sus muertes son una deuda pendiente que no podemos ignorar. Se “redimen” en todos los logros conseguidos desde su tiempo. Ellas rompieron con la historia, y esto mismo sucede ahora: en la lucha feminista resulta evidente que esperar a que todo mejore con el tiempo es una esperanza poco realista. Sus existencias no fueron inútiles, sus argumentos nos dan la razón, nos animan a seguir el camino. En esta reivindicación puede unirse el propio Walter Benjamin, otra víctima de la injusticia, pero cuya voz me está hablando ochenta años después de que fuera callada. Y lo que dice todavía importa.



Walter Benjamin. Aviso de incendio-Michael Löwy (2003)

Conceptos básicos del judaísmo- Gershom Scholem (2000)

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